MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Mientras que en las recientes semanas de alta costura presentadas en Europa abundaron simulacros de espacios de lujo y las parodias hacia la moda (un laberinto de espejos en Dior y una colección de ropas deliberadamente descosidas y rotas según John Galliano para Margiela), por el contrario la colección de Dolce&Gabbana presentada en los primeros días de febrero en la Opera de Milán, indicó un revival y una resistencia de la verdadera alta costura. Faldas largas y rebosantes de telas exquisitas, nubes de tules, corsés y corsages con bordados trazados en el atelier Dolce&Gabbana durante meses se presentaron en la mítica Scala de Milán, que por primera vez cobijó un show de moda. El manual de estilo de los diseñadores italianos que supieron tener devotas como Madonna y según se rumorea compone el fondo de placard de los vestidos animal print que posee Susana Giménez, se desplegó al ritmo de arias y las pasadas apuntaron a las nuevas y añejas consumidoras de la alta costura. Como reveló la crítica Susy Menkes desde su columna en Vogue y en todas las redes sociales sobre las afirmaciones de Stefano y de Domenico en relación a los disparadores de la colección: “Nuestro objetivo es el estilo, no la moda, nos inspiramos en Biki (tal fue el apodo de la modista italiana Elvira Leonardi Bouyeure, quien trabajó entre 1940 y 1960 y fue nieta del compositor de ópera Giacomo Puccini) porque fue una mujer fuerte y emancipada, decidida a dejar su huella en la historia de la Alta Moda”.
La representación de la costurera irrumpió en la modelo que portaba un austero vestido negro, engalanado con un collar rematado con una tijerita y una peluca-pelucón con tintes grisáceos para emular canas pero también para ilustrar todos los recursos del departamento de caracterizaciones implícito en la ópera. Le siguió una capa negra bordada en color oro y matizada con una falda de tul rojo y otra variación sobre el Little black dress: un vestido de encaje chantilly que la joven modelo llevó con corsetería de seda en color piel. Entre trajecitos sastre de cortes clásicos que neutralizaron la pompa rococó asomaron abrigos de noche en blanco o amarillo, matizados con pieles y cuyas superficies admitieron homenajes a Turandot y a Madame Butterfly. La apuesta de los D&G se extendió además a una colección de sastrería masculina apodada alta sartoria. Y allí el barroquismo se trasladó a sacos de lamé, colosales abrigos de pieles para varón, zapatos-joyas, atuendos para el tenis y para cabalgar con extrema y anacrónica elegancia. Pero también hizo lugar a una túnica-mono con prints de caballos que el modelo llevó con zapatillas con estampa de leopardo y un gorro cosaco. Una de las piezas más codiciadas resultó la raqueta de madera con el logo de la firma. El tercer eje de la nueva revolución D&G remitió a una colección de joyas: en un salón exhibieron trescientas piezas compuestas de cruces símil rosarios, alfileteros con cabeza de pedrería, frutas y flores.
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