DISEÑO: CATEDRA SALTZMAN
Fadu 2002
En otras décadas se iba a la facu luciendo ropa que parecía diseñada para ponerle los pelos de punta a la institución. Ahora, a realizar diseños heterodoxos se aprende en los claustros. Una reciente muestra en Palermo permitió ver de todo: desde modelos con formas de ciempiés hasta vestidos para transformar según el estado de ánimo.
Por Victoria Lescano
El primer gran show del estilo universitario fue una tarde de diciembre en que las gradas del Hipódromo de Palermo mutaron en pasarela: los burreros fueron reemplazados por seguidores de la moda, y alumnos de la cátedra Saltzman de la Carrera de Indumentaria de la Universidad de Buenos Aires mostraron sus colecciones 2002.
El segundo fue en el Club Niceto un domingo por la tarde, cuando los alumnos de la cátedra Fiorini, otros emergentes de la FADU, mostraron prendas ready to wear y recreaciones de vestuarios cinematográficos.
Entre las pasadas del Hipódromo hubo hipotéticos uniformes para el Malba -celestes y tan luminosos como esa construcción los trajes de camarera con sacacorchos y demás utensilios adosados a la superficies sin dudas causarían sensación en el bar-bistró de esa entidad–, una colección de moda masculina rapper y chic, donde los cargo pants de las últimas temporadas fueron reemplazados por jeans con múltiples tablas superpuestas, nuevas lecturas sobre la sastrería y también dúos de prendas escultura –algunas con apariencia de ciempiés y mariposas– dignas de producciones de cine fantástico pero también aparecieron citas a rarezas de viejos parques de diversiones como el gusano loco (una construcción de hojalata que aquí tuvo cuerpo de tela y ojos de placas de rayos X), acompañados de prendas posibles y aptas para lo cotidiano.
Los cruces culturales, al impacto de las tecnologías en la vestimenta y la ropa como elemento terapéutico. Hubo una línea de ropa transformable según el estado de ánimo que incluía piezas de puro algodón negro que se ensanchaban en días darkies y se volvía extrasmall para días extrovertidos -son sólo algunos ejemplos de las tesis centradas en “los aportes del diseñador a la sociedad” que irrumpieron en la pasarela.
En la primera fila, además de familiares y cronistas, los diseñadores consagrados, Jessica Trosman, Nadine Zlotogora y Mariano Toledo aplaudían los pases, además de comprobar sus influencias sobre las nuevas generaciones.
Andrea Saltzman, arquitecta y bailarina (integró ballets de Ana Itelman y María Fux) y dueña de un archivo documental con rarezas de la moda argentina –incluye desfiles de Grippo, Bunader, Baño, Kelo Romero y pases de los Varanasi en Paladium– se refiere a su método para formar diseñadores de indumentaria y el crecimiento de la figura del diseñador:
“En el 89, cuando empezó la carrera dentro de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, en la industria no había espacio para el diseñador, me acuerdo de que quienes estuvimos en el comité de formación de los programas de estudio lo comentamos con industriales y nos dijeron: ¿Es que acaso les van a enseñar a coser? El inicio coincidió con los asaltos a supermercados y otra gran crisis económica, ahora que el caos volvió estoy convencida de que la situación es distinta; el diseñador ya está instaurado y el empresario lo mira como aquel que puede abrirle las puertas para generar cambios en su empresa. Creo que el boom del diseño en relación con otras disciplinas responde a que aportan una miradaoptimista, plantea el deseo y situaciones de ajuste constantes, pero siempre acompañadas de ilusión y una mirada poética”.
Las prendas hábitat, transformables y las relaciones con el espacio y movimiento, los límites endebles entre portar y vestir están presentes en el discurso de Saltzman, quien destaca sobre el método propio: “Cada año incorporo nuevos lineamientos para la investigación, el último fue incorporar elementos de traumatología –en verdad descubrí todo un universo a partir de una operación de cadera de mi marido– y empecé a invitar a una terapista física a las clases. Los alumnos experimentaron haciendo ropa con tobilleras, rodilleras y todo lo que permite mejorar la postura, y varios lo aplicaron a una colección de ropa apta para el embarazo y posparto”.
Las jornadas de tardes de la cátedra Saltzman –Rosa Skific es su par en el área textil– combinan discusiones sobre la existencia de un hombre nómade, el personaje no tiene diferenciación de sexos y podría ser tanto un mochilero como un homeless (al que la docente ejemplifica con obras de Lucy Orta, una artista inglesa que hace construcciones portátiles asociadas tanto a una carpa como a un abrigo y sostiene que la ropa juega con la construcción de la identidad) y sobre la creación de ropa para jugar, de ella resultaron prendas infantiles derivadas de los básicos de la moda camping y con accesorios de cantimploras y bolsas portapiedritas
y canicas aptas para la ciudad tanto en verano como invierno.
“Hay que generar diseñadores que sean agentes culturales y no sólo operarios, porque el diseñador tiene que funcionar como un barómetro sensible a las situaciones que van a signar modos de consumo y desarrollar una mirada crítica, porque el error más grave de un diseñador es ser ingenuo en la gestación del discurso”, sostiene a rajatabla Verónica Fiorini, titular de la primera cátedra de graduados en Indumentaria –empezó en el ‘99 con 30 alumnos y en el 2001 los asistentes a sus clases ascendieron a 300–.
Su currículum incluye una previa incursión en la docencia en Medios Expresivos, Diseño de Accesorios y Análisis de Tendencias, la realización de vestuario para danza teatro. Vistió a los personajes de Té Verde y actualmente boceta los trajes del próximo espectáculo de Andrea Cervera y durante 1995 tuvo una beca de estudios en el London College, luego de ser finalista en el concurso del Rojas Moda y tendencia urbanas al sur con una colección de ropa infantil y prendas intrincadas citando laberintos borgeanos.
Ahora hace una línea de ropa junto a Anabel Wichmacki y su estudio de diseño incluye además a una especialista en gráfica y otra en industrial.
“En el ‘98 hubo un llamado a concurso y con la diseñadora textil Marisa Camargo armamos un proyecto partiendo de nuestra experiencia como graduadas y del paso por empresas. Decidimos que en el primer año el punto de partida fueran las relaciones entre la forma y la función que permiten a un diseñador resolver problemas y tomar decisiones. Para el nivel dos agregamos técnicas para combinar la función con tecnologías y en el último agregamos los valores simbólicos y así se integraron los cuatro ejes que cierran el discurso de diseño”, dice Verónica Fiorini, labios, uñas y pelo rojo carmín y quien podría pasar por algunas de las mujeres de catálogos de paper dolls que bocetan sus alumnos.
De los pases de la concurridísima noche en Niceto es de rigor mencionar Antinomia, una colección de Marina Casas que planteaba fusión de religiones –trajes que agrupaban al catolicismo, judaísmo, budismo zen e hinduismo, colecciones en homenaje a films– grandes éxitos del vestuario cinematográfico que van de Corre Lola Corre a Brazil, La lección de piano y Moulin Rouge. Kukla (by Magdalena Palandojoglo y Natalia Schuj) tomó una expresión de afecto de las abuelas griegas hacia sus nietas traducidaen viajes a arcones del pasado, rescatando crochets y ropa interior aunque para siluetas del 2000.
También hubo el viaje imaginario por trajes típicos de Perú, Bolivia y Ecuador destinado a posibles consumidores europeos y el trío de diseñadores Martín Anztizabal, Mariana Giudici y Sabrina Tagliaferro que redefinieron el cuerpo con simulaciones de tatuajes, piercing y piezas de acero a partir de la obra de Orlan –la artista que se somete a cirugías estéticas en parodia de los ideales de belleza– y una colección irónica del estilo americano propuesto por The Truman Show (allí las prendas de líneas recatadas y bellas se desvirtuaban cuando las modelos daban la espalda).
Fiorini resume los puntos indispensables en su método de enseñanza: “Siempre les digo que importa mirar a Chalayan, Mc Queen y Kenzo pero que un diseñador tiene que estudiar también la historia del traje. Así como cuando yo estudiaba nunca realicé más de cuatro prendas en la carrera, y en su mayoría trapos, ahora en primer año propongo que todos tengan su maniquí y estamos intentando incorporar las maquinarias necesarias para lograr que en la Facultad funcione un laboratorio como en todos los centros de moda del mundo. La realización de prendas para el desfile llevó un mes y medio, hubo colecciones de hasta veinte prendas, corregimos en taller las terminaciones y las miramos exhaustivamente por dentro, porque el objetivo es que cada diseño sea lo más parecido a un prenda lista para colgar y vender”.
Y sobre la función del designer, la joven catedrática reflexiona: “En el imaginario de mi época lo ideal era entrar a un marca y así fue como tuve la increíble experiencia de soportar en una empresa familiar que una nena de diez años –por supuesto la hijita de los dueños– se pusiera a corregir mi colección y dijera ¡no mejor esto no! En el paso por varias marcas encontré todo muy vacío de contenido y frustrante, más que dar espacio para generar nuevas formas parecía que mi rol se limitaba a cambiar el hilo o el botón de una prenda. La diferencia ahora está en que muchos alumnos –varios emigraron a España y Bélgica a intentar empezar con sus marcas– ya se abocan a su propia obra a pesar de las dificultades económicas y Palermo es un ejemplo de que puede haber un movimiento propio. Si bien parece superfluo pensar en la moda cuando pasan cuestiones tan graves, si todo se encarrilara hacia la construcción de una industria, tal como pasó en Brasil, se podría generar trabajo y cultura, que en verdad ése es el rol que debería tener el diseño”.