ESCENAS
Entre la poesía y el teatro, entre juguetes chinos y minimalismo gestual, Pizarniketas polígrafas es un homenaje a Alejandra Pizarnik y una apuesta al lirismo escénico.
› Por Alejandra Varela
Irse, pasar al otro lado. Dar vuelta la realidad y verla en miniatura. Internarse como un gigante en un universo de juguetes sin ceder a la infancia. Permanecer en una adultez insoportable para mirar desde la altura un castillo con luces falsas y sacar palabras de cada objeto, como si estuvieran encerradas o como si fueran capaces de hacerse oír mientras copian la voz de las muñecas, la grabación ahuecada de esos seres inanimados.
La poesía es algo que se encuentra en el cruce de unos diálogos dislocados, materia afectada por lenguajes múltiples, temporalidades que se cuelan para producir un enjambre, un zumbido de textos huracanados que nacen del histrionismo de su autora. Actuar es para Ana Granato algo parecido a una exasperación, a la brutalidad de hacer de cada pieza de su mundo minúsculo un personaje lanzado a la vida, contaminado por esa realidad que ella abandonó desde una juventud que no puede volver a la infancia sin tornarse macabra, sin contagiar algún reflejo de oscuridad y desencanto.
Hay que matar a Pizarnik y no inspirarse en ella. No es verdad que esta experiencia teatral se acomode a lo inevitable de su lectura. Se sumerge allí donde el lugar común es una placa de hielo para ofrecer una mirada fresca, que instala la risa donde cualquier suposición podría desembocar en la melancolía. Pizarniketas polígrafas se escribe y se dice desde un tono asocial, desde una emocionalidad que no está en el centro, que ha elegido la lateralidad para extraer del universo Pizarnik la piedra de la locura, una existencia en cinemascope.
No se trata de representar su poética sino de convertirla en pensamiento. De tomar su impronta surrealista y poblar la escena de muñecos. Fetiches en serie que van a escuchar el manifiesto donde el disfraz, la actuación clownesca, agregan un matiz de tensión. Es su manera de estar en escena, desmesurada, soltando un lenguaje que parece venir del inconciente, que se muerde y se corta, donde las palabras discuten entre si, donde los nervios se tornan capricho o el grito de una desterrada que no quiere hacer de su relato algo comunicable, la que demuestra que el valor de uso de un juguete es tan elástico e infinito como la subjetividad de quien lo opera.
Ana Granato lee La Bucanera de Pernambuco o Hilda la polígrafa y escribe para desentrañar ese mantra que la lleva a soltar una invocación frente a la réplica de Batman. No reproduce, encuentra en el texto de Pizarnik una poética que transforma en política porque el devenir del lenguaje, su manera de soltarlo y de hacerlo desbarrancar, es lo que produce otro pensamiento. Granato hace de su actuación un modo de desafiar toda lógica, de validar el azar con su sola presencia y de escarbar por momentos en la cabeza de un/a espectador/a que tal vez necesite entender para pedirle que se enrede en su mundo tan personal, donde los manifiestos son imposibles o se muestran inútiles porque ya son parte de la trama, del artefacto de la representación.
La protagonista encuentra en el efecto mecánico de una Minnie Mouse diminuta tocando la batería una irradiación de lo absurdo que en su exageración, pero también en la implicancia de la actriz, encuentra un instante de verdad. La chica hace política con juguetes, engranajes de lo industrial, marcas que pueden soportar cualquier punzada del lenguaje porque en su modo de estar vaciados hacen de su animación, de la fantasía de darles vida, un ejercicio arriesgado que subsiste gracias a que lo real siempre está allí como contrapeso, como exigencia, como la presencia del público que la actriz y el director tomaron como una pieza para intervenir.
Lo que podría haber sido un experimento cerrado se volvió acción. Y allí está de nuevo Pizarnik con su teatro donde los personajes escribían con la voz o donde la misma autora propuso sin jactancia detenerse en las fisuras, en los abismos, en esos trazados confusos que el lenguaje revela para ir más allá de lo poético, a su reverso, al otro vértice del espejo.
Pizarniketas polígrafas, escrita e interpretada por Ana Granato, con la dirección de Gastón Santos, se presenta los miércoles a las 21 hs. en El Extranjero.
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