RAMOS GENERALES
Lo primero es la familia
La declaración de la Academia de Pediatría de los Estados Unidos es clara: tener dos padres reconocidos legalmente –o madres, o uno y una, hay que tener en cuenta que en inglés la paternidad y la maternidad comparten una única palabra sin género– es una “seguridad” que todos los niños merecen. No importa si los dos en cuestión son gays o lesbianas, a veinte años del primer baby boom queer ya no se duda de “la evidencia de que los niños de padres homosexuales pueden tener las mismas ventajas en materia de salud, adaptación y desarrollo que los de padres heterosexuales”, como declaró esta academia que reúne a 55 mil pediatras. La diferencia, en definitiva, la hace la pareja, dos personas embarcadas en la misma aventura de criar hijos, y con la misma responsabilidad: “Esto tiene que ver realmente con las necesidades de los niños”, asegura la academia en cuestión. En estas latitudes, la noticia mereció la cobertura de casi todos los medios, aun con la omnipresencia de la crisis; claro que fue un lugar común escuchar la pregunta sobre cuántas posibilidades tenían los hijos de padres o madres gays o lesbianas –¡qué extensa es la corrección política!– de ser también ellos gays o lesbianas –o travestis o transexuales o bisexuales-, como si aquellos padres hubieran nacido de un repollo o de útero de plástico, la última amenaza científica en materia de reproducción. Las conclusiones locales parecen augurarle larga vida a la homofobia.