Sábado, 28 de febrero de 2004 | Hoy
NOVEDADES EN CIENCIA
ASTRONOMY
Lucy en el cielo con diamantes
A la hora de bautizar los objetos del cielo que caen bajo su mirada, los astrónomos
tienen dos opciones: o encajarles un nombre insípido, llano y que prácticamente
no dice nada (como el del cuásar 3C-273 y la supernova 1987A, por ejemplo)
o dar rienda suelta a su imaginación y otorgarle, para felicidad de todos,
un título lleno de poesía, rimbombancia y carga emotiva. Así
ocurrió con la estrella moribunda BPM 37093 descubierta hace un tiempo
por un beatlemaníaco grupo de astrónomos estadounidenses que al
estudiar su curioso núcleo no dudaron un instante en llamarla “Lucy”,
justamente en honor de la canción Lucy en el cielo con diamantes de esos
melenudos de Liverpool.
No es porque en el momento del avistamiento los científicos hubieran
estado escuchado esta pieza de antología, sino porque el corazón
de esta enana blanca que flota a 50 años luz de la Tierra (en la constelación
de Centauro) está hecho ni más ni menos que de un diamante de
diez trillones de trillones de quilates. Así es: un pedazo de carbón
cristalizado de unos 1500 kilómetros de ancho.
La presión en el interior de esta estrella, que alguna vez brilló
como el Sol pero a la que luego se le acabó el combustible y se encogió,
es miles de millones de veces más intensa que la que producen los diamantes
conocidos en la Tierra. El revuelo que levantó esta enorme joya estelar
(del tamaño de la Luna), que palpita y todo, fue tal que el director
del equipo, el astrónomo Travis Metcalfe (Centro de Astrofísica
HarvardSmithsonian), con los datos en mano exclamó: “¡Se
necesitaría una lupa de joyero del tamaño del Sol para graduar
este diamante!”. Por su parte, la tienda “diamantera” Tiffany’s
aún no se pronunció al respecto.
nature
En lo profundo
Fue durante cinco años (entre 1831 y 1836) el hogar de Charles Darwin.
En él, el naturalista inglés surcó los mares del mundo,
recorrió América y en uno de sus camarotes concibió la
Teoría de la Evolución que luego plasmaría en uno de los
libros más importantes de la historia de la ciencia, Sobre el origen
de las especies (1859). Y sin embargo, parece que nada de eso importó
mucho: el barco “HMS Beagle” no escapó al trágico
destino del olvido. Desde hace cien años nadie sabe donde está
y, según parece, a nadie le importa.
Enterado de la situación, uno de los arqueólogos marinos más
importantes del mundo, Robert Prescott (Universidad de Saint Andrews, Escocia),
se calzó el snorkel, ajustó sus radares y se puso desesperadamente
a buscarlo. Y lo hizo con tal ahínco que su trabajo ya dio frutos: el
científico acaba de anunciar haber hallado los restos del navío
en las profundidades del estuario del río Roach (costa sudeste de Inglaterra),
cerca de un embarcadero abandonado.
El equipo de Prescott centró sus investigaciones en los restos de un
puerto abandonado en el río Roach, donde un potente radar captó
la imagen de un navío muy similar en tamaño al “Beagle”,
enterrado bajo tres metros de fango. “La parte superior del barco puede
haberse perdido, pero queda la parte inferior y el casco”, explicó
Prescott.
Todo lo que se sabía hasta ahora era que el barco de 235 toneladas, tras
el histórico viaje de Darwin, fue reacondicionado y pasó a servir
en el Servicio Aduanas de Inglaterra con el fin de perseguir a los contrabandistas
en la costa del condado de Essex (sudeste inglés), hasta que fue rematado
en 1875 por 525 libras esterlinas; una miseria comparada con la millonaria suma
que se cree que hoy valdrán sus restos.
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