NOVEDADES EN CIENCIA
Archaeology
LOS MUONES DE LA PIRAMIDE
Tal vez sea porque algunos científicos mexicanos se hartaron del pico
y la pala que este nuevo experimento (de medio millón de dólares),
mezcla de arqueología y física, sea tan curioso: un equipo de
la Universidad Nacional Autónoma de México, dirigido por el físico
Arturo Menchaca, está construyendo el detector de partículas más
grande de México ni más ni menos que en el interior de una pirámide,
en la antigua ciudad de Teotihuacán, la llamada “ciudad de los
dioses”, de la que muchos saben poco.
El aparato en cuestión servirá, una vez que todas sus partes sean
ensambladas, para detectar aquellas caprichosas y furtivas partículas
llamadas muones, que se crean cuando los rayos cósmicos bombardean la
atmósfera terrestre y, en este caso, pasan a través de objetos
sólidos como la pirámide del Sol, dejando en su camino tenues
rastros. Cuando un muón es detectado por esta suerte de plato chato de
metal de gran tamaño, conectado a una caja de cables con un monitor,
que ocupará gran parte del laboratorio ubicado en las profundidades de
una húmeda caverna de la construcción, bajo miles de toneladas
de roca y tierra, puede indicar dos cosas: o que atravesó materia sólida
o que hay algún tipo de cavidades en las que –según creen
los científicos– podrían descansar reyes (con sus joyas
y riquezas, por supuesto) y, tal vez, las respuestas a las montañas de
dudas causadas por esta cultura que habitó suelo mexicano 700 años
antes que los aztecas. “La idea es descubrir las variaciones de la densidad
dentro de la pirámide –explicó el físico Menchaca–.
La cantidad absorbida depende del material que encuentra en su camino. Si encontramos
más muones de lo que esperamos, entonces hay menos materia en esa parte.”
Los científicos prometen resultados tangibles recién para dentro
de un año. Pero no serán 365 días nada tranquilos: de un
momento a otro, los conservacionistas y pitucos defensores del arte se les vienen
encima.
NewScientist
MI HIJO EL ROBODOCTOR
El Hospital Johns Hopkins de Baltimore (Estados Unidos) se acaba de declarar
antitecnofobia free, o dicho en términos menos rebuscados, “limpio”
de todo prurito antitecnológico. ¿La razón? La cuasi total
aceptación por parte de los pacientes de un singular robot médico
(RoboDoc) de 1,20 metros de estatura. En realidad, no es la última joya
cibernética sino simplemente un aparato en forma de aspiradora (de las
viejas) con una pantalla de computadora como cabeza, ojos de cámaras
de video y un parlante en lugar de boca que funciona como terminal de otro médico
a distancia. Ante las punzantes preguntas del doctor Louis Kavoussi, profesor
de Urología de Johns Hopkins y pionero de la cirugía robótica,
muchos de los convalecientes señalaron que interactuar con el personal
robótico de atención médica es mucho más divertido
e interesante que charlar con el personal médico común y corriente
de carne y hueso.
“A la gente le encanta. Me sorprendió mucho ver cuánto disfrutan
nuestros pacientes de las videointeracciones remotas a través del robot”,
señaló Kavoussi, sin ánimos de ganarse el amor de los médicos
del mundo.
Los robots pueden ser manejados desde cualquier lugar, siempre que el usuario
tenga acceso a una estación de control con una computadora, acceso a
Internet y el software de control “robótico móvil”
del fabricante del robot, InTouch Health.
El “sujeto” ya deambula por los pasillos del hospital y con sus
cámaras (y el permiso del enfermo) revisa incisiones, lee historias clínicas
y hace acercamientos a las partes del cuerpo que al médico de carne y
huesoa la distancia se le antoje mirar. Pero no está solo: como cabía
esperar, tiene una compañera llamada Nursebot que mide algo más
de un metro y cuyo cuerpo cilíndrico tiene un monitor incrustado en la
pechera metálica. En verdad, parece más bien un lavarropas con
cara que puede tomar el pulso y la presión de sus pacientes, llevar y
traer toda clase de objetos, abrir y cerrar puertas, encender aparatos y, además
de recordar tomar las pastillas indicadas, es capaz de hasta destapar botellas.
“Ni siquiera los pacientes con demencia se sorprendieron con la presencia
(del robot)”, dijo Sandy Ratliff, subvicepresidente de operaciones clínicas
de Otterbein Retirement Living Communities de Ohio, quien nunca debe haber oído
hablar de la calidez del trato humano o peor aún, tal vez no tuvo el
placer de estar tendido (y dolorido) en una cama y que un armatoste se le venga
encima.
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