Dos vidas arqueólogicas
Mario Silveira: Cuando termina el festín
Nació en Bariloche, se crió en Buenos Aires y se recibió de doctor en Química en La Plata. Pero allí apenas comenzaban sus viajes. A poco de cumplir los 40, se inscribió en la carrera de Antropología de la Universidad de Buenos Aires, para dedicarse a la arqueología. Recorrió gran parte del área pampeana y el norte de la Patagonia estudiando la vida azarosa de los primeros habitantes de nuestro país. Como titular de Prehistoria Americana y Argentina I, Silveira se especializó en el estudio de la etapa de cazadores-recolectores. Y lo atrapó la zooarqueología (“la investigación de las fuentes de subsistencia, a través del estudio de los restos de animales y, ocasionalmente, también de restos vegetales”, en sus propias palabras). Es decir, que su trabajo empieza cuando termina el festín: Silveira analiza los huesitos que quedaron en los platos, los fogones, los pozos de basura. Silveira lleva estudiados unos 60.000 restos óseos rescatados de las entrañas de la ciudad.
Daniel Schávelzon: Excavar el asfalto
Daniel Schávelzon empezó a estudiar en el ‘68, época de Onganía y de despertares juveniles. Le interesaba el pasado de la ciudad y, por entonces, sólo la Facultad de Arquitectura le ofrecía vistas del paisaje urbano que anhelaba. Apenas recibido, en el ‘76, viajó a Ecuador a enseñar y aprender en la Universidad de Quito. Allí comenzó a pisar fuerte en el terreno de la arqueología urbana. Después recaló en México, donde finalmente se doctoró. Fueron ocho años de mucho trabajo, excavaciones, análisis, publicaciones en revistas internacionales, libros. Volvió al país en el ‘84, en la primavera alfonsinista. Entró en el Conicet y recorrió varios institutos buscando refugio seguro para su trabajo.
En tren de regresos, se estableció en Arquitectura, donde fundó el Centro de Arqueología Urbana (CAU). Y en 1996 –con la primera elección democrática de autoridades en la Ciudad de Buenos Aires– comenzó a colaborar en el Gobierno de la Ciudad. Hoy es un referente indiscutido en su especialidad, que tiene algo de la arqueología tradicional –exige excavar, recoger piezas, restaurarlas, situarlas en el tiempo– y algo de bombero: su equipo sale a las corridas detrás de cada demolición u obra potencialmente interesante.
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