El desafío en el que se embarcó Brasil tiene numerosas aristas. Una no menor es seducir a un público exigente y algo caprichoso que está acostumbrado a la jaula de oro que le ofrecen las grandes corporaciones. Para los más tecnológicos, aplicaciones que hace pocos años ni se imaginaban hoy parecen imprescindibles. La suite de programas de Google o Apple, desde correo electrónico o calendario, pasando por la lista de tareas, archivos compartidos y demás herramientas alojadas en la nube, han logrado generar la sensación de que siempre tenemos todo a mano. Eso, sin mencionar la ubicuidad que nos da un sistema operativo como Android (con más del 60 por ciento del mercado en 2012 y creciendo), que es gratuito y libre, pero que nos condiciona a utilizar una cuenta de Gmail para poder explotarlo realmente. Algo parecido podría decirse de los servicios de Apple y otros. Es probable que la mayoría se pregunte qué importancia tiene que nos espíen un poco si ofrecen tanta comodidad.

En este contexto, parece poco probable que un servicio de correo electrónico seduzca a las mayorías por muy seguro que sea. Como mínimo, necesitarán un sistema operativo para celulares que sea confiable, que cuente con múltiples aplicaciones y una buena campaña de difusión. Hay que decir que ya existen algunos sistemas operativos para celulares que no generan “jaulas de oro” sino que son más abiertos, como el Firefox OS o el Ubuntu phone (ver Futuro del 19/1/13). El primero de estos dos ya es utilizado por varias compañías de celulares que optaron por sistemas operativos realmente abiertos en lugar de seguir arreando gentilmente a sus clientes hacia los grandes monstruos del Silicon Valley. La ventaja principal es que sus estándares abiertos están pensados para que cualquier aplicación pueda funcionar allí y que pueda dialogar con aplicaciones de otras empresas.