VISTO Y LEíDO
El nuevo libro de poemas de Eva Murari, editado por un sello de su ciudad natal, recrea asociaciones entre escritura y tejido, entre literatura y naturaleza por medio de un tiempo en el que no hay pasado ni futuro, sino sólo el fulgor de días indelebles
› Por Daniel Gigena
Como en alguno de sus trabajos anteriores, el cuarto libro de poemas de Eva Murari (Bahía Blanca, 1974) se divide en dos partes. La primera lleva el mismo título que el libro e indica que la mirada sobre el mundo está dentro de la casa; desde allí se observa el aire limpio de un amanecer de verano o los contornos que la luz perfila en las ventanas, allí se pelan naranjas a la mañana, se escribe o se teje una boina para alguien que quizás nunca conozca los pensamientos de quien tejía. “La luz afuera”, la segunda parte, encuentra esa mirada-voz en las calles de una ciudad, en la playa, entre los árboles, solitaria en la noche. En el primer poema de El dibujo del sol en las persianas hay, según Murari, una clave de lectura: en su escritura el tiempo es cíclico. “No una línea recta,/ círculos concéntricos/ y a veces/ el pasado-presente/ como en los sueños.” En otro, una naranja representa “uno de los dones/ que la naturaleza prodiga cíclica/ indiferente a nuestra alegría y a nuestro dolor”. Ese tiempo de la naturaleza, además de indiferente y circular, es colectivo, reúne a las mujeres “en lucha silenciosa con las agujas del reloj”. Ellas pueden ser bordadoras sin marido, una confabulación de tejedoras al crochet (“que siempre llevan/ algo entre manos”), amigas que se intercambian dones, Virginia Woolf, incluso la misma poeta como otras mujeres: “Yo soy las imágenes/ que entran en mí”.
En los textos de Murari, la tarea de escribir encuentra análogos en otros oficios artesanales, prácticas manuales como el dibujo, el bordado, el tejido, el trabajo cotidiano en la cocina durante las estaciones del año o a lo largo del día. “Bordar es la mejor manera de esperar”, se lee al comienzo de uno de los poemas más gráficos en ese sentido, donde la voz poética cede el protagonismo a otras figuras: “Tejían puntillas, redes maravillosas/ para atrapar los sueños en sus hilos sutiles”. ¿Qué redes forman los poemas escritos a mano, atrapados en los sueños del tiempo, con sus palabras secretas? “Escribo para atrapar pequeños momentos felices, y trato de que mis poemas sean como fotos que capten la luz del día; escribo cosas que me pasan o veo y que le podrían pasar a cualquiera”, dice Murari. Esas cosas comunes son dichas con un ritmo y un énfasis tan atenuados que la potencia se transfiere al entorno, a los álamos, al sol, a las criaturas que rondan una ría, a las fases lunares: “la luna creciente se transparenta”, “el día se apaga lento, naranja”, “los fresnos son los primeros en enterarse”, “el frío pone/ las cosas en suspenso”. Una voz que sólo quiere decir poco, y cuyo índice de presencia se reduce a veces casi a cero, edita y traduce el entorno: “En el cielo se recorta/ la imagen precisa de las cosas,/ nos abrasa/ el viento norte que barre la llanura”.
Sobre la relación que su poesía mantiene con la naturaleza, Murari comenta que ese vínculo aparece en todos sus trabajos. “La primera parte de mi primer libro, Violetas, está dedicada por completo al jardín de la casa en la que pasé mi infancia y adolescencia. Mi segundo libro, Tres, está compuesto por veinte poemas de tres versos que no siguen la métrica del haiku pero sí su principio compositivo: plasmar el instante en la continuidad. Los poemas son todos sobre la naturaleza. Savia, el tercero, es un largo poema de amor a los árboles, que escribí ‘escuchando’ lo que los árboles me decían, salía los domingos a la mañana por la ciudad a abrazar árboles. En El dibujo del sol en las persianas hay una síntesis de todo eso, de ese diálogo que vengo teniendo con la naturaleza a través de la poesía, y a la vez es un libro que habla más de la cultura, de lo que la gente hace”. Con una suerte de lentitud verbal que “no es pereza, es necesidad”, como se lee en uno de los poemas finales, se transparenta el procedimiento elegido, en el que la escritura se asimila también a la actividad de las plantas: “Como las plantas, lenta/ pero visiblemente/ me inclino hacia el sol”.
El dibujo del sol en las persianas
Eva Murari
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