COSAS VEREDES
Las pasadas semanas, Hillary Clinton fue duramente criticada por no sonreír lo suficiente durante sus discursos, crítica que despertó la furia de cantidad de mujeres, cansadas de que la mueca les sea constantemente impuesta.
› Por Guadalupe Treibel
¡A los santos, gracias!, por los manuales de moral que cubren las espaldas de señoritas todas, prestas a confundirse por las candilejas de los ardides contemporáneos. Entre los muchos tomos ocupados por la moral y el decoro femeninos, Comportamiento y cortesía (Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1966), de Pedro N. Urcola, asiste así, tan buenamente: “El innato deseo de agradar, que se manifiesta en la niña a una edad muy temprana, debe ser vigilado muy de cerca con el tacto y la prudencia que el caso requiere (…) Si es descuidado o sobreestimulado, se desnaturaliza, cayendo precisamente en lo artificioso, que es lo contrario de lo natural, de lo ingenuo, de lo sencillo, de lo verdadero”. ¿Y qué es más natural, ingenuo, sencillo y verdadero al momento de agradar que una afable sonrisa? En su justa medida, claro: ni muy marcada ni demasiado esquiva, no vaya a ser cosa que la respetabilidad tome rutas equivocadas… Pues, en miras de la evidencia y a diferencia de -por citar un solo ejemplo- nuestra primera dama (“educada para sonreír”, vitorean ciertas voces), doña Hillary Clinton debió haberse salteado algunos capítulos. Aunque quiere siempre la fortuna que haya algún mocito dispuesto a acercar la receta sobre cómo debe proceder una mujer en público…
Sucedió las pasadas semanas, tras ser liberados algunos resultados favorables que daban a la precandidata demócrata como ganadora de las primarias en diferentes estados. Conforme la novedad, la señora dio un fervoroso discurso que atendía, entre otras cuestiones, a Donald Trump; pero sus tonitos y gestos molestaron a algunos señores. Al periodista de la MSNBC Joe Scarborough, entre ellos, que se lanzó a tuitear: “¡Sonreí! Tuviste un buen día”. Consejo micromachista que vino acompañado por otros, dispensados por un coro de angelitos regordetes, disgustados con que Hillary se mostrara “tan brava”. Por fortuna, centenares de señoras y señoritas, fogoneadas por la comediante Samantha Bee, armaron campaña espontánea: #SmileForJoe, donde subían selfies posando con cara de pocos amigos.
Nótese que, en cantidad de casos, cuando una mujer se niega a sonreír en tal o cual ocasión es motivo de noticia. Durante añares, la otrora Bella Swan, señorita Kristen Stewart, padeció la misma pregunta una y otra y otra vez: “¿¡Por qué tan seria!?”. En conferencia de prensa, la tenista Serena Williams lidió con el mismo cuestionamiento. Incluso se han confeccionado listas y listas -persecutorias- sobre celebridades femeninas que se niegan a seguir el guión y sucumbir a la tiranía del gesto (Victoria Beckham, presente). En 2015, otro ejemplo: Anna Kendrick, actriz-cantante de Pitch Perfect, mandó a freír churros al estudio detrás de la secuela del film cuando éste le ordenó que posara sexy y con risita para los posters promocionales. Optó, en cambio, por fruncir el ceño y cruzarse de brazos, detonando un inesperado tsunami de apoyo de fans que, en señal de sororidad, se retrataron en símil actitud y compartieron el gesto en redes sociales.
Tiempo antes, la autora norteamericana Catherine Newman, especialista en crianza, publicaba en el New York Times la columna No quiero que mi hija sea simpática, artículo que se viralizó, desgranó, combatió, debatió en decenas y decenas de periódicos y webs. Allí, la escritora ofrecía un sincero retrato de su nena de 10 años: “Birdy es profundamente amable, hondamente compasiva y la persona con más ética que conozco. Pero no te va a sonreír a menos que -en serio- esté contenta de verte. Eso la hace diferente a mí (…) Si recuperase toda la energía -y las horas y los neuroquímicos y la musculatura facial- que he gastado en mi desenfrenada búsqueda por caerle bien a la gente, podría impulsarme a mí misma hasta Marte, y volver. O al menos, escribir un libro titulado: A Marte, ida y vuelta: Restricciones de género y sonrisas desperdiciadas”. Newman no es la única en haber sufrido el bonachón eureka: desde las artes visuales, la ilustradora Tatyana Fazlalizadeh lleva largo rato empapelando muros de Estados Unidos con imágenes de mujeres que, como ella, se niegan a ésta y otras formas de hostigamiento, con su proyecto Stop Telling Women to Smile.
En una entrevista realizada a Susan Sontag en 1985 a razón de su visita a la Feria del Libro de Buenos Aires, publicada entonces en el suplemento La Mujer del diario Tiempo Argentino, la novelista y pensadora recalaba en la cuestión; decía: “Las mujeres tendrían que negarse a sonreír todo el tiempo. A veces, en un restaurante, me dedico a mirar las mesas ocupadas por hombres y por mujeres. Y observo que las mujeres mantienen una sonrisa estática, como si todo el tiempo quisieran demostrar que son simpáticas y agradables para ser aceptadas. Debería ser posible mantener una expresión más neutral, para que cuando una sonría, esa sonrisa tenga un significado, un valor diferente”. Alineada, pues, en esa concepción, Newman remataba su artículo sobre Birdy reivindicando el accionar de su pimpollo: “No quiero que mi hija se acomode y complazca. No quiero que vista su afabilidad como un collar o su cuerpo como un ornamento”.
Por supuesto, no todxs comparten dicha mirada. Existen estudios “científicos” que avalan la sonrisa como marca de feminidad, que ocupan tiempo y espacio explicando las bondades de la susodicha mueca en el rostro de damiselas todas. Y no precisamente subrayando sus beneficios para la salud, engordando sus méritos como “la mejor medicina”. No, no: asegurando que “las mujeres que sonríen son más atractivas; sin duda es su expresión más atrayente” (University of British Columbia dixit). A tal punto la extendida opresión de la sonrisa que, década y media atrás, estudiosos húngaros hicieron la siguiente prueba: preguntar a una platea si presuponía que tal o cual bebé era niña o niño, sin darle pistas adicionales. No tan curiosamente, la vasta mayoría supuso que aquellxs que reían eran pebetas; lxs serixs, de sexo masculino… Se les chispoteó el dato: sonreír también es una conducta aprehendida. O un arduo “trabajo emocional”, a decir de ciertas voces. Voces que han constatado cómo, desde los 5 años y “educación” mediante, las muchachitas son más propensas que los muchachitos a ofrecer el gesto apaciguador, amén de no incordiar al otro, disimular su infelicidad o, por caso, calmar la propia ira.
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