Vie 30.09.2016
las12

FOTOGRAFíA

REVELACION DE UN MUNDO

Graciela Iturbide aprendió la paciencia al mismo tiempo que la fotografía, tal vez por eso jamás se le ocurriría tomar una con su celular. Autora de ensayos memorables como Las mujeres de Juchitán, esta mexicana sabe obturar sobre el dolor como si cosiera las heridas para dejar expuesto lo fundamental de la experiencia. Ese arte se puede disfrutar ahora en dos muestras que se inauguraron en Buenos Aires con la primavera.

› Por Irupé Tentorio

Graciela Iturbide dice que nunca intentó hacer una toma con un celular, prefiere el ritual de revelar sus propias fotografías, editar sus contactos, archivarlos y conservarlos en las muchas cajas negras que tiene en su casa. Toda una vida dedicada a su propio mundo analógico y, sin embargo, cuando le toca contestar si da clases sobre fotografía, dice que no, porque no sabe nada de técnica fotográfica y todo lo hace es a partir de lo que le indica su corazón. “¿Qué podría enseñarles?”, pregunta.

Cuando ya casada y con tres hijxs, a principios de los 70, ingresó a la Escuela de Cine en México, una de las materias que se dictaba allí era fotografía fija para cine. Ese fue su primer acercamiento; el segundo fue cuando el fotógrafo mexicano, Manuel Álvarez Bravo, la invitó a ser su asistente.

Fue su maestro de la vida. Durante ese primer año de relación, solían hacer caminatas al campo en busca del tiempo necesario para apretar el obturador y tomar una o varias fotos que son parte del tesoro de dicha relación, la que terminó cuando Manuel se murió cien años después de haber nacido. “Manuel me dejó muchas enseñanzas sobre la fotografía. Siempre me decía que había que mirar mucha pintura para saber de composición, seguí su consejo y fui educando mi ojo. En mi vida, aprendí mucho de maestros artistas que tenían ese tipo de sensibilidad” cuenta.

SELFPORTRAIT WITH SNAKES

Graciela, desde hace muchos años, es una de las fotógrafas más importantes del mundo. Compartió un tiempo de su vida con Cartier Bresson en París, es amiga de Sebastián Salgado y admira al fotógrafo checoslovaco Josef Koudelka. Desde un principio, necesitó explorar su país haciendo fotos, conociendo a fondo sus raíces y es en 1979 cuando el artista plástico Francisco Toledo la invitó a fotografiar Juchitan, Oaxaca. Graciela tomó fotografías de esta ciudad durante seis años, pero al momento de editar, se quedó con ellas: “Las mujeres de Juchitan”, es uno de sus ensayos emblemáticos, fruto de una convivencia íntima, de las marchas compartidas, de seguirlas en su búsqueda de la propia identidad de las mujeres zapotecas. Fue en uno de esos constantes viajes donde apareció su memorable retrato a “Nuestra señora de las iguanas” o, para Oaxaca, “La medusa juchiteca”, un retrato en blanco y negro de una mujer zapoteca que en su cabeza lleva un sombrero de iguanas y se convirtió en un símbolo popular. En Las mujeres de Juchitán hay fotos de ellas trabajando con las gallinas, reposando en sus camas, festejando sus quince años de vestido blanco y largo, entre las víboras, en sus bailes tradicionales, casamientos, rituales, mujeres amamantando, bañándose, felices y serias. Ninguna de sus fotos muestra a una mujer derrumbada por el peso del dramatismo o la melancolía, aunque sí se dimensiona el espesor de los claroscuros de la vida.

FRIDAS BATHROOM CORSET ON SHELF

En la de la propia Iturbide, hubo un hecho imborrable: la muerte de su hija a sus seis años de vida. Graciela, como pudo, la buscó a través del lente, fotografió niñas y niños muertos, siempre buscando la poesía que puede llegar al dolor para curarlo, y la encontró cuando acompañó a un padre a enterrar a su niño al cementerio de Dolores Hidalgo, en Guanajato. Al finalizar la ceremonia, una bandada de pájaros se echó a volar para que Graciela cierre su trabajo con la muerte y empiece a fotografiar sobre el despojo y la libertad que la vida también ofrece. Los pájaros que vuelan, los pájaros que viven, los pájaros de San Juan de la Cruz, “Los pájaros de la vida”, dice Graciela mientras muestra sus fotos llena de vida. Fotos en paisajes despoblados, o con una o dos personas que interfieren en las diferentes tomas.

Sus autorretratos también son una revelación de sus estados emocionales. En la actualidad, cuenta que hace mucho que no se toma fotos a ella misma pero cuando lo hizo fue parte de un proceso de sanación sobre su estado emocional. Autorretratos con víboras en la boca, pájaros en los ojos, plumas, pescados, algunos insectos sobre su rostro, fueron procesos internos que necesitó.

En la fotogalería FOLA, en Buenos Aires, expone por primera vez Naturata y Baño de Frida. La serie Naturata exhibe fotos tomadas cuando en 1993 el Jardín Etnobotánico de Oaxaca de Juárez estaba recién creciendo. Lo que sucedió con su serie del Baño de Frida Khalo fue diferente. En esta oportunidad tomó fotos documentales y de primeros planos sobre la intimidad más cruda de la pintora, la que estuvo bajo llave durante 50 años. Hay fotos de sus batas para pintar, los retratos de Stalin, su corsé, muletas, medicinas. Iturbide cuenta que no tiene nada que ver con Frida, le gustan algunos cuadros y odia que se haya transformado en una figura fetiche. En lo que coinciden ambas es que su terapia fue el trabajo. “La fotografía es un pretexto para conocer la vida, incluso fue una herramienta muy importante para conocerme a mí misma”.

FRIDAS BATHROOM CORSET ON SHELF

¿Hay alguna fotografía que sentís que tiene vida propia, es decir, que las personas y el mundo se la haya apropiado?

–Cuando trabajé en Juchitán de Zaragoza, en México, solía ir al mercado a trabajar con las mujeres Zapotecas. Un día llegó Sobeida con iguanas en la cabeza, en Juchitán las mujeres cargan su vendimia en su cabeza. Así que le dije: “Señora por favor espere, déjeme tomarle una foto”. Me dijo que sí y le hice doce tomas, donde solo dos en el contacto estaban bien. Esta foto se ha vuelto un ícono. En Juchitán hay una escultura de ella, inspirada en esa fotografía. También la manera de dirigir el tránsito y anunciar los caminos en Juchitán, es a partir de la foto que tomé de ella. Hay grafittis con su imagen, huipiles (blusas), botellas de mezcal...

Y a vos, ¿qué te provoca que esa fotografía tenga vida propia, que de alguna manera se haya borrado tu firma?

– Siento que algunas imágenes, en este caso, se vuelven íconos sin que una intervenga, me da gusto y me asombra. Casualmente en estos días, regresé a Juchitán a fotografiar estas imágenes.

¿Tu trabajo sobre Mujeres de Juchitán lo enlazas con el hecho de ser feminista?

–Mi trabajo en Juchitán fue una experiencia fantástica. Vivía en casa de estas mujeres por temporadas, mi intención no era fotografiar sólo a ellas: las circunstancias me lo permitieron. Soy feminista, pero mi intención al hacer este libro no tenía que ver con esta postura. Fotografié todo lo que vi y lo que me asombró de este lugar. El resultado fue la mujer Zapoteca. Aunque en mis negativos hay otros muchos motivos interesantes.

¿Cómo surge hacer fotos del baño de Frida?

–Me llamaron del museo de Frida Kahlo para fotografiar ropa que ella solía usar. Le expliqué a la directora que yo no hacía fotos en estudio y rechacé el trabajo. Acababan de abrir los dos baños de Frida de la casa Azul después de cincuenta años de que Diego Rivera los cerrara. Yo no lo sabía, pero cuando pasé por ahí y vi los objetos de Frida, casi todos en la tina, pedí permiso de reinterpretar estos objetos de dolor. El baño obviamente olía mal, así que cuando me dan el permiso empiezo a reproducir con mi cámara todo ese mundo de dolor. Corsés, muletas, carteles políticos, ya que Frida era del partido comunista. Tomé pocas fotos, trabajé dos días. La tortuga estaba disecada junto con los pájaros guardados en un ropero. El Demerol (morfina) era la medicina que Frida tomaba todos los días para su dolor. Yo no soy Fridómana, ahora Frida es una santa para muchos mexicanos y para muchos chicanos en Estados Unidos, pero cuando vi cómo trabajaba esta mujer, a pesar de su dolor, la admiré y la sigo admirando profundamente. No había retratos de Frida en el baño. Me limité a interpretar lo que había. Curiosamente tengo esta serie también en color, pero la prefiero en blanco y negro.

El escritor y poeta Fabio Morabito dijo que las plantas que fotografiaste en Naturata estaban en terapia. ¿Coincidís?

–Fui al Jardín Botánico de Oaxaca por la sugerencia del artista plástico Francisco Toledo. En ese entonces, cuando el jardín botánico estaba creciendo, el trabajo que hacían los jardineros para cuidar estas plantas que venían de la sierra de Oaxaca era una labor maravillosa. Cuando le enseñé a Fabio Morabito mi trabajo, se lo mostré como si fueran esculturas. Y ahí Fabio me advirtió: “Graciela, son plantas en terapia”. Tenía toda la razón. Seguí fotografiando este jardín y algunos otros en mis viajes. Con el tiempo, estas plantas en terapia y los objetos de dolor de Frida las sitúo en el mismo lugar. Casualmente fotografié el dolor otra vez.

¿Hiciste fotos del actual Jardín?

–Me lo han pedido, es muy bello, pero prefiero quedarme con la terapia. ,

Naturata y el Baño de Frida Khalo se pueden visitar de lunes a domingo desde el 21 de septiembre hasta el 3 de diciembre en FOLA: Godoy Cruz 2620 / 2626, de 12 a 20. El jueves 1° de diciembre Graciela Iturbide brindará una charla en el auditorio del lugar.

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