Sábado, 28 de junio de 2014 | Hoy
Todo comenzó el 15 de octubre de 1997. Y fue el resultado de la poderosa alianza científica entre la NASA y la ESA, la Agencia Espacial Europea. Aquel día, y después de varios años de desarrollo, el fruto de esa alianza despegó con destino a Saturno –desde el Centro Espacial Kennedy, en Florida, Estados Unidos– a bordo de un cohete Titán Centauro. Era una sonda robot doble, tan sofisticada y costosa (3200 millones de dólares) como compleja y pesada (3500 kilogramos). Fue una de las apuestas científicas más osadas de todos los tiempos. La “nave madre”, Cassini, tenía como objetivo principal la exploración profunda de Saturno (atmósfera, campo magnético, estructura interna, etc.) y su enorme y complejo sistema de anillos y lunas. Y llevaba adosada una minisonda, la Huygens, que en enero de 2005 tocaría la mismísima superficie de Titán, el más grande de los satélites del planeta (ver nota principal).
Los nombres de ambas naves merecen un párrafo aparte. Fueron tomados de dos próceres de la astronomía del siglo XVII: el franco-italiano Jean Dominique Cassini (1625-1712) y el holandés Cristiaan Huygens (1629-1695). En 1656, Huygens fue la primera persona que observó con claridad los famosos anillos de Saturno. Y ese mismo año descubrió Titán, la mayor luna del planeta. Más tarde, en 1675, Cassini observó una zona de aparente separación en los anillos, desde entonces conocida como “División de Cassini”. Además descubrió varios satélites más: Japeto, Rea, Dione y Tetis.
La trayectoria de Cassini-Huygens fue larga y complicada, porque incluyó ocasionales y estratégicos acercamientos a Venus (1998 y 1999), a la Tierra (1999) y a Júpiter (2000). Cada uno de esos encuentros le sirvió para ganar velocidad y marchar en la dirección correcta (una maniobra conocida como “asistencia gravitatoria”). Finalmente, y tras recorrer unos 3500 millones de kilómetros (en una trayectoria no lineal), la intrépida nave doble llegó al planeta el 1º de julio de 2004. Y así cerró el largo paréntesis que había quedado abierto desde 1981, cuando la Voyager 2 se despidió del planeta anillado. Aquel día la nave encendió su cohete principal durante una hora y media, desacelerando su alocada velocidad previa hasta unos “escasos” 2200 km/hora. Y así se entregó a la poderosa gravedad de Saturno: desde aquella maniobra de inserción orbital, la sonda no hizo más que dar vueltas y vueltas alrededor del gigante, sus anillos y su cohorte de lunas. Y de eso, nada menos, hoy se cumplen 10 años.
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