Hijos del contrabando
–¿Cómo entraban los productos de contrabando, si es que Buenos Aires no tenía puerto?
Schavelzon: No había puerto, pero sí había. A ver si me explico, había una explanada y un pequeño muelle. Lo que no había era un puerto abierto legalmente, el puerto como institución. Los barcos usaban dos mecanismos. Uno era el “arribo forzoso”: se acercaba el barco y venía un bote con alguien que decía “necesitamos entrar, nos estamos hundiendo” y la autoridad dejaba entrar así al barco. Esto, por supuesto, era un mecanismo corrupto. El otro mecanismo era que el barco parara allá a lo lejos, en sitios lejanos y selváticos como Palermo o las barrancas de Parque Lezama, y bajaban los lanchones y unos carros entraban a la ciudad. No hay nada más fácil que hacer las cosas mal, cuando además la autoridad hace la vista gorda.
Silveira: Es más, en 1650, llegó un viajero francés (disfrazado de español porque era algo así como un espía del rey Luis XIV de Francia) en un “barco con licencia” y ve con asombro en el puerto de Buenos Aires –un puerto sólo para “arribos forzosos”, recuerden– que había 23 barcos. 21 barcos holandeses y 2 ingleses, que se iban cargados de plata labrada, cueros y grasas. Es interesante comentar eso de las “licencias especiales” que otorgaba la corona española. Era así: se podía comprar una licencia real por 200.000 pesos fuertes, para tener permiso y así mandar un barco cargado con un peso especificado. La cuestión es que llegaban con hasta cinco veces más de peso a Buenos Aires, donde tenían que pagar una multade otros 200.000 pesos fuertes. La corona española estaba encantada, porque cobraba por duplicado; en Buenos Aires estaban también contentos porque todos participaban del negocio, desde el gobernador hasta el último soldado que vendía los artículos en las pulperías.