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¿Cuándo decimos que una escultura es armónica, proporcionada, bella en suma? En la civilización occidental, existió una justificación estética tradicional, que fue resucitada en el Renacimiento italiano. Y esta razón secreta era matemática: la proporción áurea, base de la perfección, se debía a un número de oro. En los egipcios y en los griegos, la clave era geométrica, se hallaba en la división armónica de una recta, donde el segmento menor es al segmento mayor como éste es a la totalidad de la recta. El número de oro cifra aritméticamente esta relación geométrica.
Los griegos, como después los renacentistas, eran antropocéntricos, y encontraron la proporción áurea en la anatomía humana. En los recién nacidos, el ombligo divide el cuerpo en dos partes iguales; en un joven adulto, el ombligo divide al cuerpo en dos segmentos desiguales, pero que respetan la misma proporción o sección áurea con respecto a la altura. Las esculturas y construcciones arquitectónicas que eran consideradas más bellas estaban basadas justamente en estas concepciones.
Según la tradición, el conocimiento de la proporción áurea pasó de Egipto a Grecia y de allí a Roma. Los griegos llamaron simetría a la cadena de relaciones de ritmo armónico, pitagórico y platónico, adoptado para el arte del espacio. Se tomó, también, al hombre como modelo. Los Elementos de Euclides son una de las primeras fuentes documentales relevantes sobre la sección áurea, en donde se dedican varias proposiciones a la división de una recta en media y extrema razón. El arquitecto romano Vitruvio estableció posteriormente una afinidad entre el hombre y las figuras geométricas, al descubrir que el hombre de pie con los brazos extendidos puede inscribirse en un cuadrado; y si separa sus piernas puede inscribirse dentro de un círculo, que tiene como centro el ombligo. En un famoso dibujo de Leonardo, un hombre desnudo ilustra esta relación.