Sáb 11.10.2003
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NOVEDADES EN CIENCIA

Novedades en ciencia

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Tortugas, volcanes y genes

De un modo muy particular, una población de tortugas de las islas Galápagos conserva vestigios de una tremenda erupción volcánica que ocurrió hace casi 100 mil años, una catástrofe que casi exterminó por completo a sus antecesoras. Esta historia se sitúa en la isla Isabela, una de las más occidentales del famoso archipiélago. Allí existen cinco grandes volcanes y, curiosamente, cada uno presenta un tipo diferente de tortugas gigantes. Recientemente, y tal como cuenta la revista Nature, un grupo internacional de científicos descubrió que aquellas que viven en el volcán Alcedo tienen una variación genética sensiblemente menor al resto de las poblaciones de la isla. “Es sorprendente, porque la población de tortugas gigantes de Alcedo es la más grande de todas las Galápagos, y por lo tanto, esperábamos que ellas mostraran la mayor diversidad genética”, dice el biólogo norteamericano Jeffrey Powell (Universidad de Yale, en New Haven, Connecticut), integrante del equipo que realizó la investigación. Mediante estudios genéticos, Powell y sus compañeros calcularon que estas tortugas (unas 5 mil) deben descender de un ancestro común que vivió hace 80 a 100 mil años. Y sospechan que, por entonces, ocurrió algo terrible: probablemente, como sugiere la evidencia geológica, una gran erupción del volcán Alcedo exterminó a casi todas las tortugas de entonces. Y las pocas que se salvaron dieron origen a la población actual. De ahí la escasa variación en sus genes. Paradójicamente, explica Powell, el volcán que aniquiló a muchísimas tortugas en aquellos lejanos tiempos es el mismo que, gracias a su altura, protegió a sus descendientes de la depredación humana, que en los últimos siglos ha diezmado a otras poblaciones del archipiélago.

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L a supercomputadora del tiempo
El clima, ciertamente, es uno de los sistemas que más ha llamado la atención de los “pronosticadores”. Ocurre que las condiciones climáticas, en más de una ocasión, incidieron en la suerte de pueblos y culturas. No es de extrañar que la meteorología comúnmente haya tenido un lugar de privilegio entre los que tienen algún poder de decisión política. Obviamente, no siempre fue tal cual la conocemos hoy: la meteorología científica recién apareció en el siglo XVII, cuando Galileo inventó el termómetro, y luego su discípulo Evangelista Torricelli el barómetro en 1643.
De ahí al siglo XXI hay un salto enorme. Hoy, por ejemplo, una de las joyas de la técnica que está más en boga es el portentoso Earth Simulator (Simulador Terrestre), la supercomputadora más rápida del mundo que se encuentra en Yokohama, Japón. Con ella, los científicos arman complejos modelos informáticos que ponen en juego miles de variables (como el curso de tifones, huracanes, océanos y vientos) e intentan predecir los cambios climáticos que se avecinan.
A diferencia de los meteorólogos comunes, que sólo pueden pronosticar con cierta probabilidad lo que va pasar –climáticamente hablando– dentro de apenas un par de días, los científicos que manejan esta supercomputadora obtienen simulaciones de lo que “podría” ocurrir no en semanas, ni meses sino en años.
El secreto está en su increíble poder de cálculo: 35,61 trillones de operaciones por segundo. Así, es capaz de dividir la Tierra en bloques que abarcan 10 kilómetros, cruzar variables y delinear qué deparará el clima para una zona en particular.
Ciertamente, estas simulaciones podrían traer consigo una verdadera revolución. Para Julia Slingo, directora del Centro de Modelaje Atmosférico Global de la Universidad de Reading (Gran Bretaña), el Simulador Terrestre está apenas mostrando algunos de sus frutos: “Es como el Telescopio Hubble, y recién estamos aprendiendo a usarlo”.

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Disputas microbianas
Las peleas por quién descubrió tal o cual cosa primero no se agotan en los viajes de Colón a América (ver nota central). Las hay también en el resto de la ciencia. La microbiología no podía no tener sus rencillas: un biólogo inglés asegura que un cirujano escocés, y no Louis Pasteur, fue la primera persona en reconocer y curar una infección bacteriana. El “olvidado” John Goodsir (1814-1867) se habría percatado en 1842 (casi 20 años antes que Pasteur) de que unos pequeños organismos (luego llamados microbios) eran los principales causantes de enfermedades. Así lo cree Milton Wainwright de la Universidad de Sheffield (Gran Bretaña).
En un trabajo meramente bibliográfico, Wainwright se hizo de una colección bastante holgada de ejemplos y testimonios de personas que pensaban que “minúsculos animales” o partículas causaban y desparramaban enfermedades.
Wainwright sostiene que Goodsir (foto) al examinar bajo el microscopio el vómito de un niño enfermo, vio pequeños organismos a los que llamó Sarcina ventriculi. El tratamiento propuesto por el médico fue darle al paciente antisépticos: hiposulfito de sodio y breves raciones de ácido carbólico. La infección cesó. Luego, Goodsir publicó los resultados en el Edinburgh Medical and Surgical Journal, pero sus ideas no tuvieron mucha aceptación. Sí lo tuvieron en 1870, cuando Pasteur supuso que las enfermedades contagiosas se debían a gérmenes que habrían logrado penetrar en el organismo enfermo.
La respuesta del Instituto Pasteur en París no se hizo esperar. Su vocera Corinne Jamma contestó: “Nadie dijo que Louis Pasteur fue el único en pensar en las bacterias como fuente de infección; pero fue él quien se encargó de aportar una prueba científica, imaginar maneras de prevenir infecciones y darlas a conocer”. La polémica, sin duda, continuará.

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