Sábado, 9 de julio de 2005 | Hoy
NOVEDADES EN CIENCIA
[ScientificAmerican] "Luego de las patas de rana, el traje de neoprene, el snorkel, las antiparras, la supervivencia del hombre bajo el agua se aproxima a vencer el último escollo: los pesados e incómodos tanques de aire comprimido ya tendrían los días contados. Así lo asegura un inventor israelí quien promete que para convertirse en un verdadero Acuamán no habrá que tener una espalda de acero; bastará, en cambio, sumergirse con una batería de litio –del tamaño de una pequeña cartera– encargada de proveer oxígeno durante una hora.
El invento del israelí Alan Izhar-Bodner se llama escuetamente “Like a fish” (“Como un pez”) y, como tantos otros que copian fenómenos naturales, imita el proceso de respiración de los peces, que utilizan el aire diluido en el agua para sobrevivir. Tanto el viento como las olas y las corrientes y volcanes submarinos aportan al agua cantidades de aire que disminuyen progresivamente a medida que la profundidad, y por ende la presión, aumentan. Se calcula que incluso a 200 metros bajo el nivel del mar existe un 1,5% de aire.
Desde la física, la justificación no es intrincada. Todo está condensado en la llamada “ley de Henry” según la cual la cantidad de gas que puede disolverse en un líquido es proporcional a la presión que ejerza el propio líquido. Cuanto más disminuya esta presión, mayor será la cantidad de gas que podrá salir hacia afuera. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando se activa un sifón de soda: presionar la pequeña palanca “abre” el sifón, la presión decrece y el dióxido de carbono sale junto al líquido.
En el caso de submarinos livianos y de los buzos subacuáticos –los grandes beneficiados por el invento–, un sistema de fuerza centrífuga permitiría, bajo el agua, la extracción del gas. El trabajo –hacer rotar el líquido a alta velocidad para facilitar la expulsión del aire– queda a cargo de una pequeña cámara y de la pila de litio que la alimenta.
Probado con éxito en laboratorio, el prototipo ya fue vendido a distintos países de Europa y a los Estados Unidos, con la idea de lanzarlo a la venta comercial en dos años. Su valor aún no fue estimado, pero qué mejor que nadar como un pez sin temor a ser pescado.
[NewScientist] Dice que se apoya en cálculos matemáticos, pero ni el detractor más fervoroso del iluminismo tecnológico hubiera anunciado lo que anunció Jonathan Huebner, del Centro Aeronáutico del Pentágono (Estados Unidos): la humanidad atraviesa una época tecnológica austera, de innovación casi nula y, para peor, en franca involución.
Los argumentos de Huebner son bastante sencillos. Considera los 7200 inventos tecnológicos más trascendentes de los últimos años que se enlistan en La historia de la Ciencia y la Tecnología –libro de reciente aparición en Estados Unidos– y los coteja a la luz del beneficio que traería a la actual población mundial. De allí calcula un índice que, al decir del científico, es muy inferior al de 1873, año en que la tecnología habría contribuido al bienestar de la humanidad como nunca antes.
El declive, de allí en adelante, habría sido continuado, hasta llegar a un presente al que ni la reproducción de células madre ni la nanotecnología ni el iPod pueden salvar. El límite, aquí nomás: para el año 2024 el nivel de innovación sería similar al de los años más oscuros de la Edad Media; para 2055, nulo, una meseta de la que nada ni nadie podrá despegarse. La famosa ley de Moore, aquella que augura una duplicación del caudal tecnológico que cabe en un chip informático cada año y medio, comienza a hacer agua.
Claro que, para especular semejante futuro para las múltiples ilusiones futuristas, Huebner primero debería aclarar ciertas premisas que su cálculo da por supuestas. Por ejemplo, el porqué de la elección de esos 7200 inventos. “Las innovaciones tecnológicas de los últimos años han demorado más de lo que sus creadores pensaban”, dice. Sin embargo, de ahí a admitir que ello se debe a una merma de la capacidad de incidencia de la tecnología en la vida humana hay un largo trecho. Los tiempos extendidos e impuntuales parecerían obedecer más a una repetida estrategia de marketing: que la más mínima posibilidad tecnológica debe ser anunciada como realidad y, principalmente, como inmediata.
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