MUSICA
En Miss delirios, Sandra Márquez fusiona estilos y reversiona clásicos haciendo el pie en el tango pero dando vuelta su esencia machirula.
› Por Alejandra Varela
Como si se tratara del fantasma de la Opera escondido entre bambalinas el Chino Laborde presenta la escena. Después llega ella con ese paladar cadencioso, lento para descifrar a las mujeres del tango, dejarlas caer, pasar por ellas como en un estruendo.
En la voz de Sandra Márquez se reconoce un estilo que le permite visitar la canción más diversa y convertirla en una experiencia que se va descubriendo en ese modo de decir que se deleita con las palabras, que las refuerza en su protagonismo. Escucharla es adentrarse en la aventura de la interpretación porque de eso se trata cantar, a veces, de provocar tropismos intensos en temas tan reiterados como Canción de las simples cosas y ocuparse, con prestancia, de punzar con su voz el cuerpo de quien la escucha. Emocionar y, al mismo tiempo, contener ese desgarro, no dejarse ganar por el lugar común que la canción propone.
Y es en ese dominio que Sandra Márquez parece tener sobre su canto donde ella, con una teatralidad que alberga temporalidades, que arrima estéticas en apariencia enemigas, encuentra el arma prodigiosa que le permite detonar por un instante los climas, los breves dramas que la canción contiene como si se tratara de apariciones intensas.
Porque Márquez conoce el ejercicio de interpretar, de ser la protagonista de su canto y después o, en el mismo momento, convertirse en la narradora, en aquella que usa el tema para contar una historia. Y es en ese trabajo con el tiempo, que se materializa en los arreglos inesperados de Hernán Reinnaud, Mariano Otero o el Mono Fontana donde se advierte una de las mayores astucias de Miss Delirios, el CD donde Sandra Márquez se pliega en una foto con el pelo largísimo como único atuendo, una ninfa clásica que investiga sobre el amor y de ese modo retuerce todas sus oscuridades y sus extremos. No le teme a las confesiones donde la mujer, al caracterizar a su hombre, opera contra sí misma porque sabe enfrentarla a la descarada proclama de Se dice de mí, a esos compases donde es la mujer la que decide.
En Fumando espero Márquez sacude toda convención. Deja al tango en un segundo plano, lo cuestiona al hacer de ese humo un gemido, una entonación sensual para darle un fraseo más inspirado en el rock o el jazz. De ese modo Márquez señala que el tango necesita ser atravesado por una actitud más actual. No se trata de un viaje arqueológico sino de pensar cuál sería la relación entre ese estilo cuya composición quedó clausurada en un tiempo y la fascinación que su mundo todavía envuelve. En este caso interpretar significa decir algo ignorado sobre ese repertorio que se combina en una narración capaz de soportar la rispidez entre sus palabras y sus notas.
Esa fortaleza en el estilo le permite adueñarse de un tema como Se dice de mí, tan pegado al cuerpo de Tita Merello, de esa actriz que construyó su arte a puro impulso como una escuela de audacia para las mujeres que vendrían después.
En Sandra Márquez se percibe un carácter que convierte a esa época pasada en moderna y nos incita a recorrerla mientras las imágenes abundan. No es habitual cantar y provocar imágenes como hijxs que se derraman, como el descubrimiento de una poesía ya conocida pero que en lo inaprensible de una voz, en ese campo abstracto y sensible que la técnica vuelve tan mágico, nunca antes se había notado. El acto de cantar como una creación intuitiva y a la vez pensada, puede despertar esos rasgos en una música que se encontraban enterrados en otras voces, en estilos que no supieron inventarlos.
Miss Delirios - CD de Sandra Márquez
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