VISTO Y LEíDO
Se cumplen cinco años del terremoto más cruento de la historia de Japón, narrado con pluma afilada en Largo aliento, de Nina Jäckle.
› Por Marisa Avigliano
La perspectiva de las formas que intento capturar está afuera del papel, en la punta opuesta y desafilada del lápiz –¡yo mismo!, le dijo Kafka a Janouch. En Largo aliento, quien está en la punta desafilada es un hombre convertido en lápiz, un sobreviviente que quedó parado cuando bajaron las aguas para reinventar las caras de los que no se salvaron. Un dibujante de identikits, un fotocopiador distorsionado que borra el rictus de las heridas y la hinchazón crecida en el ahogo. A los muertos los mató el mar cuando primero exhaló tierra adentro y después inhaló profundo. A los muertos los mató un tsunami y ese hombre lápiz será el señuelo que los traiga. Si él los dibuja los muertos vivirán el adiós de los que pueden llorarlos, si él no los dibuja serán errantes eternos, muertos vivos en anhelo de tumba. “Dibuje a mi hermano, para usted es muy simple. Cuando el rostro de alguna de las víctimas sea particularmente difícil de reconocer usted agarra la foto de mi hermano, dibuja su rostro, luego lo exhibe, de este modo usted hace de él uno de los encontrados. Mi madre va todos los días a ver sus dibujos (…) libérenos a mi madre y a mí”. Pedir por un muerto que las olas no devolvieron confunden al viejo dibujante de policiales (lo suyo antes eran los criminales) y suma tragedia a la tragedia.
Nina Jäckle siembra el suelo de restos respirando lento entre palabra y palabra. El aire que el agua quitó lo devuelve el ritmo con el que la escritora de la selva negra describe la cotidianeidad del protagonista y el silencio de lágrimas secas con el que lo acompaña su mujer. La alemana que traducía novelas francesas traduce en Largo aliento –dones de la ficción– lo que Japón vivió el 11 de marzo de 2011 cuando un terremoto provocó un tsunami monstruoso con olas de más de diez metros que arrancaban vidas muy cerca de la central nuclear de Fukushima, traducción novelada de lo que pudo haber ocurrido después de aquellos seis minutos de temblor desenfrenado. Respirar la voz justa parece ser la intención primera de Nina mientras lo arcano se muestra ambivalente cada vez que una cara limpia e inalterada aparece en el papel dibujado. La música que se esconde detrás de cada palabra, eco de la lengua de su autora que cobra fuerza en el letargo, acompaña el trazo rápido y fácil que a veces le sale al protagonista y el trazo imposible, ese que siempre borra. Un lápiz y una goma, siempre una goma –como si fuera la llave de una caja fuerte– en el bolsillo, marcan distancia entre la ansiedad de los otros y la verdad de la expresión revelada, “Trazo a trazo desmiento el efecto del agua de mar, el efecto de la corriente”. En la catástrofe de Jäckle Japón es la razón, el motivo y el homenaje pero es la elección de minimalista de sus personajes la que borra la frontera cultural y universaliza el aullido de la vida en el punto cero. Un coro de nenes presagia heridos vocalizando palabras nuevas: cesio, plutonio, yodo; una perra flota durante veintiún días en el Pacífico arriba de los restos de un tejado y un hombre y una mujer dejan de mirar el agua, alfombra de chatarra, y casi no hablan, el largo aliento del mar les secó la garganta. Él ya no puede dibujar formas libres y ella sólo mira a los pájaros volar. Una vez más y fiel a su estilo intenso, de repetición poética donde las oraciones son mantra la autora de Zielinski, (2011) habla de la vida frágil pero esta vez quien respira esa fragilidad es el mundo entero.
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