NOVEDADES EN CIENCIA
SCIENTIFIC AMERICAN
Si Einstein los viera
En sólo siete días, y si no media ningún percance, dos
teorías de Albert Einstein sobre el tiempo y el espacio empezarán
a desfilar por el sinuoso camino de la experimentación: desde Vandenberg,
al sur de California (Estados Unidos), la NASA pondrá en órbita
terrestre una sonda –no tripulada– con cuatro esferas de cuarzo
del tamaño de pelotas de ping-pong en una cámara sellada al vacío.
A unos 640 kilómetros de la superficie, la Gravity Probe B medirá
por 16 meses pequeñísimos cambios en la gravedad, cómo
el espacio y el tiempo se deforman ante la presencia de la Tierra, y como la
rotación de nuestro planeta tuerce y arrastra consigo misma al espacio
y el tiempo con un juego de “las esferas más perfectas jamás
hechas”, según aseguraron los directores de esta prueba que llevó
por casi 45 años el rótulo de “proyecto” (desde que
fue propuesto por primera vez en 1959, el experimento fue postergado varias
veces por problemas técnicos).
Para no alterar las medidas, las cuatro esferas (giróscopos) deben permanecer
congeladas a una temperatura cercana al cero absoluto, dentro del recipiente
al vacío más grande que haya sido lanzado al espacio. Allí,
las esferas empezarán a girar: si Einstein tenía razón
(en 1916, el gran físico alemán propuso que el espacio y el tiempo
tienen una estructura que se curva ante la presencia de un cuerpo), debería
haber cambios ligeros en la orientación de las pelotitas.
Si bien Einstein alteró como pocos la concepción humana sobre
el espacio, el tiempo y el universo, no todas sus magníficas ideas pasaron
por el túnel de la contrastación empírica. Ocurre que las
predicciones de la Teoría General de la Relatividad son casi imperceptibles
desde la superficie terrestre. Pero en el espacio la cosa es distinta, y ahora
que la tecnología lo permite, no hay científico que se quiera
perder la oportunidad de hacer el experimento que el gran Albert hubiera ansiado
dirigir en vida. No es que muchos duden de él (o al menos, no lo declaran
públicamente), pero una cucharadita de contrastación no le viene
nada mal.
NewScientist
El Stonehenge español
Al ver las fotos, resulta casi imposible no confundírselos con los enigmáticos
y negruzcos monolitos que perturbaban el sueño de Dave Bowman en 2001:
una odisea espacial y a los demás protagonistas de la serie creada por
Arthur C. Clarke (2010: Odisea II, 2064: Odisea III y 3001: Odisea final). Pero
estas construcciones en forma de T, llamadas “taulas” (mesa en catalán),
ubicadas en la mediterránea isla española de Menorca (vecina de
Mallorca) no tienen nada que ver con extraterrestres ni con los muchachos de
la ciencia ficción. Se trataría, en realidad, de las piezas fundamentales
de un complejo de sanación, según aseguró el arqueueoastrónomo
Michael Hoskin (Universidad de Cambridge, Gran Bretaña): “Se sabe
desde hace mucho que estas construcciones que datan de la Edad de Bronce fueron
santuarios: se encontraron enterrados numerosos huesos que habrían formado
parte de rituales de sacrificio”.
En el lugar también se hallaron, para sorpresa de muchos, una estatuilla
de bronce de un toro y una figurita egipcia con la inscripción jeroglífica
que dice “Soy Imhotep, el dios de la medicina”.
Los 30 monolitos (ocho de los cuales quedan en pie) están orientados
hacia el sur en correspondencia, según Hoskin, con la Cruz del Sur y
la constelación del Centauro, visibles ligeramente sobre el horizonte
desdela isla hace unos tres mil años. Según la mitología
griega, el Centauro —ser con cabeza de hombre y cuerpo de caballo–
fue quien le enseñó el arte de curar a Asclepius (Esculapio),
dios de la medicina. “Así pues, es posible –aunque no está
del todo comprobado, claro está– que la cultura talayótica
(1300 a 800 a.C.) haya compartido la misma percepción del Centauro, y
las taulas hayan sido construidas y orientadas no aleatoriamente sino para aprovechar
sus “poderes” curativos”, indicó Hoskin.
A los habitantes de la pequeña isla de Menorca (de apenas 700 km2 y que
cuenta con más de dos mil vestigios prehistóricos, romanos, paleocristianos
y árabes), la teoría no los espantó para nada. Mientras
traigan bandadas de turistas (con muchos billetes para gastar), las hipótesis
de Hoskin –por más curiosas que sean– serán bienvenidas.
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