Viernes, 13 de mayo de 2016 | Hoy
VISTO Y LEíDO
En Pétronille, Amélie Nothomb despunta un diario de desventuras de la borrachera.
Por Dolores Curia
Amélie Nothomb es famosa no solamente por ser una escritora prolífica y una de las más veneradas de Francia y de Europa, sino también por ser amiga del buen beber. La cata compulsiva, en sus palabras, hace que su “existencia se vuelva más o menos aceptable” y que -léase con suspiro de niña rica con tristeza- pueda tolerar su enorme éxito comercial y las reverencias de la crítica. Es una estrella de las letras, acosada por los fans que calcan su look de palidez japonesa y sombrero obligatorio, y seguidores que exigen la aparición de sus novelas en el tiempo y forma en que los tiene acostumbrados: una por año, producidas a fuerza de una disciplina tibetana de tres horas diarias de escritura los 365 días del año. Del mismo modo, a la hora de empinar el codo Amélie Nothomb es muy metódica: “La embriaguez no se improvisa. Es competencia del arte, que exige dar y cuidar. Beber sin ton ni son no conduce a ninguna parte”. Respeta también a rajatabla el pacto autobiográfico con el lector, y posiblemente sea ahí donde reside parte del secreto de su gloria.
Pétronille, su último libro traducido al español, es un diario de desventuras de borrachera con momentos de espirituosa lucidez. Allí cuenta cómo se la pasa buscado en el alcohol -y más específicamente en el champagne de buena calidad-, un estado trascendental que no esté contaminado ni minimizado por los alimentos o alguna compañía soporífera. Tomar sola no está mal, pero tomar bien acompañada es superador. Es por eso que encara un casting de compañera de bebida. No cualquiera aplica. Su coequiper deberá tener un no sé qué que Amélie solo podrá reconocer cuando lo vea. Y eso es lo que ocurre cuando se le pone delante Pétronille Fanto, una fan de la primera hora (la novela arranca en 1997, cuando Nothomb recién se asomaba al mercado literario) con la que había mantenido correspondencia y que de repente se le presenta cara a cara en una firma de libros. Pétronille pasa la primera prueba cuando salen a tomar juntas y corona el fin de la noche haciendo pis entre dos autos estacionados. Pronto se vuelve la compinche de copas soñada.
Petronille también escribe y a lo largo de la historia va ganando reconocimiento como escritora debutante pero con eso no alcanza para llenar la heladera. Una distancia regada por el champagne, que siempre paga Amélie. Con vaso en mano la inequidad se traga mejor. Y también se aguanta mejor desde una desastrosa escapada a las montañas hasta una Nochebuena con la familia estalinista de una y los padres aristócratas de la otra. A los ojos de su amiga, Petronille -siempre lista para irse a las manos o probar medicamentos experimentales- va mutando de “contestatariamente encantadora” a levemente escalofriante. Amélie Nothomb no lo ha ocultado: el personaje de Pétronille Fanto está basado en la escritora francesa Stéphanie Hochet, “una persona imposible, que discute con todo el mundo, incluidos sus amigos, y con la que me encuentro en una situación de absoluta de sumisión”. Con el tiempo, las diferencias y las complicidades entre las dos devienen en un cariño más bien tormentoso, nada lineal, bastante alejado de cualquier relato edulcorado de la amistad que todo lo puede. Patotera y hasta algo suicida, Pétronille se parece más a Amélie de lo que ésta está dispuesta a reconocer. Tal vez sea por eso que siempre vuelve a ella o la deja volver. Porque al igual que Amélie, Pétronille reconoce y rehúye de la modorra de la sobriedad. Juntas son unas Thelma y Louis a la francesa, en principio, no tan temerarias. Pero esa tibieza inicial es solo una apariencia, que será desmentida por una repentina caída libre, un final que pide una relectura: un sello de las novelas de Nothomb. Tal vez algo gastado, pero qué bien lo imprime.
Pétronille
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