Viernes, 6 de noviembre de 2015 | Hoy
EL MEGáFONO II
Por Luciana Peker
Conchuda. Resentida. Tapate las tetas. Vagina 12. Gorda. Fea. Horrible. Los insultos en twitter, es cierto, son moneda corriente de una campaña del miedo que critica a quienes se supone hacen campañas del miedo a Mauricio Macri. Pero el miedo no es solo una sensación cuando todas las palabras de la primera línea de esta nota aparecen en las notificaciones. Es una amenaza y es una provocación. El miedo tiene, además, responsabilidad política. Y se ensaña no con las ideas, las palabras, las miradas o las diferencias –¿hay que aclarar que siempre legítimas?– con una nota periodística, sino con el cuerpo de quien escribe.
El suplemento Las/12 tiene 17 años y hace 17 años que escribo –con enorme orgullo, pasión, libertad, pluralismo y compromiso– en este suplemento que abrió la puerta de la denuncia a la violencia machista en Argentina e instaló debates sobre abuso sexual, trata de personas, anticoncepción, violencia obstétrica, clandestinidad del aborto, desigualdad salarial, publicidad sexista, diversidad y políticas de cuidado cuando en la agenda pública nadie asomaba a mirar las diferencias de género y, mucho menos, como parte central de las noticias mediáticas.
Desde la primera vez que escribí en la revista de mi centro de estudiantes “La puñeta” escribo poniendo el cuerpo –y no sin benditas contradicciones y muchos dardos sobre la piel– de reivindicar el goce prohibido de putita golosa para que los placeres no sean prohibidos y el deseo femenino se calce en fucsia, se monte en risa y se permita el disfrute elegido. Cada mujer –parece un ABC decirlo– elige qué rituales y sacrificios y goces le placen con su cuerpo: si comer, si privarse, si andar en cinta, si jugar al tenis, si estirarse en yoga, si pintarte de rojo, si hacerse las tetas, ponerse una minifalda o taparse en burka. Y por esa libertad de cada una para gozar de su propio espejo con desparpajo y placer es que peleo y escribo, también, con mi cuerpo, que no juega a las escondidas. Pero no es blindado. Y está rabioso de pagar con agresiones físicas la inmaculada libertad de expresión.
El perfil “La calladita”, sobre María Eugenia Vidal (y, mucho más, sobre la mirada de “Clarín” y “Noticias” sobre Vidal), publicado en Las/12 la semana pasada, generó un debate que siempre es bienvenido y posible. Pero no las agresiones machistas, jodidas y –finalmente– censoras de quienes, en nombre de la libertad, hacen que se esfume la libertad para escribir frente a un pelotón de artillería en donde la mira está puesta en si está (estoy) buena –para decirle(me) puta– o no está (estoy) buena –para decirle(me) gorda– a quien escribe.
Es un espacio trascendente que, por primera vez, una mujer llegue a gobernar la Provincia de Buenos Aires. Desde el marketing PRO, la revista Gente, el diario Clarín, el diario Perfil y la revista Noticias resaltaron que calla más de lo que dice, que es “Heidi” y que bajó diecisiete kilos (bienvenida su decisión, su deseo, su esfuerzo y su gusto por su propio cuerpo). Por supuesto, el problema no es que sea flaca, que adelgace y ni siquiera que los medios lo cuenten. Pero –para mi mirada crítica de la uniformidad corporal– sí que se nos quiera hacer creer, como alegan fuentes macristas, que la capacidad de adelgazar tiene un valor similar al de sobrevivir a la guerra.
El resaltador sobre su nuevo look fue una construcción mediática. Por ejemplo, en la nota “Faschion emergency. Vidal busca renovar su estilo en pos de 2015”, del diario Perfil, del 15 de junio del 2013, se consultaba a Vidal, Fabián Medina Flores, el fallecido Jorge Ibañez y la peluquería Mala, entre otros asesores de imagen. Y no es novedad –ni está mal– que el marketing político y el deseo femenino se conjuguen en una mejor imagen pública. Sí es engañoso acomodar el fashionismo político al molde de lo que el círculo rojo pretende de una mujer con poder. En la editorial “María Eugenia y Cristina: ¿Cuál de las dos es más de derecha?”, de Clarín, Ricardo Roa, el 27 de octubre bendijo un (supuesto) no maquillaje: “Con su cara lavada, María Eugenia es el rostro del cambio”. En cambio, en la nota de Perfil, Vidal había dicho: “Me pinto yo, así que es toda mi responsabilidad”.
Vidal llegó y subió a la política apadrinada por Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta, pero no es un invento de ellos. Tiene peso propio. Y los elogios de sumisión son tan peligrosos como salvavidas de plomo. Reconocer sus méritos, en cambio, y su autoridad no. El machismo acecha.
El ex candidato a Vicepresidente de la UCR en las PASO Lucas Lach no es un tuitero anónimo. Pero no dudó en desatar ataques contra mi opinión sobre Vidal abusando de un saber extra textual: mi gusto –confeso– por la Coca Light. Sus chicanas que –conocido el mundo virtual– él hacía en tono canchero fueron seguidas por una horda de tuiteros cada vez con más saña. “¿Pero no estas en contra de adelgazar Luciana, para que tomas light?”, fue el comienzo. Supongo que después de un intercambio extenso sobre mis gustos líquidos y su recomendación para que me sume a su dieta “paleo” no vio los dardos sobre mis tetas. Pero en el tuit “Horrible tu sonrisa, reflejo de tu alma, podrida” lo arrobaron. Y no le pareció repudiable lo podrido del costo de pagar con el cuerpo lo que se imprime en la página. El costo de pagar con el cuerpo la libertad de escribir no es sólo personal –y lo personal es político–, sino de muchas mujeres que padecen el bozal de comer o hablar –no por elección personal– sino por el cachetazo social.
Ojala que las mujeres que llegan al poder –como María Eugenia Vidal– lleguen para que más mujeres –también las periodistas– tengamos verdadera libertad de desear y no más miedo de pensar, criticar, comer, escribir y hablar. La verdadera liberté no cobra peaje por pensar distinto ni tampoco por tomar o comer, tan distinto de la norma como una quiera.
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