VIOLENCIAS
El mediático Matías Alé y autodeclarado ferviente macrista, fue detenido esta semana, en momentos en que tenía contra el suelo y agarradas del cuello a su mujer y a su suegra: no es la primera vez que protagoniza hechos de violencia contra alguna pareja. La policía lo trasladó a una clínica mientras vociferaba el padrenuestro y esposado a una silla de ruedas para neutralizarle las patadas y los golpes de puño. Sin embargo los programas de chimentos, con respeto vidrioso, prefirieron dejar de lado la violencia de género para instalar la teoría de un brote místico-psicótico.
› Por Roxana Sandá
El tipo venía diciendo cosas que terminaban de pintarlo de cuerpo entero, casi con tinta indeleble. Que Dios era su faro, que estaba chocho con el Papa, que el Señor lo había guiado hasta su última mujer, María del Mar Cuello Moler, una promotora de 23 años que conoció en Carlos Paz. El día de su casamiento por civil se lo vio un poco sacado a Matías Alé, pero dicen que la felicidad hace al gesto, y él juraba a quien quisiera escucharlo en ese momento –pocos, a decir verdad; ni siquiera su madre se interesó en asistir a la boda- que su corazón había alcanzado ese estadío. La elegida hablaba nada y acompañaba menos, ni un sí ni un no a ese muchachón de metro ochenta que la instaba a contestarles a los periodistas. “Deciles que somos felices, deciles que me querés, ¡deciles que estás contenta!…” Algo empezaba a oler mal. Hoy, entre selfies de desnudos y primeros planos donde la mano de Alé sobre la cara de María sugiere un juego de asfixia que en nada se le parece a un ensayo erótico, ella sigue clausurando cualquier hendija que muestre a su enamorado siquiera como un personaje de pocas pulgas, aunque aquel 1 de octubre lo observara con cierta impresión mal contenida, como si en el aire flotara una verdad de Perogrullo: “dónde me metí”. No hay nada que hacerle, esas epifanías suelen revelarse en el segundo posterior a la condena.
Un mes y una madrugada después, otra fuerza pero no divina es la que encuentra en su departamento de Las Cañitas a Juan Matías Ale Eslaiman, de 38 años, agrediendo físicamente a María del Mar y a su madre, Nancy Moler, de 54 años. En el acta labrada en la comisaría 31° por “lesiones, atentados y resistencia a la autoridad”, se lee que el personal policial “arribado al lugar, observa al imputado sosteniendo contra el suelo a las damnificadas, agrediéndolas físicamente, tomándolas del cuello”. Las mujeres no quisieron asistencia médica, prometieron prestar declaración testimonial durante la mañana del martes e hicieron constar su intención de radicar la denuncia, siendo víctimas de golpes y maltratos “por parte de este masculino, dejándose constancia que al momento del arribo del personal interventor poseía un estado de excitación”. Horas más tarde, María del Mar salió de la comisaría y dijo ante las cámaras “Me parece que deberían dejar de inventar tantas cosas. No tengo nada que denunciar. Matías tiene un pico de estrés”. El abogado del detenido-internado, Guillermo Pelozatto, reafirmó “que todo está enmarcado en un problema de salud. No hay denuncia ni hubo violencia”, y desmintió la información difundida según el acta policial. “No constan agresiones.” Se sabe que en el ciclo espinoso de las violencias las víctimas no denuncian y que en infinidad de casos pasan años hasta que dan ese paso, si es que alguna vez se atreven a hacerlo. Pelozatto es buen botón de muestra de una cadena judicial argentina que suele borrar con el codo y la mano las violencias de género e intrafamiliares contra las mujeres y su entorno, beneficiando al violento con argumentos que siguen siendo celebrados en los estrados, como las emociones violentas y demás reacciones afines. No hace falta ser un monigote famoso para percibir esas concesiones: el corporativismo judicial machista y patriarcal logra mover engranajes impensados hasta lograr que la balanza se incline por el varón. Ni qué decir si el sospechado es el todoterreno Alé, ex candidato a concejal de Aldo Rico por San Miguel en 2003, admirador del Che, actual defensor ferviente de la candidatura presidencial de Mauricio Macri, sex toy preciado en los noventa y maestro de ceremonias en casamientos y cumpleaños de 15. Un busca simpático de infancia dura y espalda marcada por los cinturonazos que le daba su padre violento, pero que la fuerza de la resciliencia sacó de aquel yugo para ponerlo en el camino estelar de Graciela Alfano.
La bailarina Silvina Escudero, otra ex que tuvo que huirle a tanto cachetazo, confirmó días atrás que “a mí también me agarró del cuello. En su momento, mi papá quiso hacer la denuncia y se lo prohibí. Es una situación de vulnerabilidad total, en el que te sentís indefensa y no sabés a quién llamar”. Escudero rememoró una postal similar, inmovilizada por su novio, al parecer un convencido de que la vida al ras del suelo también merece ser vivida.
Cuán revelador sería entonces descubrir por qué desde algunos nichos comunicadores se intenta desviarle el rumbo al mensaje o, lo que es evidente, alivianarle al victimario una ostensible mochila de piedras desfigurando la cuestión con síntomas bipolares, diagnósticos de brotes psicóticos e incluso generando rumores sobre algún insondable trance místico, producto de una secta que le habría succionado el cerebro. Si hasta en una de las ambulancias que lo trasladaron y gracias a las gestiones de la panelista de Intrusos, Marina Calabró, se encontraba un evangélico conocido en los medios como “el pastor Manuel”, quien se encargó de asegurar que “Matías es un hombre espiritual y sensible, y las personas sensibles reciben el impacto de las vibraciones que lo rodean. Hay un clamor o invocación en él”. Conductoras y conductores de noticieros de medios hegemónicos que transmitieron la marcha de #NiUnaMenos con las voces quebradas por la emoción, hoy agitan teorías esotéricas que les bajan el precio a las agresiones cometidas por Alé con comentarios del tipo “para Matías fueron días muy movidos desde lo emocional” o “hace tiempo que actuaba en forma extraña”. No son las formas, estúpidos. Son las violencias. Y hay que denunciarlas.
Para denuncias, consultas y/o asistencia por violencias de género: Línea 144.
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