Sábado, 26 de febrero de 2005 | Hoy
FINAL DE JUEGO
Por Leonardo Moledo
–La verdad –dijo el Comisario Inspector– es que la idea de que la inducción se produce antes y no después de los experimentos no deja de ser interesante. Recapitulo un poco: yo recordé que el mismo Newton sostenía un enfoque experimentalista: que se hacen experimentos que luego se extienden por inducción, pero que este enfoque es poco satisfactorio, ya que, por un lado, la selección de los datos requiere alguna teoría previa, lo cual significa que, si hay inducción, hay inducción posterior a la teoría que preside la selección de los datos.
–Y esa teoría puede derivarse de factores exógenos a la ciencia –dijo Kuhn–, factores culturales, religiosos, o económicos.
–Con el inconveniente de que la inducción no garantiza la verdad –dijo el Comisario Inspector–, y que la inducción forzosamente se hace sobre un número finito de casos. Esta postura encaja con la idea de que la ciencia es siempre provisoria; como se induce sobre un número finito de experimentos, el número de experimentos puede aumentar, y dar así representaciones más fieles del mundo. Pues bien, mi postura era que hay un momento de inducción previo a los experimentos o, por lo menos, a los experimentos modernos, que es el siguiente: el experimento moderno se construye de tal modo que en él se ve (o se cree ver) “el fenómeno puro”, y había puesto como ejemplo la caída en un tubo de vacío. Pero ese experimento está construido de tal modo que representa todos los experimentos posibles, en cualquier momento y lugar. En suma, que en realidad no se trata de un solo experimento sino de infinitos experimentos. Y esa inducción, previa al fenómeno, sí conserva la verdad, y es lógicamente válida. Ahora, ¿cómo puede ser que un proceso de inducción sea verdadero? O bien no se trata de una verdadera inducción, o bien se induce sobre un conjunto, aunque infinito, de elementos idénticos. –O bien se trata de una tautología –dijo Kuhn–, como si yo dijera: bueno, he visto siete conejos blancos... de allí induzco que todos los conejos que sean idénticos a cualquiera de ellos son blancos. De allí mi objeción: esa inducción previa se basa en una hipótesis previa; el espacio y el tiempo son homogéneos, hipótesis que de ninguna manera es trivial. Por ejemplo, el universo aristotélico no era homogéneo, y de un experimento hecho en el mundo sublunar no se podía deducir nada relativo al mundo supralunar.
–Pero sí al mundo sublunar –dijo el Comisario Inspector.
–Ese es un truco –dijo Kuhn–. Lo que pasa es que la primera hipótesis que sale de la revolución científica (y en esto se diferencian Copérnico y Galileo) es justamente la homogeneidad del espacio y el tiempo euclídeos. Es un espacio y tiempo geométrico, matemático y, por lo tanto, homogéneo, y entonces sí se puede llevar a cabo esa inducción previa.
–Bueno –dijo el Comisario Inspector–, pero son hipótesis muy básicas, casi hipótesis que quedan fuera de la ciencia o, dicho de otra manera, previas a la ciencia.
–Eso es jugar con trampa –dijo Kuhn–. Si una hipótesis determina la metodología de la ciencia, no queda fuera de la ciencia.
–Hay que seguir pensando este asunto –dijo el Comisario Inspector–. Pero es interesante que coincida con nuestras categorías mentales; y a propósito de eso yo decía que para encontrar la ley de la caída de los cuerpos o, mejor dicho, la ley que establece que en el vacío todos los cuerpos caen de la misma manera, no es necesario hacer ningún experimento.
¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Quién tiene razón? ¿Y creen que hay que seguir pensándolo?
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