Vie 19.03.2004
las12

DANZA

CHAMUYO DEL CUERPO

Dicen las que saben que en los tres minutos que dura un tango o una milonga es posible atisbar el cielo o sentirse tan cerca del piso como una escoba manipulada por un torpe encargado de edificio. Que es un juego esto de que los hombres dominen, pero un juego en el que nunca hay que perder el control, so pena de perder también la autoestima. Dicen también que es una cuestión de deseo y no de amor, de histeria y no de pareja; de nostalgias también, pero con ganas de renovarse.

Por Noemí Ciollaro

El tango, dicen, es un baile sabio. Un tango dura aproximadamente tres minutos. Y en tres minutos, dicen, una puede tocar el cielo o morder el polvo. Si un tango durara más de tres minutos, podría llegar a ser irresistible, fatal.
En tres minutos, cuentan, es posible comprender con dolor que el propio cuerpo resulta ajeno y rebelde, que no responde a las órdenes del cerebro ni del corazón. Ese es el momento preciso donde emerge o se aborta la pasión por esta danza; sólo con pasión es posible someterse a un largo aprendizaje y resistir el oprobio de verse reflejada en los espejos como si una fuera una marioneta loca.
Martes, siete de la tarde, está por comenzar la clase de tango de Osvaldo Natucci y Eladia Córdoba en “El Beso”, una de las milongas porteñas del centro. Mujeres y hombres de todas las edades trasponen la puerta mínima que hay bajo un toldo rojo, en Riobamba, a metros de Corrientes.
Natucci (63), ingeniero, militante de la izquierda revolucionaria en los ‘70, exiliado en Europa hasta mediados de los ‘90, volvió a la Argentina con la decisión de hacer del tango su forma de vida. El baile, la milonga, la pasión por la música le vienen de la infancia, de su barrio, Florida, a cuadras del Puente Saavedra.
–Empecé a bailar a los quince, en el club Defensores de Florida y me enamoré para siempre de ese baile reconcentrado donde no hay discurso, no hay seducción oral. Se acaba la palabra: es el chamuyo del cuerpo; es un abrazo al otro sexo en una danza compleja, no fácil, una emoción corporal que invita a no ser frívola y que alcanza la cumbre de la sensualidad. Para mí la milonga fue el lugar del descubrimiento de la sensualidad y el erotismo.
Eladia Córdoba (26), pampeana, hija de médicos, bailó danzas clásicas desde muy chica y a los dieciocho años vino a Buenos Aires a estudiar neurolingüística. Poco después se enredó en el tango.
–Llegué al tango casi por casualidad, en un momento en que andaba aburridísima en la vida. Fui con una amiga a unas clases y desde el primer día quedé enganchada. Me enredé en el tango de cabeza, iba a la facultad con los tacos en el bolso y después disparaba a las milongas, tomaba clases, rompí una relación de pareja de cuatro años. Sentía que el tango era lo mío y que había estado perdiendo el tiempo. Creo que lo que nos atrapa a las mujeres es que más allá de los códigos machistas, la milonga es el lugar donde los géneros están bien separados, allí podés mostrarte femenina de la cabeza a los pies. Es el lugar donde está permitida la sensualidad.
Las mujeres que van llegando se agrupan en distintas mesas y comienzan la ceremonia de dejar los zapatos de calle para calzarse los de bailar, con pulsera y taco fino y alto. Se las ve risueñas, relajadas, con otrogesto que el que traían de la calle, el trabajo, la vida. Enderezan la postura y al escuchar la música nostálgica y porteña, una luz nueva se les enciende en los ojos.
Algunos hombres también se cambian los zapatos, la mayoría se sientan solos, excepto que vengan en pareja. Se los ve más serios, más herméticos. Es el estilo, el porte milonguero masculino, el modelo que primero aprenden, sepan o no sepan bailar. Y observan impasibles la mercadería. Clasifican, descartan, eligen mentalmente con quien desean bailar, aunque los maestros luego dispongan otra cosa.
Los extranjeros, mujeres y hombres, son alumnos habituales e infatigables en “El Beso”, enamorados del baile porteño que los embriaga hasta la adicción, suman clases y absorben no sólo la técnica sino también los códigos y los tics milongueros.
En tres minutos, aseguran las mujeres, es posible vivir una pesadilla y como una vidente percibir en el otro algo oscuro, que espanta y aleja. Puede ocurrir, también, que una se sienta cual escoba manipulada por un afiliado combativo del sindicato de los porteros o encargados.
Pero, dicen las que saben, en tres minutos es posible pisar el paraíso, alcanzar alturas de vértigo, emocionarse hasta el llanto, marearse como en una borrachera feliz, dejarse llevar por ese otro cuerpo que milagrosamente encaja a la perfección con el de una; creerse Perséfone arrastrada por Hades hacia abismos alucinantes, hallar el alma gemela. Rozar la tanguedad con la yema de los dedos.
Los maestros combinan las parejas, hacen correcciones, mezclan teoría y práctica, se abrazan y ensayan ochos, giros, cruces, develan secretos, insisten en la importancia del caminar tanguero. Natucci despliega su teoría, transmite su pasión, acaricia el piso con la suela de sus zapatos y lleva a Eladia entre sus brazos como se lleva un tesoro.
–La tanguedad en el baile es una forma de moverse, no es ni gracia ni técnica, ni sensualidad, es una manera de moverse, un movimiento corporal representativo de una mujer, un hombre, o una pareja que baila bien el tango. Es una forma de bailar, de movilidad corporal de la cintura para arriba, de mucha agilidad de piernas, de mucha sobriedad en los desplazamientos, donde la emoción es el motor.
Es febrero del 2004, sin embargo lo que una ve y respira es algo semejante a lo escrito por Orgambide en sus maravillosos Cuentos con tangos. Aquí, en este reducto tanguero, cuando se comienza a bailar, el macho es el macho y la hembra es eso, una hembra. Aquí no cuenta la liberación femenina, ni la igualdad entre sexos, ni las cuestiones de género, excepto en las sedas y satenes que algunas visten.
Profesionales, señoras de su casa, solteras, casadas, divorciadas, diosas jóvenes de bellos cuerpos, maduras, más que maduras, todas cumplen sin mayor resistencia los rituales machistas que aún imperan en el mundo de la milonga. Esperan el cabeceo, la invitación que siempre es iniciativa del hombre, y luchan contra sus instintos libertarios aceptando que allí es él quien conduce, el que elige, el que guía y marca el ritmo. El que con gestos cortos y decididos invita a bailar tres minutos más, o con un “muchas gracias” cordial pero tajante, retorna a la dama a su silla hasta vaya a saber una cuándo.
En las clases eso se atempera, los maestros procuran que todos bailen, que se sientan cómodos y aprendan. Pero en la “milonga”, cuentan, el imperativo masculino está vigente sin atenuantes. Una mujer puede pasar la noche entera con sus zapatos puestos y sin haber bailado un solo tango. Y lo soporta estoicamente, dignamente, porque son las reglas del juego y sabe a qué está jugando. Son escasas las oportunidades en que una mujer responde que no cuando un hombre la cabecea. Pues se sabe (y si no, se aprende) que tras ello tronará el escarmiento y es posible que ni ése niotros vuelvan a invitarla. Sólo las estrellas, las mejores bailarinas, alguna vez pueden permitirse el lujo.
Eladia enseña a bailar y también alerta sobre los códigos en la milonga, incita a los hombres a cuidar a su pareja de baile.
–A mí me apasionó este mundo estético que se desconoce en la calle, estás autorizada a vestirte como mina sin que por eso te hagan sentir una puta. Creo que es algo que las mujeres deseamos aunque quizás no confesamos, tiene que ver con el descubrimiento de la sensualidad, no importa la edad. El otro factor es el encuentro de la emoción, y la enorme soledad que existe hoy. Es todo muy complejo en cuanto a formar una pareja, pero los momentos de emoción que necesitás quizás los encontrás en la milonga, son efímeros, pero el baile es un arte y si te gusta, lo disfrutás mucho. Es un mundo muy atractivo y a la vez muy complejo, muy contradictorio todo el tiempo. Quizás en una noche te cuesta un montón encontrar ese momento de placer que no es sólo una cuestión de baile, tiene que ver con no cruzarte con un tipo que baile bien, pero que después lo arruine todo diciendo alguna cosa, o tratándote de un modo que te incomode. Tiene que ver con cómo estás, qué vas a buscar. Las reglas de la milonga son simples, bastante primitivas, pero como se juntan muchos estados anímicos de cada uno, se complica para mujeres y hombres. Todo influye: si te sentís bien, si te sentís rechazada, cómo está cada uno en su autoestima; la música y el baile aumentan la sensibilidad.
Natucci atribuye gran parte de los códigos machistas a los orígenes del tango, al arrabal, a sus pioneros y creadores.
–Arrabal viene de muralla, el inmigrante, el negro y el criollo rural se cruzan en el margen de la construcción de la ciudad, en la frontera entre la ley y el orden. Ser arrabalero era estar fuera de la muralla, en la orilla, en un mundo de casas humildes, prostíbulos, bolichitos, escabio, guitarra, ocio, vagancia, compadritos, mano de obra para los políticos de comité, piringundines, clandestinidad. Ahí nacieron la música y el baile. Hasta 1917, más o menos, las letras del tango fueron pornográficas, simples, ni siquiera graciosas. El choclo es una invocación al pene, es obvio; Siete pulgadas, que ahora se llama Siete palabras, es lo mismo. La poesía, la literatura del tango llegó más tarde. En los prostíbulos originalmente los hombres practicaban el baile entre sí, mientras esperaban a las pupilas; éste es un ritual que está muy poco estudiado, se habla de homosexualidad latente, no lo sé, pero hay una zona donde lo distintivo era que bailaban entre ellos. Más tarde, a principios del 1900, aparecieron los salones de baile de “Laura” o de “La Vasca”, que eran prostíbulos encubiertos, ahí iban los políticos, gente muy bien vestida, de guita, había champagne; y arriba estaban las habitaciones, con las madamas como Laura, o La Vasca, que fueron famosas y gozaban de la protección del poder. Pero en un principio el tango era una música y un baile de pobres, un fenómeno portuario, el lamento cósmico de los inmigrantes del Río de la Plata, con una coreografía porno; luego se fue socializando al llegar primero al conventillo y más tarde al club de barrio.
Para Eladia, la milonga es un lugar en el que hay un juego entre los dos sexos al que hay que aprender a jugar con cierto control.
–Cuando bailás, en el abrazo estás poniendo todo en juego, y es como dice Natucci, ‘el cuerpo no miente’; a veces quedás muy al desnudo, sentís que el otro te está sintiendo el alma. Hay que saber cuándo y cómo una va a la milonga, y en qué brazos te ponés. Se trata de una entrega fuerte a un desconocido. Las fieras perciben qué tipo de mujer sos, que no te bancás todos los códigos, eso es bueno para no salir lastimada. La mujer es la que más soporta el rechazo, hay un criterio de que el hombre no debería vivir el rechazo porque los pone muy mal, son machos pero son hipersensibles. Es vital relacionarte con criterio, ser selectiva, jugarcon quienes juegan con tus mismas reglas. Puede haber histeria en un grado normal, la milonga es un lugar ideal para que hombres y mujeres manifestemos la parte histérica que tenemos, me refiero a esa cosa de seducción sin deseo de concretar algo, como una simulación, pero a veces eso se exacerba. Por eso la milonga es un terreno escabroso para que el amor se desarrolle. Creo que la pareja para la milonga es un cuerpo extraño, la rechaza, y el juego que existe trata de romperla.
Para Natucci, lo ideal está lejos de lo posible, aunque confía en que con la irrupción de los jóvenes, los viejos códigos caduquen.
–El oro y el barro vienen juntos, y por ahí para tener el lujo de encontrar esa pepita de oro en la milonga, un poco hay que embarrarse, no sé... Uno preferiría en el mundo de la utopía, que siempre aparece, que se provocaran algunos cambios. El baile del tango es como una ceremonia de cortejeo a través del baile, donde hay exhibición, emoción, seducción, el encuentro con el otro mediatizado a través del baile y el chamuyo de los cuerpos. Por eso las mejores milongas se construyen entre solos y solas, ahí hay un potencial siempre latente que yo creo que no es tanto el amor, más bien diría el encuentro erótico. El protagonismo de la mujer ha aumentado, eso va cambiando; pero impera cierta norma sobre que el hombre dirige, no hay equidad, es un juego, pero es un juego relativamente hostil que no todos soportan.

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