FECHAS
8 de marzo
Caceroleras, piqueteras y asambleístas le dan a este Día Internacional de la Mujer un acento de optimismo. Pero también es una oportunidad para escrachar aquellas prácticas que indican que el largo camino recorrido por la muchacha de la propaganda de Virginia Slim a veces es hacia atrás.
Por las 12
En su libro Reacción , la norteamericana Susan Faludi logró precisar los avances conservadores que, en la década del 80, pretendían poner en duda el trabajo realizado por los movimientos de mujeres de los años setenta en los EE.UU. Películas como Secretaria Ejecutiva o Atracción fatal o Baby Boom mostraban a las supuestas lobas del capital sacándose sangre entre sí: (Melanie Griffith y Sigourney Weaver), transformándose en criminales psicópatas con tal de conseguir un hombre (Glenn Close) o dominando Wall Street desde una apasible empresa rural a tono con la maternidad (Diane Keaton). Mientras tanto el presidente Ronald Reagan explicaba la caída de los sueldos de la clase media y la desocupación de este modo: “No todo es culpa de la recesión sino de que cada vez más personas buscan empleo, fundamentalmente las mujeres”. En el campo universitario se acusó a las feministas de haber copado los campus impidiendo el desarrollo intelectual del varón y a las flamantes cátedras de Estudios de la Mujer de haber acabado con los clásicos. Meg Foster fue considerada demasiado masculina para coprotagonizar la serie televisiva “Cagney/Lacey”, el perfume Carly fue reemplazado por sustancias más suaves y “femeninas”. Una encuesta muy difundida informaba que las mujeres profesionales de más de treinta años tenían sólo 20% de posibilidades de casarse y el 10% de ser estériles si esperaban más tiempo para tener hijos. Otras encuestas probaron la falsedad de estos resultados pero fueron mucho menos populares. Esta “reacción” no se produjo por los excesos del feminismo triunfante sino que fue la manipulación de una derrota, a manos del conservadurismo (aunque se sumaron a la causa varias fuerzas progresistas). Sin embargo, datos de Catalyst –una agrupación que investigaba la situación de las mujeres– registró que apenas el 10% de los altos ejecutivos pertenecientes a las 300 empresas principales de EE.UU. eran mujeres y que éstas representaban el 2% de los cinco mejores sueldos. El número de profesoras universitarias –no necesariamente feministas– en los campus norteamericanos no pasaba del 10%, un 6% más de las que había en los años sesenta. Las cátedras de Estudios de la Mujer eran poco más de una docena a lo largo del territorio y los artículos feministas no alcanzaban a constituir el 7% de los estudios académicos. La reacción fue, sin embargo, una respuesta a un feminismo visiblemente político, que incluía hasta feministas nixonianas que iban bastante más allá de plantear la socialización de las tareas domésticas.
En la Argentina no hubo un notorio avance en el espacio público del feminismo político. Parece haber, sin embargo, una reacción a lo que todavía no logra instalarse. La sustitución de la palabra “feminismo” por la palabra “género” indicó tanto una despolitización como una reclusión en el espacio académico. Los principales medios de comunicación suelen preferir la intervención de las feminólogas que de las feministas, del mismo modo que de los izquierdólogos que de los izquierdistas. Sin contar que la presencia de las mujeres suele ser sobre todo decorativa y que aun causa sorpresa la combinación de belleza e inteligencia tal como suele resaltarlo el ideólogo comunicacional de la nueva derecha que sólo dio aire al debate en el Senado sobre el presupuesto 2002 para mostrar las piernas de una asesora -"¡y es asesora!"- o el escote de una secretaria. Tal vez amedrentadas, las intelectuales de renombre, a excepción de Eva Giberti, son renuentes a incorporar una posición desde algunos de los feminismos o de alguna de las teorías que releen a Marx incorporando a las mujeres dentro de los nuevos sujetos sociales. Los intelectuales de renombre siguen pensando en coalición masculina y privilegiando el cada vez más complejo eje de la clase social. Tanto Servini de Cubría como en su momento Graciela Fernández Meijide ha recibido por parte de la prensa estiletes sobre sus aspectos físicos muy en primer plano sobre la crítica política. Elisa Carrió tiene, según las encuestas, el 54% de imagen positiva, sin embargo la imposibilidad de que una mujer ejerza la presidencia parece formar parte del statu quo y es mencionada por todos y cada uno de los opinólogos de turno. En mayo del año pasado, la encuesta realizada por el CEDES, que registraba que ocho cada diez médicos estaba de acuerdo con que la despenalización del aborto haría descender drásticamente la mortalidad materna, no logró instalar el debate más allá de las militantes en derechos reproductivos. En las universidades cada vez son más las estudiantes mujeres y el número de egresadas casi duplica al de egresados, pero son ellos los que consiguen los mejores puestos de trabajo. Y el mejor salario: según los últimos datos del INDEC el sueldo promedio de los varones aventaja casi en un 25 por ciento al de las mujeres. Casi el 30% de los hogares argentinos tienen al frente a una mujer, y según el mismo organismo del Estado, esta es una tendencia que va en aumento, pero la desocupación y subocupación las golpea más fuerte -la diferencia es del 10 por ciento, contando el empleo doméstico en negro. Y sin duda no es la educación lo que pesa a la hora de encontrar un puesto laboral: el 46,5% de las mujeres desocupadas tienen estudios universitarios. Sólo 25,8% de los hombres están en esta condición. Tal vez esto explique la cantidad de jovenes estudiantes o graduadas caminando entre las mesas de esos bares que, como una eclosión ciudadana, multiplican uniformes -cuando no la completa falta de ellos-que implican una servidumbre más allá de la exigida por su oficio. Mientras tanto las asambleas barriales, los piquetes y las movilizaciones parecen adelantarse por sobre las contramarchas de las mujeres en movimiento y devuelven al 8 de marzo el sentido combativo que le dio origen.