Vie 08.04.2016
las12

MONDO FISHION

La supermodelo de 84 años

› Por Victoria Lescano

En octubre de 1947, la portada de la revista Vogue anunció “Una nueva clase de belleza” y allí apareció un primer plano de la jovencísima Carmen Dell Orefice con el pelo negro y corto coronado por un casquete con piedras, pintalabios rojo intenso y uñas al tono, mientras que los hombros aparecían exaltados por mangas de seda rosa drapeadas con técnicas de alta costura. Porque Dell` Orefice rompió con los cánones y las normativas de la moda: así como en el apogeo de las pin ups su casi paupérrima silueta de ballerina fue codiciada por las lentes de los fotógrafos Erwin Blumenfeld, Horst P. Horst, sir Cecil Beaton, Irving Penn y Richard Avedon, luego cometió la osadía de posar para catálogos de lencería aunque cualquier deleite con la corsetería resultara escandaloso y fue aún más atrevida cuando con absoluta espontaneidad posó en topless para una serie de fotografías de su amigo Salvador Dalí.

En 2016, con 84 años, fue proclamada por el libro Guiness como la modelo más longeva. Un editorial de moda de Vogue Italia fotografiado por Greg Lotus la tuvo como protagonista, ataviada con ropas de gimnasia cruza con corsés y cultura disco junto a un grupo de jóvenes modelos. Hace unos años fue contratada por una perfumería local -la cadena Rouge- para que protagonizara su campaña y pude entrevistarla luego de su sesión de fotos con Urko Suaya. La charla transcurrió en su suite del Alvear Hotel: en un gesto muy Gloria Swanson en Sunset Boulevard, ella pidió a los coordinadores que apagasen las arañas con caireles y la conversación transcurrió casi en penumbras. Me encontré con una mujer de 81 años de silueta espigada, el pelo blanco y carré, considerada y también autoproclamada la última sobreviviente de las supermodelos que circa 1940 y 1950 fueron pioneras en difundir estilos con extremo dramatismo y elegancia. Carmen lo explicó del siguiente modo: “Fuimos una docena de modelos que hacíamos todas las campañas y parecía que conformábamos una familia- remitirse a iconos de la moda tales como Dovima, Dorothy Leigh y Susy Parker entre algunas de las integrantes del clan. Me gusta decir que mi carrera se pareció más a la de una estrella del cine mudo, porque la mayor parte de mi trabajo fueron campañas gráficas. En mis comienzos estaba en boga reflejar la hermosura desde la imaginación y a través de las prendas”.

Y unos años después puso en boga el pelo gris blanquecino con canas a la vista en las pasarelas y en las gráficas: “cuando mi pelo empezó a cambiar de color empecé a decir en voz baja “América crecé y envejecé conmigo, lo cierto es que todos sabían mi edad y yo nunca la ocultaría”. Añadió que su fina estampa de mannequin fue la consecuencia de una enfermedad en su niñez: “Mi cuerpo se parecía a una percha porque había estado muy enferma de fiebre reumática, lucía casi como las modelos de ahora pero espero que ellas no estén enfermas como yo sí lo estuve”. Y así, con sutil ironía se manifestó en contra de la compulsión actual por la delgadez en la pasarela. Lejos de cualquier gesto snob Carmen Dell Orefice no temió argumentar: “me gusta componer un personaje para las cámaras y contar una historia pero soy consciente de mi realidad y considero que no vivo la vida que reflejan las revistas”. Agregó que el inicio de su carrera actoral respondió a la posibilidad de poder acceder a un seguro de salud. Lo hizo en el film “La edad de la inocencia” de Martin Scorsese pero no tuvo ningún protagónico sino que apenas balbuceó algunas líneas con un vestido gris diseñado por Gabriela Pescucci que coincidía con el color de su pelo y continuó con un cameo en “Celebrity” de Woody Allen. A comienzos de 2000 volvió a situarse en la cresta de la ola de la moda internacional -vía desfiles de Christian Dior, de Jean Paul Gaultier, Alberta Ferretti o su reciente aparición en el documental ”About Face”- junto a un casting de bellezas de edades diversas compuesto por Isabella Rosellini y Lauren Hutton que indaga en la belleza sin artificios de cirugías. También protagonizó una campaña de Chanel nº5.

Del recorrido por la escena de la moda de sus comienzos no vaciló en afirmar: “me encantaban las telas y la belleza de los diseños de Mainbocher (se refiere a la firma del modisto americano que en 1939 anticipó las cinturas que imperarían tras la posguerra y cuyo atelier contiguo a Tiffany fue de visita indispensable para las elegantes de New York) y me encantaba también Charles James (creador inglés cuyas gowns fueron fotografiados por Beaton en fabulosos salones de fiesta). Cuando rebobinó a su adolescencia en Nueva York, que coincidió con la Gran Depresión económica, contó que junto a su madre de procedencia húngara iban a thrift shops a comprar sábanas y frazadas con las cuales luego coserían sus propias prendas. Advirtió que su carrera en la moda -del debut con solo trece años cuando la mujer de un fotógrafo Herman Landschoff la avistara en un autobús- muchos capítulos antes en la trama de la moda de cuando a la diva rocker Kate Moss la abordaran en un aeropuerto, fue absolutamente accidental: “yo no la elegí, sino que me eligió. Estuve feliz de hacer el trabajo y de ganar mi dinero, si bien había estudiado ballet no tenía conciencia de mi cuerpo, tampoco sabía quién era ni a dónde pertenecía, considero que la moda me ayudó a conocerme y que el maquillaje fue parte del proceso, pese a que aún no existía una gran industria”.

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