NOVEDADES EN CIENCIA
NewScientist
A encarar que se acaba el mundo
Cuando se estrenó en 1997 la película Face off (Contracara) del
director John Woo, con John Travolta y Nicholas Cage, a los guionistas y a los
asesores científicos del film les dijeron de todo menos lindos. Y para
colmo se comieron un sinnúmero de burlas. No faltaban razones: al fin
y al cabo, la película trataba sobre un detective del FBI que se sometía
a una operación para cambiar de cara con la de un terrorista (en estado
de coma) y averiguar dónde éste había dejado una bomba
química. Lo que se dice algo verdaderamente original.
De todo eso ya pasaron siete años y, a la luz de los nuevos avances médicos,
quienes deberán comerse sus propias dichos son los críticos que
tildaron de dementes a los del equipo de Woo. Es que, según dejaron entrever
investigadores estadounidenses de la Universidad de Louisville, Kentucky, el
hasta ahora impensado trasplante facial está al borde de hacerse realidad.
Casi, porque los científicos sólo necesitan la autorización
de un comité de ética del hospital para dar luz verde a la operación
(aunque tal vez la decisión final la tome el departamento de Salud Pública
del Reino Unido).
La intervención –sin precedentes– consistiría en trasplantar
a un paciente, que haya sufrido una desfiguración severa por quemaduras,
cáncer o accidente, piel, orejas, nariz, labios, barbilla, músculos
faciales y las grasas subcutáneas. Los más escépticos aducen
que tales procedimientos tendrían como corolario un rechazo por parte
del organismo y, peor aún, que la familia del donante sufriría
a más no poder al ver el rostro de su ser querido –muerto–
“puesto” en la cara del intervenido.
El equipo del doctor John Baker, director de cirugía plástica
de la universidad, ya salió con los tapones de punta ante las críticas
y juran que al trasplantado (los nombres de los candidatos son secreto casi
militar) lo atiborrarán con cócteles de drogas anti-rechazo de
nueva generación (que permiten minimizar las respuestas del sistema inmunológico
a los tejidos extraños) y que el paciente no se parecerá en nada
al donante debido a su peculiar estructura ósea que altera las facciones.
Como se ve, los productores de cine y TV deberían aprender de una vez
por todas que la realidad siempre supera a la ficción.
SCIENTIFIC AMERICAN
Azul profundo
A mediados de 1974 empezó a rondar por los diccionarios ingleses una
extraña nueva entrada: serendipity. No pasó mucho para que esta
vedette lexical saltase a los volúmenes españoles –maquillada
como “serendipia”– y se esparciese de boca en boca. Su significado
–”descubrimiento realizado por azar y sagacidad”– la
impulsaba y actualmente es casi de uso corriente en la literatura científica
y tildar de “serendípico” un nuevo descubrimiento ocurre
más seguido de lo que se cree. Justamente, eso fue lo que pasó
recientemente cuando un par de bioquímicos estadounidenses de la Universidad
de Vanderbilt (Nashville, Tennessee) que estaban investigando la enfermedad
de Alzheimer hallaron por casualidad un gen humano que permitirá dentro
de un año cultivar ni más ni menos que rosas azules de manera
natural.
Los dos sagaces, Peter Guengerich y la doctora Elizabeth Gillam, se encontraban
analizando cómo ciertas drogas son metabolizadas por el organismo, cuando
tomaron un gen del hígado humano y lo introdujeron en una bacteria, tan
sólo para ver qué ocurría. Sorprendentemente, la bacteria
se volvió azul, lo que les llevó a probar –por obra del
destino– introducir dicho gen en la rosa tradicional. Primero, el gen
actuaba a piacere, cambiando a veces la tonalidad del tallo, luego las espinas
y en algunos casos el de la flor. Así nació la rosa azulada, “santo
grial” de la horticultura, que, según estiman los expertos, desplazará
de su pedestal primero a las rosas rojas, y con el tiempo a las amarillas, malvas,
rosadas y blancas a la hora de conquistar el corazón de un ser querido.
Como era de esperar, apareció el pesimista de turno (un tal Peter Beales,
presidente de la Royal National Rose Society), quien declaró que “la
rosa azul será una novedad por un año o dos y luego, indefectiblemente,
desaparecerá en el olvido”. Esto no es serendipia, parece más
bien envidia.
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