OPERA
Ambiciones que matan
Una Lady Macbeth aterradora, sangrienta, majestuosa se yergue sobre el escenario del Avenida, y la ópera de Verdi, basada en la pieza de Shakespeare, cobra renovada actualidad. La soprano Myriam Toker, revelada en Master Class donde se medía airosamente con Norma Aleandro, interpreta con tacos aguja, en una labor consagratoria, a esta dama sin frenos morales.
Por Moira Soto
Entre grises y rojos de la escenografía y el vestuario, se desliza imponente sobre sus tacos altos, de pantalón y chaqueta, el pelo largo -que luego ha de soltar– atado en colita, Lady Macbeth. Todavía dueña de sí, pero ya en plena urdimbre de sus funestos planes. Es el primer acto de Macbeth, la conmocionante ópera de Verdi, fidelisíma a la tragedia de Shakespeare, que acaba de estrenarse en el Avenida, presentada por Buenos Aires Lírica, con Myriam Toker en un protagónico consagratorio, que comparte con el excelente barítono Marcelo Lombardero, ambos al frente de un elenco impecable que incluye a Hernán Iturralde, Enrique Folger, Carlos Natale y Cecilia Jacubowicz. La dirección musical es de Guillermo Brizzio, régie y escenografía pertenecen a Marcelo Perusso, el vestuario fue diseñado por Sofía de Nuncio y la dirección coral corresponde a Juan Casasbellas. Las funciones tendrán lugar mañana sábado y el viernes 2 de abril a las 20, y el domingo 4 a las 18, con entradas desde $ 5.
La pieza shakespeareana, tantas veces llevada al cine, fue el primer trabajo de Giuseppe Verdi (1813-1901) sobre el dramaturgo inglés. El compositor exigió a su libretista Francesco Maria Piave que respetara la negrura trágica del original, por lo que la calidad literaria de la ópera es llamativa, mientras que en lo musical ofrece sutilezas e innovaciones que se acoplan a los gritos y susurros, creando un clima de pesadilla de inquietante sugestión. Verdi amaba a Shakespeare, pero tardaría unos cuantos años en volver al poeta, con Falstaff (1887) y Othello (1893). En esta puesta sin fechar, con estructuras metálicas que pueden evocar torres y puentes levadizos, pero también arquitecturas recientes, se ha puesto audazmente el acento sobre la erotización del poder. Un rasgo que alcanza a las famosas brujas, que en esta oportunidad son jóvenes y lindas, de corpiño y shorts negros y brillosos, botas al tono a la rodilla y aires felinos, rodeadas de una corte de pares.
Myriam Toker, la chica alta y delgada que dice que nació cantando, que siempre supo que iba a ser cantante lírica y por eso dirigió todos sus estudios en ese sentido, es una Lady espléndida en presencia, canto y actuación, que lleva a su personaje como si lo conociera hasta el último repliegue. Este parece ser su año: después de Macbeth la esperan la Freia de El Oro del Rhin y la Mme. Lidoine de Diálogo de Carmelitas, en el Colón (donde ya hizo, entre otras obras, Rigoletto, Idomeneo, Bomarzo). Premiada en diversas oportunidades, nuestra entrevistada es recordada por el público teatrero gracias a su brillante coprotagónico en Master Class, que se vio en el Maipo.
–Esta ópera y la propia pieza de Shakespeare en que se inspira, ¿no merecerían llamarse Lady Macbeth?
–Es que la pareja protagónica es una máquina formada por el empuje de la ambición y la mano de obra, en una época en que el hombre ponía lo segundo. Estamos hablando del siglo XI, entonces no es extraño que se hagarecaer lo demoníaco sobre el personaje femenino. Pero las tareas se reparten en este equipo que podría considerar un solo personaje. Es así este matrimonio, y funciona como todos los protagonistas y antagonistas: cuando uno sube, el otro baja. Y el título es en realidad el apellido de esta sociedad para el crimen.
–Pero ella aparece como el motor, la que instiga y sostiene, la que no tiene escrúpulos... Mientras que él vacila, por momentos se achica.
–Es cierto: ella es una mujer devastada, seca, ha perdido todo; él todavía tiene la dignidad del guerrero, y yo creo que ella se la arrebata. Lo pervierte moralmente. Ella sabe dónde calar, tiene terreno donde cultivar. Se complementan. Pero fijate que una vez que él empieza, pasa una frontera, sigue por su cuenta, solo, ya no hay modo de pararlo. La máquina se pone en funcionamiento con sus distintos engranajes y recursos, accionada por el motor de los males del mundo: la ambición.
–También tenemos a las tres brujas malignas...
–Las tenemos... Sin embargo, desde una mirada actual, yo estoy segura de que Shakespeare no tenía una mirada oscurantista o prejuiciosa respecto de la mujer, y así podemos hacer una lectura menos sexista de la Lady: ella no es así por ser mujer.
–¿No te parece que Lady Macbeth, dentro de su maldad sin fisuras, es más íntegra que él? Porque ella lo tiene clarísimo, mientras que él se resiste, titubea...
–El vacila al principio, intenta retroceder, pero en verdad sólo necesita un empujoncito. Creo que en esta puesta se pone muy de manifiesto el equipo de dos: la máquina infernal retroalimentada. Esta es una pieza con gran presencia de la sangre.
–De sangre vertida de manera alevosa, premeditada, que simbólicamente tiñe indeleble las manos de los crueles asesinos.
–Es lo difícil del protagonismo del mal. Todo es muy distinto cuando tenemos a un héroe romántico, condensación de los ideales del bien... Estos dos son la representación del mal. O sea, de entrada el bien cesa, es muerto. Y en este reino de las tinieblas, los dispositivos que se mueven se reparten entre dos, que podrían ser dos hombres, o dos mujeres. Dos personas. Una es la mano de obra, la otra la que derrama el veneno en el oído, un recurso muy shakespeareano. Ella le habla, le entra por la oreja, lo mismo que las brujas. Después aparece el dilema más importante: lo vaticinaron las brujas, lo marca el destino, pero, ¿yo qué voy a hacer? Macbeth le dijo sí a la tentación.
–Desde la régie, la dirección musical, ¿se trabajó también con la pieza de Shakespeare?
–Todos los que estamos haciendo Macbeth partimos de Shakespeare, es un equipo muy comprometido en ese sentido. Guillermo Brizzio se nos ha revelado como un extraordinario maestro verdiano, desde diciembre estamos trabajando la partitura. Y es impresionante la fidelidad a la obra de teatro que se está manteniendo, por supuesto sin olvidar ni un segundo que esto es Verdi. Respecto de la escenografía y el vestuario, se optó por la intemporalidad. Ni pasado ni futuro.
–A mediados del XIX, Verdi se anima a hacer una ópera senza amore, con una historia negrísima, e introduce innovaciones en lo musical.
–Exactamente. El quería hacerla ciento por ciento sombría, sin concesiones. Y para esa época, una ópera senza amore era todo un riesgo. Sólo el odio vive en Macbeth, el odio y la ambición, lo que le da una vigencia extraordinaria. Por otra parte, pone en cuestión –más allá de la época– qué cosa es el eterno femenino. Si miramos a mujeres duras de los últimos tiempos, alguna gobernante de hierro, las veedoras, las ejecutoras del hambre que vienen y dicen que hay que hacer un ajuste... ¿Es realmente demonizador el enfoque de Macbeth? ¿O es más bien la comprobación de que el mal acecha en todas las personas, que pueden llegar a todo? No bastacon tener hijos, con darles leche... Ella dice: “Que se me seque la leche y se haga hiel”. Lady Macbeth había tenido un hijo muerto y ha quedado seca, del lado de lo siniestro. Cada vez ambiciona más. Llega un momento en que la máquina de que te hablaba funciona automáticamente. Es una máquina de exterminio y apropiación. Es importante su significación porque está situando a estas dos personas en el lugar de un poder omnímodo de un país. Desde ese punto de vista, es muy eficaz la intemporalidad de la puesta, que refresca su vigor.
–Vayamos a tu encuentro con esta Lady realmente letal como personaje a componer, a asumir en su tremenda dimensión sobre la escena.
–Esta soprano no puede existir sin un buen barítono. Es decir, no podés actuar bien si tu protagonista masculino no resulta un sostén dramático muy grande, y a la vez hace falta una dirección escénica y musical a la altura, elementos que en esta oportunidad se han dado con creces. Mi actitud inicial es siempre la de ver si puedo resolver el personaje, si puedo ofrecer algo que se asemeje a la partitura. Una vez que establezco que esto es posible, me quedo tranquila y me dedico al estudio y a la construcción del personaje. En esta ópera hay mucho texto escondido, no es que Verdi (a través de su libretista, sobre el que influyó mucho) desechó fragmentos de la pieza: los puso en la música. El paisaje devastado del alma de esta mujer suena en toda su magnitud. No me apropio del personaje pensando que “ella es mala”. No la juzgo, la dejo ser. Y hay momentos en que es una mujer aterrada, asustada, despojada... Yo me la pongo a la Lady con toda su inconciencia, su pérdida de criterios morales, su falta de límites. De sentido de realidad, lo que más peligrosa la hace.
–De hecho, termina loquísima, y en ese trance aparece alguna forma de culpa en sus visiones, en esas manos que intenta lavar una y otra vez...
–Se vuelve loca, se enajena totalmente. Hay que ver que la pérdida del principio de realidad viene amparado en ese matrimonio por el vaticinio de las brujas, la excusa para justificar el horror.
–Muchísimo antes del descubrimiento del psicoanálisis, Shakespeare recurre simbólicamente a espectros, fantasmas, visiones, brujas y otras representaciones del inconsciente.
–Sin duda. El matrimonio encuentra un pretexto incluso por encima del Dios al que rezan. Ellos prefieren creer en unas brujas para cumplir sus ambiciones. He tratado de que esta mujer tuviera tornasoles, matices, siento grandes transiciones en el alma de Lady Macbeth. Ella se arruina moralmente hasta un punto sin retorno. Segura de que tiene a las brujas de su lado, ¿ante quién se podría arrepentir? Entra en una pesadilla perpetua y en ese estado muere. Yo creo que el mal está entre nosotros y que tenemos la responsabilidad de la opción a cada segundo. En nuestro país, en el mundo, lo que se plantea en Macbeth tiene un vigor absoluto: daños colaterales... hay cada expresión para justificar el daño, el sufrimiento, la muerte de inocentes. En Macbeth se oyen dos golpes a la puerta que la pareja se niega a oír.
–Lady Macbeth no es lo que se suele llamar un personaje agradecido. El propio Verdi pedía una voz áspera, hueca, apagada... No da para escenas de bravura, de fácil impacto.
–Así es, aunque la tradición la ha ido transformando desde 1847 hasta ahora. De un personaje que nadie quería hacer –porque esta ópera se adelantó en todo sentido a su tiempo–, hoy en día muchas sopranos querrían interpretarlo, pero no todas pueden. De todos modos, hay que ver cómo cantaban las mujeres cuando Verdi dijo eso. Porque lo que en la actualidad hacemos con la voz, con el cuerpo no tiene nada que ver con lo que sucedía entonces. Verdi marcó una transición pidió una fidelidad al personaje que no siempre requiere una voz de ángel. El músico quería un sinceramiento, evitar la coquetería de la voz.
–¿Divas abstenerse?
–Algo así. Personalmente, siento que puedo actuar, cantar este personaje acercándome a su esencia. Es muy difícil la partitura. Ahora me pasa que mi voz fluye sin solución de continuidad. Ya es como si hablara pese a todas estas terribles escalas hacia el agudo que parecerían imposibles cuando una las está haciendo sin actuar. Todas estas cadencias infernales que no está muy claro si son lamentos, risas, carcajadas demoníacas... ¿qué está haciendo esta mujer? Graves contra graves que no parecen hechos para una soprano: todo eso toma una dimensión humana, verdiana cuando podés actuar. Pero no puedo separar a esta Lady de todo lo que la alimenta: la puesta, la dirección musical, el intérprete de Macbeth. A mí me emociona, me enriquece todo lo que me aporta Marcelo Lombardero. ¿Sabés qué? La palabra cantada es difícil hasta que llega a la realidad de la obra. Me parece que lo hemos logrado. Tengo una sensación interna de gran contento, de disfrute, de satisfacción. Por suerte, es una producción que dio tiempo, que escuchó las necesidades y las cumplió. Me daría una enorme alegría poder transmitir al público aunque sea una parte de esta felicidad.