La teoría de la evolución es, casi seguramente, la única parte de la biología que cumple con plenitud las expectativas estéticas de la disciplina que representa. Sin la obsesividad paranoica de la genética o la minucia descriptiva de la biología molecular, la teoría de la evolución limita por un lado con los grandes enigmas humanos (el origen, el destino, lo primigenio) y, por el otro lado, plantea (con una crudeza aún mayor que la ley de gravitación) el misterio filosófico de la existencia de principios y leyes universales. El principio evolutivo: ¿es una ley, es un proceso, es un desarrollo espiritualista? ¿Qué diablos es la evolución?
Esta colección de ensayos –que datan de 1995– toma la idea en toda su inquietante y magnífica amplitud: comienza con un capítulo a cargo del inevitable y gran Stephen Jay Gould (fallecido hace apenas dos semanas) y sigue con nombres ilustres como Freeman Dyson, Martin Rees o Lewis Wolpert.
Es interesante, dados los abusos que se han cometido en el pasado con los términos y los procesos evolutivos (que se usaron para defender cuanta teoría racista y reaccionaria se pudo concebir), que los autores no sientan en absoluto el peso de esa tradición negra y puedan especular libremente y explorar sin miedo –miedo de ser considerados políticamente incorrectos– la evolución y sus metáforas en relación con muchos otros campos de la cultura y la actividad humanas: las ciudades ¿pueden considerarse “objetos en evolución?; ¿la novela puede concebirse como un género que evoluciona?; la misma palabra “evolución” ¿es apropiada?, ¿es políticamente apropiada? Y el universo, él mismo, ¿evoluciona o simplemente cambia? En resumen, una colección de ensayos que evolucionan amablemente desde la primera página a la última y que vale la pena no perderse. L. M.