PERFILES
› Por Flor Monfort
Nada falló en el cálculo de este suplemento que un año atrás marcaba el ciclo de una pareja con futuro evidente. El 13 de marzo de 2015, a días de pisar suelo argentino, los Osvaldo-Barón daban una tapa a la revista Gente deslizándose en el cuerpo del otro como babosas, y se juraban amor eterno hechizados por la pasión que, como dicta el manual de estilo famoso, no muere después de lxs hijxs (ni se le nota en el cuerpo a las verdaderas diosas del embarazo y el parto). Decíamos entonces de la fauna que puebla la publicación preferida de la dictadura: “Si trazamos líneas históricas en los personajes que habitan el semanario, primero confían, después se desilusionan, más tarde emprenden juicios millonarios y luego terminan en la ruina o vuelven a “creer en el amor”, casi lo único que importa en la vida de una mujer, su curva amorosa”. Dos meses después de este derroche de lujuria que los puso en un hotel lleno de terciopelo y mármol por su contrato millonario en Boca, la pareja se desarmaba. En palabras de ella: Daniel Osvaldo se fue de la noche a la mañana, sin mirar atrás ni mucho menos despedirse, y a los pocos días aparecía con la cantante Milita Bora tatuándose su nombre, despreocupado, fumando un cigarrillo, como se los podía ver en esa bruma que son las imágenes robadas con teleobjetivo.
Y Barón empezaba a hablar. Que el era muy celoso y no la dejaba trabajar pero tampoco salir, ni usar ropa ajustada ni osar hablar con un varón que no sea él, que a las otras ex también las dejó de la noche a la mañana, que ella nunca recibió una explicación, que vio cómo se esfumaba el muchacho cual genio de la lámpara pero sin ser un genio…. Y así. Un hombre poderoso, un típico machirulo con mandíbulas robustas que está habilitado a dejar todo por otra, porque total si hay algo que abunda en el mundo son mujeres que están buenas. Y que me dan bola, debe pensar Osvaldo, ese chico tímido que salía con Nina, su novia del barrio hasta que empezó a triunfar en el fútbol y no la vio más pero le dejó de souvenir un hijo que hoy tiene una década. En el medio, más mujeres y más hijos a los que decir adiós sin tartamudear.
Ahora Jimena Barón lo perdona. Seguramente en nombre del hijo en común. Todavía no lo dijo pero no es difícil imaginar que Gente les va a dedicar otra tapa sugerente pero no tanto como la del año pasado, donde ellos van a decir en tono reflexivo pero sin perder la tensión sexual que se dieron otra oportunidad por Momo, el hijo en común. Y algún tuit de ella va a ser un palito por elevación a Milita, la mujer que jugó el papel de roba maridos en esta historia tan calcada de tantas, donde los hombres terminan fuera del juego dialógico, de las indirectas y las sutilezas, porque los tipos son pragmáticos, van al grano, son al pan pan y al vino vino y lo que fue ya fue y lo que es hoy es la única verdad. Incluso si eso implica borrar a los hijos del mapa, a las mujeres de ayer, al tiempo donde pasó el huracán de angustia provocado por ellos mismos. Y nosotras, que analizamos todo, que le buscamos el pelo al huevo, vamos a echarle la culpa a esa otra de voz rasposa que vino a arrastrarse para buscar fama y calentó la bragueta equivocada. ¿Cuánto duró? Nada, dirá Barón. En cambio lo de ellos es amor verdadero, amor que además sigue vivo y caliente, amor sin preservativo, con exilio, herencia y muchas lágrimas. Todos los ingredientes de una de Cris Morena.
“¿Es boluda?” pregunta el coro del mundo cuando se le da la buena nueva. En la semana del Día Internacional de la Mujer las hay quienes siguen poniendo el cuerpo por mantener vivo el relato romántico. A esta altura, que muere una mujer cada 30 horas, no es osado decir que bancar a tipos como Osvaldo no es ser boluda, es ser cómplice de la violencia que sufrimos todas, pero hacer entender esa trama es tan complejo como desandar la maraña tejida por un patriarcado vivo y feroz que sigue replicando machos en loop.
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