FINAL DE JUEGO
Final de juego
Donde un juglar canta las glorias del decano y se plantea un enigma de estricta puntualidad
Por Leonardo Moledo
Seguían allí, los dos. Pasó un pobre hombre, empujando un carrito, donde se acumulaba, en inmensos tambores, el dulce de leche, que perfumaba la antecámara del decanato.
–El gran chambelán de la Orden del dulce de leche –aclaró la secretaria del decano– tiene la alta misión de restaurar la lágrima de dulce de leche de su bigote. Cada vez que lo adulan, el decano se relame, y el dulce de leche se disuelve en su sacra saliva –la secretaria se asombraba de que ni el Comisario Inspector ni Kuhn se inclinaran de asombro ante la mención de la saliva del decano. Cuando en ese momento llegó un hombre vestido con ropas de juglar medieval, con un gorro de cascabeles que saltó y dio vueltas sobre sus manos. La secretaria ni lo miró, pero igualmente el juglar saludó alegremente.
–¡Nobles caballeros! ¡Divina dama! ¡Tened todos un buen día! ¡Héme aquí, bufón y juglar del decano, poeta oficial de la facultad! ¡Componiendo estoy un himno al Ilustre Señor que conmoverá a propios y ajenos, que cantarán todo en el consejo directivo! ¿Queréis escucharlo?
La secretaria no dijo nada, consciente de la peligrosidad de negarse a escuchar un himno al decano en presencia de extraños, y luego emitió un “sí”, completamente inaudible. Kuhn y el Comisario Inspector se mantenían expectantes.
–Escuchad, nobles señores míos, bellísima dama. Son sólo fragmentos, como aquellos que el divino Virgilio recitó al gran emperador, no obstante menos grande que mi amo, decano y señor –empuñó la mandolina y cantó:
Oh tú, Decano mío, generoso y magnífico
¡eres capaz de dirigir un frigorífico!
Un espasmo de arrobamiento recorrió a la secretaria, que empezaba a entrar en trance, aunque el trance muy bien podía ser fingido. Y el juglar siguió:
Decano, amo, señor, tan parecido a Luis Catorce
¡tú inventaste el código Morse!
La secretaria temblaba y el juglar arremetió por tercera vez.
Decano, amo, señor, platónico, órfico
¡eres antropomórfico!
–¡Increíble! –dijo la secretaria, y se desmayó ante tanta belleza. El juglar se metió en el decanato.
Kuhn no parecía tan convencido: –Me parece un poco primitivo –dijo–. Esas rimas... magnífico con frigorífico, catorce con Morse, son por un lado muy fáciles, pero no denotan mucho ingenio... La verdad, no me convencen, y hasta me parece advertir un fondo de sarcasmo...
–No sé –dijo el Comisario Inspector–. Pero puedo afirmar que el decano se desmayará de placer. Como cualquier adicto a la adulación, esos versos detestables sonarán a música en sus oídos.
Hizo una pausa y después dijo: –Es curioso. Es increíble cómo esta gente autoritaria, ambiciosa se encarama en sus puestos, una y otra vez, sólo gracias a sus enemigos, que no ven su flanco débil. Quizá sea el misteriodel poder. La verdad es que si sus enemigos, que en la facultad son muchos, se dieran cuenta... –pareció que iba a agregar algo, pero en vez de hacerlo, planteó un enigma: la secretaria del decano sale de su casa a las 2 para un encuentro con su amo a las 4, y maneja a 40 kilómetros por hora. Pero justo en la mitad del trayecto, su señor la llama y ella comprende que se equivocó de hora, de tal manera que, para llegar a tiempo –y el decano exige puntualidad total– deberá hacer un promedio de 80 km/hora durante todo el viaje. ¿A qué hora tenía que llegar?
¿Qué piensan nuestros lectores? ¿A qué hora tenía que llegar? ¿Les gustan los fragmentos del himno al decano?