LETRAS
Poeta y narradora, Irene Gruss cargó durante mucho tiempo el mote de “poeta de lo doméstico” cuando el uso de ese espacio siempre estuvo al servicio de decir otra cosa (hubo golpe no porque sí,/ y yo estaba lavando ropa). Acaba de publicar Entre la pena y la nada y aclara ese malentendido con el que sólo puede cargar una mujer, una que se dice “burguesita” pero también una servidora de quien lee. Agradece que se haya terminado esa tendencia autorreferencial de la poesía de los 90 y arenga a mirar más allá de Buenos Aires, donde hay escritoras excepcionales, a quien recomienda con nombre y apellido. Lee vorazmente, es prolífica como pocas y habla con detalles de su amor-odio por Juana Bignozzi.
› Por Daniel Gigena
“Hay mucho burguesito que escribe poesía”, comenta Irene Gruss (Buenos Aires, 1950) casi al final de la entrevista en un bar de Almagro; el edificio donde vive se quedó sin luz en uno de los calurosos días de carnaval. Muchos de los poetas que más admira tienen, como dice ella, “perfil bajo”: Claudia Prado, María del Carmen Colombo, Gabriel Reches (“lo adoro”), Jorge Aulicino (“mi compadre, mi hermano”), Eduardo Aibinder, Darío Rojo, Elena Anníbali. Preocupada por encontrar la verdad detrás el estilo de un/a poeta, Gruss recomienda hacer una pregunta a los poemas que se escriben o se leen: “¿Por qué me tienen que importar?” Con esa vara, comenta, muchos libros tal vez no hubieran llegado a ser publicados por sus autores. El nuevo libro de Gruss se publicó a fines de 2015: Entre la pena y la nada, el primero de ella en Ediciones del Dock. “Pensé que mi obra no iba a encajar en el catálogo de la editorial, pero estoy contenta”, dice. El poema final lleva el nombre del libro (o viceversa); “Hay dicha entre la pena y la nada”, se lee en uno de los últimos versos. “Siempre me consideraron una poeta de lo doméstico porque hablo de lavar la ropa, de limpiar. Fui leída de manera tan literal que pensaron que era asmática porque había escrito Sobre el asma”, comenta entre risas.
–Sí, es una nouvelle, un trabajo que hice con la primera persona de una nena, desde los dos, tres años, hasta que cumple los quince; voy acomodando el lenguaje según la edad, como si fuese un diario íntimo. Es una burguesita de padres militantes del PC, es muy autobiográfica te aclaro; el libro tiene los mitos de la infancia: las vacaciones, su relación con la escuela, con el amor, con la escritura, permanentemente está eso, con la música, con la naturaleza. El odio-amor con la comida. La madre es una militante acérrima del PC, entonces ella la detesta porque no es un ama de casa normal.
–Yo siempre empiezo y fracaso. Ahora estoy escribiendo otro tipo de relatos chiquitos, pero es otra historia, nada que ver. Son una especie de pantallazos fantásticos, de personajes raros, misteriosos, situaciones de clima extraño. Una mujer, un hombre, que se quedan mirando a lo lejos; se quedan así, y la familia, por más que los llevan al psicólogo, deben terminar por aceptarlos o no. Lo pongo a Flaubert yendo al pueblo a comprar tabaco, una especie de paráfrasis de sus cartas a Louise Colet. La maldice porque no le escribió, le dijo poca cosa sobre lo que está escribiendo, con todo el trabajo que a él le toma escribir… Mucha gente sola, rara. Ahora voy a tener una auditoría, yo me manejo con Liliana Heker, es una gran amiga mía; me da mucha vergüenza mostrar eso.
–No, con los poemas cuando era joven sí, tenía muchísimos referentes; ahora ya camino sola y aun así siempre uno necesita mostrar, a quien sea, parece una necesidad de aprobación, pero no pasa siempre.
–No, si es poesía no, aunque todos por supuesto son buenos lectores, he tenido muchísima suerte. Están los que tienen una mirada aguda, es extraordinario, siempre te sugieren algo… En general es muy raro que en poesía se meta mano. Pero he trabajado con gente generosa.
–Ni siquiera es mi temática; yo siempre, hable de lo que hable, estoy hablando de otra cosa, de dos cosas por lo menos. Lo doméstico lo usé durante la crianza de mis hijos, el tema de lavar la ropa es algo tan cotidiano, pero eso no implica que me interese hablar sobre eso; surge cada tanto, pero siempre y cada vez más apuntado hacia otra mirada. Últimamente estoy escribiendo muchísimo sobre la escritura, cómo se pone uno frente a la escritura. Empecé a escribir series de poemas, hay uno que se llama La pared, que salió en Nudista, donde converso conmigo acerca de hablarle a la pared: lo que para mucha gente la página en blanco es el miedo para mí no; a mí me llama, me atrae ese silencio donde uno rebota. Ahí más o menos digo que lo que hace la pared es rebotarte y bocharte lo que escribís. En el libro nuevo tengo otra serie que se llama “Decir un poco”, donde me la agarro con los que escriben bien, hermosamente; ahí digo que no muestran la hilacha y esconden bajo la alfombra lo feo, lo verdadero, algo así. Ojo, me incluyo. ¿Viste esas estéticas encantadoras entre comillas, o no, que están para seducir al lector, que provocan ese encantamiento y mucha gente queda totalmente fascinada? Eso seduce, entonces hay que tener mucho cuidado que no se transforme en un “yeite”, eso para mí es elemental, estoy permanentemente alerta para que el estilo sea una cosa creativa, no una etiqueta.
–Eso toda la vida, porque robo muchísimo. En La mitad de la verdad, la obra reunida de Bajo la Luna con mis siete primeros libros, puse una hoja de notas con esas referencias. Tuerzo la cita, a veces la saco de contexto y a veces al contrario, la enfatizo. Pero la coloco como si fuese un verso mío, pero como yo sé que no es mío y les tengo mucho respeto y admiración a los autores los menciono. Me di cuenta de que estoy citando mucho a Vallejo últimamente, en contextos muy raros, hay un poema que se llama “Efectos especiales”, es un poema que yo quiero mucho, y ahí incluí mientras hablo del efecto especial cinematográfico unos versos de él.
–Debe ser el segundo poema político de mi vida, porque el primero es uno que es un hit, yo digo que es famoso porque siempre lo ponen, “gente que desapareció no porque sí,/ hubo golpe no porque sí,/ y yo estaba lavando ropa”.
–Lo de la consigna lo meto en ese poema, pero es un juego musical. A mí a veces me ofusca el discurso de una izquierda tipo PO, que se quedó en el 70, no creció. Podés decir la letra pero yo no creo que sea un discurso vacío de ninguna manera, pero no podés quedarte en eso. Entonces en ese poema hay un poco de ironía y un poco de dolor, de melancolía.
–Por suerte terminaron los años 90, esa cosa autorreferencial. Esa cosa narrativa de “hoy fui al mercado”, muy Facebook. Hay mucha gente que está metiendo la política casi sin querer –eso es lo bueno–; no es el voluntarismo de los años 60; como en la poesía de Eduardo Aibinder, ¡Párense derecho! es tan sutil que me encanta. Darío Rojo es otro. Vos fijate el enfoque de cómo trabaja el lenguaje para decir sin panfletos, al contrario, es el antipanfleto.
–Demasiada. El blog lo actualizo todos los días. El portero una vez llegó a contar 94 libros en no sé qué lapso, y me dijo que no hay una semana en que no aparezca un nuevo libro. Los poetas me mandan, los no poetas también. Estoy francamente agotada, no puedo leer todo, pero la búsqueda y la curiosidad de que aparezca algo como la gente son grandes. La desesperación por publicar sin preguntarse por qué la urgencia no es un acto generoso, no está pensado para el otro, está para “saqué un libro, tomá”. No quiero absolutizar, pero no sirve así. No hay autorreflexión. A la vez hay gente joven muy lectora y es maravilloso, pero cada vez menos.
–Absolutamente, porque yo escribo para mí, no escribo ni para el pueblo ni para la familia ni para mi novia ni para nadie, yo escribo para mí, a solas, pero qué pasa, cuando veo que eso ya tiene forma y es un libro, pienso en cómo lo va a leer el otro, porque sino… Te lo explico mejor: veo los poemas y les pregunto “¿y a mí qué me importa?” Imaginate cuando está el libro hecho, si yo me lo pregunto y el libro no me lo contesta, ¿para qué lo voy a publicar? ¿Se entiende? Eso no pasa ahora con la mayoría de los libros. Soy muy autoexigente, en los talleres soy exigente pero no tengo la fama que me dan de bruja. Hay que advertir cuál es tu música en la escritura. O tu ritmo. Uno no es lo que dice sino lo que hace en el poema, como decía Mallarmé.
Amiga no, era muy cercana hace un tiempo; cuando ella estaba en Barcelona nos escribíamos mucho. Cuando vino a Buenos Aires le hice una especie de reunión, invité a varias poetas mujeres. Fue un desastre. Ahí dijo que no había ninguna voz como la de ella. Era una tipa difícil. Yo también tengo la etiqueta de que soy la discípula de ella, en mi trabajo con la ironía, que eso es algo que ya me hincha porque no trabajo tanto la ironía. En El mundo incompleto sí, o La calma, ahí sí, de esa época sí. Bignozzi tuvo momentos en que tomaba mucho, y mal, entonces no sólo yo, sino también otros empezamos a distanciarnos porque hablaba mal de amigos nuestros, entrañables. Ahí dije basta.
Sí, son esos amores-odio, yo respeté su poesía toda la vida hasta el día de hoy, si bien considero que salvo el último publicado (Los poetas visitan a Andrea del Sarto) que es una maravilla, el anterior es desparejo, pero vos se lo perdonás. Pasa que era una tipa muy soberbia, pero en un momento de ese libro desparejo ella tiene un poema donde afloja y dice eso que yo cito: “dejame aquí sentada hasta el final”. Y yo dije “por fin”. Ahí abandona un poco el estilo de la dura que puede con todo, ese personaje.
Sí, Mirta Rosenberg, María del Carmen Colombo. Me encanta Estela Figueroa, es extraordinaria, la admiro. Es de Santa Fe. Una de las voces que más admiro. Hay mucha gente de las provincias que no se consideran y es maravillosa. Claudia Prado. Silvina López Medin. Mercedes Roffé. Hay mucha gente, gente tan tapada, ves todo el ruido, el barullo de Facebook y decís pero paren, vean un poco. Hay mucha rivalidad, que no es lo mismo que competencia, hay mucha histeria. Es eso.
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