FINAL DE JUEGO
Donde el decano sigue haciendo de las suyas y se habla de Paolo Sarpi
Por Leonardo Moledo
Caminaba Kuhn por estentóreos recovecos, ornados con fotos trucadas del decano: el decano besando niños, el decano bautizando y circuncidando bebés, el decano en un bar mitzva, el decano abrazado al presidente de la república, el decano navegando, bailando, nadando, cantando, ascendiendo al cielo junto a Watson y Crick. Era una burda imitación de Murillo, pero la facultad practicaba una decanología exasperante. El Ojo de Horus, pensaba Kuhn, vigilaba todo, nada escapaba a su vigilancia obsesiva.
El departamento de geología parecía un reducto olvidado, donde se acumulaban las piedras, compactas, aherrojadas, desquiciadas por las presiones terrestres, capaces de transformar el burdo carbón en delicado diamante, el plancton ancestral en petróleo patagónico, las mismas piedras que nacían en las honduras del mar, filtrándose desde el manto olvidado, sagrado, que pulula debajo de una corteza inerme e ingenua, ¡triste pedazo de roca solidificada que flota con irresponsabilidad sobre los abismos y las simas tectónicas! Y es que el departamento de geología era previo, anterior a todo, pura empiria inicial que permitiría todo lo demás, despreciaba las artes efímeras de la decoración y el fotomontaje, las nobles artesanías informáticas, la agudeza observacional de la biología, la etérea nube meteorológica; el departamento de geología se ocultaba, se escabullía, sabiéndose el sostén de todo lo demás; sin geología, ¿qué sería de la evolución de las especies, de la complejidad de la física, con sus experimentos terrenales? Sólo las matemáticas quedarían, platónicas e inaccesibles, emergiendo, como las simetríadas de Stanislav Lem, del océano primario de Parménides.
Pero allí estaba el físico: le habían dado quince puñaladas y un estilete estaba hincado en su cabeza, de tal forma que entraba por su sien derecha y salía por su mejilla izquierda; había sido atacado del mismo modo que Paolo Sarpi, amigo y protector de Galileo, en la República de Venecia en 1607. Pero increíblemente, Paolo Sarpi había sobrevivido (como para ayudar a Galileo, tres años más tarde, a ganar una pequeña renta con su telescopio, mediante las malas artes de la burocracia) y el físico no. Sus ojos estaban abiertos y fijos. Ojos avizores, ojos afectos a lo eléctrico y a lo mecánico, a lo relativista y a lo cuántico, a lo interno y a lo externo, a la estructura y a la superestructura, ahora no miraban ya nada. Un reguero de sangre enchastraba el piso, salpicando las paredes decoradas con fotos del decano, vestido con toga imperial. El Ojo de Horus parecía muy zonzo así, con la pose de Augusto y la mancha de dulce de leche en el bigote.
El químico había olido la sangre y le gustaba, ya que la sangre es química pura, esencia transmutada, alquimia precisa de la respiración. Observaba y señalaba el cadáver con frecuencia y fruición, su rostro. Y Kuhn lo comprendió.
Era un rostro oriental. El Ojo de Horus parpadeó y una lágrima de dulce de leche se deslizó de su bigote a los labios.
¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Quién mató al físico y por qué de esta manera? ¿Y quién era Paolo Sarpi?