Sábado, 16 de septiembre de 2006 | Hoy
FINAL DE JUEGO › FINAL DEL JUEGO
Por Leonardo Moledo
–Estuve leyendo sobre las brujas, la brujería y la caza –dijo el Comisario Inspector– y la verdad es que no se puede abordar el tema sin un estremecimiento de horror.
–Por empezar, las cifras –dijo Kuhn.
–No hay una estimación clara –dijo el Comisario Inspector–, pero las cifras van desde quinientas mil a nueve millones de personas, aunque ésta última cifra parece exagerada, ejecutadas en dos siglos.
–Las quemaban vivas.
–Sí –dijo el Comisario Inspector–, después de torturarlas de las maneras más horribles hasta que ellas (porque la mayoría, el 90 por ciento eran mujeres) confesaban todo lo que los inquisidores querían que confesaran. Había un manual de torturas (el Malleus Magnificarum o El martillo de las brujas) en el que se describen las cosas más horripilantes con lujo de detalles: cómo hay que estrujar los huesos, etcétera.
–Supongo que muchas confesarían apenas empezaban a torturarlas.
–No sólo eso. Según el manual, primero se les mostraban los instrumentos de tortura, ante los cuales algunas se aterrorizaban de tal manera que confesaban inmediatamente las cosas más extravagantes, como haber volado con escobas, haber copulado con el Diablo y así. Pero lo que no sabía en que ahí no terminaba la cosa, porque no alcanzaba con confesar, además había que dar nombres y, entonces, la segunda fase del interrogatorio consistía en torturas indescriptibles para que la “bruja” denunciara a quienes habían compartido con ellas las orgías diabólicas. Como es de imaginar, decían cualquier cosa.
–Realmente, fue una cosa espantosa, porque además tengo entendido que la familia de la “bruja” tenía que pagar el costo de la ejecución –dijo Kuhn.
–Así es. Se conservan todavía “facturas”, en las que figura el precio de los haces de leña, y hasta el vino para los verdugos.
–Fue una especie de histeria colectiva –dijo Kuhn– que duró dos siglos.
–Sí, pero también era un gran negocio, porque los bienes o parte de los bienes de la bruja o de su familia pasaban a los inquisidores como “honorarios”. O sea que a los tipos les convenía condenar y condenar y condenar. Además, es curioso cómo espíritus refinados y científicos de la época, como por ejemplo Jean Bodin, un humanista ilustradísimo, cuyo libro sobre la República se considera el antecesor de El espíritu de las leyes de Montesquieu, incitaba a la quema de brujas.
–Uno se pregunta cómo pudo haber ocurrido semejante cosa en siglos “ilustrados” –dijo Kuhn–, pero no tenemos que olvidarnos de que ocurrieron también en el siglo XX, y no me estoy refiriendo precisamente a la caza de brujas del macartismo.
¿Qué piensan nuestros lectores? ¿A qué se está refiriendo Kuhn?
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