En Brasil hubo un golpe de Estado, nuestro gobierno nacional lo apoya y el mundo lo mira desde lejos, por lo menos hasta este martes, cuando el grupo de actores y actrices de la película Aquarius, cuya estrella es Sonia Braga, levantó una serie de carteles en la clásica alfombra roja. Ataviadxs con el esplendor que requiere el evento y encabezadxs por ella, imponente como de costumbre, se plantaron en fila y sacaron de los bolsillos los mensajes: los flashes dispararon sobre las consignas. “Un golpe tuvo lugar en Brasil”, “El mundo no puede aceptar este gobierno ilegal” y “Brasil ya no es una democracia” fueron algunas de las frases que portaba el elenco en la puerta del Gran Teatro Lumiere a punto de presentarse en el Festival de Cannes. No es para menos: la única película latina entre las 21 que aspiran a ganar es la primera brasilera en entrar en competencia en muchos años y la segunda de Kléber Mendonça Filho, un crítico de cine devenido director que ahora narra la historia de una resistencia, encabezada por la misma Braga. En Aquarius, Braga interpreta a Clara, una mujer que superó un cáncer en su juventud y que al promediar sus sesenta intenta frenar el desalojo de su propio edificio por una empresa que quiere construir allí un edificio de lujo. Todos se van pero ella resiste, le ofrecen dinero y se niega a aceptarlo, convencen a sus hijos y empiezan a amedrentarla desde diversos frentes para que abandone la causa que la mantiene arraigada a su casa, un hogar lleno de sentidos para su vida y una causa que deviene política. De su labor como actriz en Aquarius la crítica coincide en que es soberbia y de ella como compañera, abundan las leyendas de rodajes, como aquel que pidió interrumpir para igualar el menú de los actores y actrices y el equipo técnico. “¿Por qué no comemos todos lo mismo?” increpó a la producción y logró la equidad.

Sobre los carteles, no fueron pocos los que alzaron la voz pidiendo el boicot al film, agrandando la “grieta” brasileña, que es tan o más violenta que la que divide a nuestro país. Bajo el hashtag #BoicoteAquarius miles de usuarios pidieron que no se premie a la película, que no se estrene en su país y que el gobierno actual retire el apoyo financiero al viaje del contingente brasilero, que no podría haber llegado a esa alfombra roja sin la ayuda estatal, dicen. Uno de los pro-impeachment, el crítico Marcos Petrucelli, escribió en su facebook un diálogo imaginario entre un francés atónito por los mensajes de los brasileros y alguien que pudiera explicarle. Su versión de los hechos, por supuesto. “Un francés viendo la alfombra roja de Cannes se pregunta ¿la democracia terminó en Brasil? ¿Pero había presos políticos? (… ) –No, en realidad una gran cantidad de personas salieron a las calles para apoyar al presidente desmontado, y nadie fue detenido. –¿La prensa fue censurada? ¿Los periodistas expulsados? –No, en realidad varios blogs, revistas y periódicos se han posicionado abiertamente en favor de la ex presidenta, y nadie fue censurado. –Y la presidenta, ¿fue detenida? –De hecho, ella está viviendo en un palacio de 7.000 metros cuadrados, reformado hace 10 años a un costo de casi $20 millones, con un equipo de 80 personas, la seguridad y el avión de la Fuerza Aérea institucional a su disposición. –¿Y el poder judicial? (… ) –En realidad no, quien determinó la destitución era el Tribunal Supremo, y el nuevo presidente fue juramentado por el Tribunal Supremo de Elecciones, cuyo presidente era aun abogado del gobierno ante el juez”. Y en ese juego de preguntas y respuestas se refleja algo de lo que viene tramando esta vuelta de la derecha al poder que en Brasil muestra su lado más grosero. Por eso emociona verlos a todos en fila, en esa vidriera perfecta que es el festival de Cannes, con una leyenda que se hace carne en Latinoamérica que sangra con dos de sus presidentas mujeres procesadas por estos nuevos poderes, alineados y sin el apoyo popular que ellas supieron conseguir.