El miércoles de la semana pasada, un cáncer fulminante terminó con la vida de Cristina Reges. Psicopedagoga de profesión, se volcó a los estudios de género y fue una activa militante feminista desde fines de los ochenta. Se desempeñaba en la Dirección General de la Mujer del Gobierno de la Ciudad con entrega absoluta pero sin dejar de lado sus ideales. Esa resistencia, la de habitar un espacio político con el que no se identificaba, no le impidió generar infinidad de actividades que la trascienden. Decir que Cristina no paraba de pergeñar ideas, abrochar proyectos, militar por la equidad, la visibilidad, el empoderamiento de las mujeres, luchar contra cualquier tipo de violencia, por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos (formaba parte de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito), conspirar a toda hora en el mejor sentido de la palabra, es decir poco, apenas nada. Desde la Dirección de la Mujer hacía magia para darle cabida a todas. Casi sin medios, pero con una voluntad empecinada, dirigió “Todas”, “Mujeres en la historia”, “Mujeres por la integración”, capacitó a funcionarios y funcionarias en igualdad de oportunidades, tejió, enredó, creo puentes. “Gracias a ella pudimos intervenir en 2009 más de doscientos semáforos del microcentro con iconos femeninos y luego una catarata de pequeños y grandes planes que a veces lográbamos cumplir. En constante formación para abarcar todos los aspectos de nuestra problemática transversal, empeñada en dar voz a quienes menos se dejaban oír, Cristina se fue muy antes de tiempo, sin cumplir algunos de sus grandes sueños: volver a Galicia, abrazar sus raíces. Seguramente ha dado mucho más de lo que recibió, así son las grandes” dice su amiga, la artista multidisciplinar Luz Darriba, desde Galicia. Con ella, participó del documental Marcas en la piel del papel, dando testimonio de sus orígenes, feliz, honrando a sus padres. “Esa obra, aún no estrenada, será dedicada a su memoria viva y fecunda, a su trabajo de hormiga infatigable” cuenta Darriba.

Hace apenas dos meses vino a este diario para reunir a las periodistas de Las12 en una imagen que participó de la muestra de fotos de la entrega del Lola Mora, premio que también organizaba desde hacía años. Con una sonrisa sincera, soportó todas las postergaciones, juntarnos a tantas era una tarea titánica, y ella se ocupó de que sea el chiste obligado de cada comunicación. “Ya lo vamos a lograr” decía cada vez, hasta que estuvimos la mayoría posible para el click, en el medio del caos de la redacción. Ese día hablamos de la militancia conjunta, de la inminencia del Encuentro de Mujeres de Mar del Plata (al que no llegó a ir a pesar de tener todo pergeñado para hacerlo), de los casos que la habían impactado personalmente, como el de Reina Maraz, a quien este suplemento le dedicó una tapa, y del recuerdo de Marcelina Meneses, la mujer que en 2001 fue empujada del tren en movimiento con su hijo de diez meses a cuestas. “A Cristina le importaba mucho ese caso porque su pasión era el trabajo con las migrantes. La cuñada de Marcelina había sido convocada en varias oportunidades para hablar en paneles y Cristina le decía que cuente su empoderamiento, era genial para eso, porque transmitía una energía, un entusiasmo único” dice otra de sus amigas, compañera de aventuras, la socióloga y escritora Ana Lía Glas.

“Las amigas son la sal de la tierra” dice su último post en Facebook fechado el 21 de octubre pasado. Pocos días después, la ceremonia de su entierro estuvo plagado de palabras de quienes la conocieron y amaron, que intentaban darle sentido, fundirse en ese abrazo que solo puede lograr la energía colectiva, cuando alguien tan joven y vital, se va de un modo tan repentino. “Qué vamos a hacer sin Cristina” se preguntaban mientras los pétalos se hundían en la tierra con ella, la mujer de la sonrisa eterna.