FOTOGRAFÍA
París se rinde por estos días ante la evidencia de que las mujeres fotógrafas, desde los inicios de la creación de este soporte, hicieron mucho más por la experimentación y creación en la fotografía que los hombres. Lo hace a través de dos muestras inmensas que se instalan en dos museos igualmente inmensos: l´Orangerie y el fabuloso Museé d’Orsay.
› Por Cristina Civale
No se trata de una competencia banal sino de una evidencia que formula una premisa: la que asegura que las mujeres se apropiaron de la fotografía para indagar en cuestiones de su propia identidad y hacer del soporte, que terminó con la idea de obra única e irrepetible, un molde a la medida de su propio crecimiento personal y de su propia independencia social, civil, corporal y cultural. Y al hacerlo tan personal dieron a la fotografía un envión singular e inesperado que convierte a las mujeres fotógrafas en pioneras absolutas en todas las declinaciones del soporte fotográfico.
¿Quién tiene miedo a las mujeres fotógrafas? es la pregunta que responden –a la vez que nombra– estas dos grandes exposiciones que reconstruyen la historia poco difundida del lugar de la mujer en la historia de la fotografía, desde sus orígenes hasta 1945, para indagar en su carácter subversivo y trasgresor en la historia de una técnica y un arte que revolucionaron las artes y las técnicas de representación.
El Museo de l’Orangerie cuenta la historia de las relaciones de la mujer y la fotografía entre 1839 –año de la primera fotografía– hasta 1919, cuando termina la Primera Guerra mundial. El Museo de Orsay continúa esa historia mal contada hasta ahora mismo desde 1918 a 1945, cuando termina la Segunda Guerra. Ulrich Pohlmann, curador de estas muestras, afirma: “Ser mujer fotógrafa, antes de la gran guerra, entre 1914-1919, fue participar en una aventura épica, contribuyendo a la emergencia de la fotografía moderna, participando en la más activa efervescencia artística, cultural, social, política de Europa y las Américas. Ser fotógrafa también fue y quizá siga siendo una afirmación artística y profesional, conquistando nuevos territorios que estaban reservados a los hombres”.
El trabajo esencial de grandes pioneras como Berenice Abbot, Gisèle Freund, Germaine Kroll, Dorothea Lange, Lee Miller, entre tantas otras, permite recordar la dimensión esencial de la condición femenina en la evolución de las técnicas y artes fotográficas. El Nueva York de Berenice Abbot corre parejo al de Alfred Stieglitz. Las indagaciones vanguardistas de Gisèle Freund y Lee Miller se comprenden mejor comparándolas con el trabajo de Man Ray. El trabajo de Gerda Taro y Robert Capa está unido incluso en las sábanas donde se manchan los flujos del sexo. A una o dos generaciones de distancia, los trabajos de Dorothea Lange y Ansel Adams tienen muchos paralelismos.
Las fotógrafas comenzaron por “revisar” el lugar de la mujer en la intimidad, en la familia y en la vida pública. Fueron ellas quienes comenzaron a modificar viejos esquemas que contribuían a transformar, a través del trabajo fotográfico: fotografiando a padres, hermanos, amigos, esposos, amantes; fotografiando el cuerpo masculino, desnudo; fotografiando en la intimidad muy diversas sensibilidades eróticas; introduciendo una sensibilidad femenina en la fotografía de unas sociedades europeas y americanas que evolucionaban de manera vertiginosa.
En el recorrido que propone la primera parte de esta exposición en dos capítulos, se destaca la labor de las mujeres como pioneras en el empleo de nuevas cámaras que requirieron nuevos desafíos, como las cámaras Ermanox (1924), la Rolleiflex (1929) y Leica (1930). Estas pioneras fueron las que elevaron el género a la categoría de arte y las que dejaron su impronta incomparable en el fotoperiodismo y el reportaje documental.
Así, en l’Orangerie, se puede apreciar la obra de Frances Benjamin Johnston, quien ejerció el fotoperiodismo en los Estados Unidos cuando solo los hombres eran admitidos. Fue una de las primeras mujeres fotógrafas americanas, unas de las primeras fotorreporteras de su país y una defensora tenaz a lo largo de su vida, de las mujeres fotógrafas y de sus derechos. Nació en 1864, (Grafton, West Virginia), vivía en un entorno privilegiado, pero desde muy joven tuvo claro que quería conseguir la autosuficiencia económica, crearse su propia trayectoria y modo de vida, por eso quiso formarse artísticamente. El fotoperiodismo fue una de las salidas profesionales y Johnston sobresalió, se convirtió en una pionera en varios ámbitos. Era consciente que en un futuro sus fotos servirían para saber sobre su época. El reportaje titulado Mammoth cave by Flashlight en 1892 la consagró como fotógrafa. Fotografió a personajes tan emblemáticos como el escritor Mark Twain, a la escritora Charlotte Perkins, Susan B. Anthony, conocida por el importante papel que jugó en el movimiento de los derechos de la Mujer en el siglo XIX. En 1896 se destaca con vehemencia al autorretratarse con la voluntad de representar a la “New Woman”; en la pose adopta una actitud algo desafiante, en una mano sostiene un cigarrillo y en la otra una jarra de cerveza. En el año 1900 la seleccionaron para actuar como una de las delegadas del International Congress of Photography celebrado conjuntamente con la Exposición Universal de París. Habló en nombre de las fotógrafas americanas y curó una muestra de unas 150 imágenes de más de 28 fotógrafas de su país. La exposición viajo a Rusia, así ponía en evidencia que existían mujeres con talento capaces de expresarse en el campo de las artes visuales. Recorrió muchos kilómetros anualmente, entre 1933 y 1939, en su búsqueda por encontrar los iconos del pasado arquitectónico americano a punto de desaparecer, descubrió lugares olvidados desde hacía décadas. Sus fotografías documentaron para las generaciones futuras ejemplos de la primera arquitectura americana. Sus fotos abrieron los ojos al público sobre la importancia de la conservación y de la arquitectura, tiempo antes de que la conciencia de patrimonio y conservación se convirtieran en algo popular.
En este capítulo de la muestra también se exhiben obras de la bióloga Anna Atkins, autora de la primera obra ilustrada en el mundo. Fue ella, una mujer, la encargada de hacer este primer libro con sus fotografías, una colección de cianotipos de algas británicas publicada en 1843. Los retratos únicos de Julia Margaret Cameron son parte de este recorrido de estas muestras hermanadas.
A mediados del siglo XIX, las fotógrafas contribuyeron de modo decisivo a elevar el nivel de la sociabilidad de las mujeres mediante la promoción de su entrada en espacios y redes profesionales donde hasta entonces no eran admitidas de buen grado. Más allá de las obligaciones domésticas y la crianza de lxs hijxs, las fotógrafas retratan escenas de la vida cotidiana, tanto en los salones burgueses como en las miserables casas de los desposeídos, y empiezan a cuestionar los estereotipos de género, con representaciones críticas de la institución matrimonial, la lucha por la emancipación de la mujer y los deseos de reafirmación y ruptura con lo establecido. Las imágenes de mujeres fumando, paseando en bicicleta o vistiendo escandalosos pantalones conducen a la explosión de los movimientos de la Nueva Mujer –brote inicial del futuro feminismo– y el sufragismo, muy documentado en fotografías como las de la reportera inglesa Christina Broom, que revelaba en una carbonera y vendía las copias a mano en la calle a principios del siglo XX.
Al mismo tiempo, en Estados Unidos aparecían como temas de las fotógrafas el erotismo y la sensualidad del cuerpo desnudo, las imágenes de viajes y las bélicas, con las primeras mujeres admitidas para retratar soldados en combate. El segundo capítulo de la exposición narra la evolución entre las dos guerras mundiales, cuando nace la fotografía moderna como formato de difusión global.
Muchas mujeres contribuyeron a la fermentación y desarrollo del medio y comenzaron a tener acceso la “legitimidad” de gestionar y asumir responsabilidades. Ser fotógrafa se convirtió en un trabajo con múltiples dimensiones y aplicaciones y las mujeres lo aprovecharon para “subvertir códigos artísticos y transgredir tabúes sociales” sobre la supuesta inferioridad femenina y las relaciones de dominación entre los sexos.
Con sus cámaras entraron en la política, pisaron el campo de batalla. Armadas con sus cámaras, las mujeres entraron en la arena política, pisaron el campo de batalla y se aventuraron solas en tierras exóticas: su estatus como fotógrafas les permitió entrar en espacios que hasta entonces eran prohibidos para ellas.
Esta segunda parte de la exposición reúne a grandes maestras históricas y está dividida en tres secciones temáticas: el uso subversivo de códigos –con obras de, entre otras, Imogen Cunningham, Madame Yevonde, Aenne Biermann, Lee Miller, Dora Maar y Helen Levitt–; el autorretrato y la puesta en escena de uno mismo –Claude Cahun, Marta Astfalck-Vietz, Marianne Brandt, Gertrud Arndt, Elisabeth Hase, Ilse Bing...–, y la conquista de nuevos mercados de difusión –Germaine Krull, Margaret Bourke-White, Tina Modotti, Barbara Morgan, Gerda Taro, Dorothea Lange, Lola Álvarez Bravo.
Quien le teme a las mujeres fotógrafas es la primera muestra en su género que se atreve a afirmar el lugar esencial que las artistas mujeres aportaron a la fotografía. Un largo recorrido que aún no llegó a su fin, porque está sucediendo ahora mismo, mientras estas palabras se imprimen sobre el papel.
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