Vie 04.06.2004
las12

La realidad no supera la ficción

Teatro Al contrario de sus personajes en Aplausos–la comedia musical que se estrena esta noche, inspirada en La Malvada, aquella película que protagonizó Bette Davis–, Paola Krum y Claudia Lapacó disfrutan de trabajar juntas, de sumar en lugar de competir. Sin embargo, asumen que representar a la madura Margo Channing y a Eva, la trepadora, Harrington, es por lo menos “liberador”.

Por Moira Soto

Gran película escrita y dirigida por Joseph Mankiewicz, La malvada (All About Eve, 1950), éxito de crítica y de público, aparte de ganarse seis Oscars y otros premios, representó la resurrección artística de la genial Bette Davis en un papel que parecía creado especialmente para ella. Sin embargo, lo de Bette fue un reemplazo, gracias a que Claudette Colbert se lesionó la espalda esquiando. Así fue que la protagonista de Jezabel (1938) volvió a la vida como actriz a los 42, y no precisamente en el rol de la “malvada” (según el obvio título local) Eva Harrington, a cargo de la juvenil Anne Baxter, sino en el de la superdiva teatral Margo Channing. Historia de las argucias de una trepadora indecente que logra acercarse a la estrella y la engaña hasta convertirse en una suerte de réplica y robarle papeles, All About Eve (Todo sobre Eva) dio origen a cantidad de versiones, reversiones, homenajes (Todo sobre mi madre, de Almodóvar) y adaptaciones, entre las cuales las más exitosa resultó la comedia musical Aplausos, estrenada a comienzos de los ‘70 por Lauren Bacall (otra resurrección en su momento).
Hoy a la noche se producirá el estreno local de este musical –que fuera presentado en Buenos Aires en 1972, con Libertad Leblanc y Marta González en los protagónicos–, en el teatro El Nacional, Corrientes 960, con funciones de miércoles a viernes a las 21, y los domingos a las 20. Claudia Lapacó y Paola Krum encabezan el elenco que incluye los nombres de Miguel Habud, Luz Kerz, Juan Carlos Puppo, Roberto Catarineu, Nicolás Scarpino, Diego Hodara y Romina Gropo. El despampanante vestuario –180 trajes inspirados en los ‘70– es de Fabián Luca, la dirección musical de Gerardo Gardelín, la coreografía de Gustavo Zajac y la dirección general de Alicia Zanca (que acaba de estrenar Pedir demasiado, de Griselda Gambaro en el Cervantes, mientras que permanece en cartel Romeo y Julieta, de Shakespeare).
A punto de terminar la creativa etapa de los ensayos, Claudia Lapacó y Paola Krum mantienen una sabrosa conversación con Las/12, entre bromas y comadreos picantes –algunos de los cuales no serán publicados–, risas y amabilidades mutuas. Ambas parecen estar a años luz de las intrigas, fingimientos, deslealtades y celos que explotan en Aplausos, la comedia musical de Betty Comden y Adolph Green, con música de Charles Strouse. “Hoy pensaba: ya no me queda nada por estudiar, por aprender, no tengo que revisar nada”, dice Lapacó no sin cierta nostalgia. “Ahora tenemos que actuar. Vamos abandonando la ropita del ensayo, aparecen los esplendorosos trajes, te preguntás qué va a pasar cuando te pongan el vestido largo, el corto, el sombrero. Pero la experiencia me indica que después estás encantada de lucir esa ropa como una segunda piel.”

Nosotras, que
nos queremos tanto
En Aplausos, Paola, quién lo diría, con esa carita de ángel hacés a una flor de bitch.
Paola Krum: (Con expresión de candidez.) ¿Yooo?.. Ah, pero sólo se trata de mi rol. Sí, ella es de lo peor, tremenda mi Eva.
Claudia Lapacó: (Contemporizadora.) Pero lo que la salva es que tiene talento real. A veces hay gente que consigue trepar y no sirve para nada.
Digamos que a Eva nadie la salva de ser una dañina inescrupulosa.
P. K.: –Sí, sus métodos son terribles. Ella no intenta alcanzar sus metas por un camino normal, honesto. La inteligencia que usa para tramar tretas tortuosas no le sirve para darse cuenta de que se está equivocando al no confiar en su talento. Sin embargo, esa es la contradicción que hace interesante a mi personaje.
C. L.: –Eva es como una ajedrecista que planifica con anticipación sus jugadas, sin importarle el número de víctimas que cause. Se inventa un papel de mosquita muerta víctima de circunstancias que no ocurrieron.
P. K.: –Sí, ella calcula minuciosamente los recursos que le van a funcionar en cada situación, los va aplicando a conciencia: se vuelve necesaria para Margo, desvalida para Karen, seductora para cada uno de los tipos de los que quiere sacar algo. Una traidora absoluta, pero una muy buena actriz que consigue volverse creíble, convencer a todos.
C. L.: –Lo más sorprendente es que Eva irrumpe en ese mundo cerrado, de gente muy fogueada, que se las sabe todas, que no deja que se le acerque cualquiera. Los impresiona maravillosamente a todos y a cada uno, produce como una especie de encantamiento. La propia Margo Channing, mi personaje, que cuando le hablan de esa perseverante admiradora, exclama “echala”, en cuanto la chica entra queda fascinada y la adopta.
También Margo es la primera persona del grupo que advierte que Eva es una farsante.
C. L.: –Sí, ella empieza a darse cuenta y los demás creen que exagera, que está un poco loca, que tiene celos, y parte de todo esto es verdad. Lo que no quita que Margo vea la realidad: el hecho de que Eva esté llamando una vez por semana a mi amante, dándole el parte de todo lo que pasa, me resulta sospechoso, me cae remal. Por el momento, mis amigos creen que soy extremista, la siguen creyendo a Eva una gran persona.
P. K.: –Eso es lo bueno: que no se den cuenta de que soy una yegua para que después la sorpresa sea mayor. Tengo que mantener convencidos a los otros personajes de que soy lo más divino que existe.
C. L.: –Y qué poco te cuesta a vos eso.
P. K.: –¿Hacer creer que soy divina?
C. L.: –Es que sos divina, amorosa, buena actriz, buena persona...
Cuántas flores, ¿es para demostrar que fuera del escenario, de la obra, las cosas marchan sobre rieles entre ustedes, miel sobre hojuelas?
C. L.: –Te voy a decir la verdad, sin chiste: no sé si me ha pasado alguna vez de encontrarme con alguien, con esta diferencia de edad, y sentirme desde el primer día como si la conociera de siempre, sentirme tan bien.
P. K.: –Es totalmente cierto: tan cómodas, tan tranquilas.
C. L.: –(Exagerando tono de mando.) ¡Estoy hablando yo! (carcajadas de P. K.) No, en serio, es buenísima esta armonía sin malentendidos ni susceptibilidades. Estar convencida de que la otra tiene la mayor disposición, que no hará nada para molestar. Es maravilloso poder trabajar en estas condiciones. Así que estoy muy agradecida a la señorita Paola.
Paola, no te queda otra que responder a la altura de estos halagos.
C. P.: –No, por favor, no buscaba eso de ninguna manera.
P. K.: –No lo hago en devolución, pero para mí claramente es un placer enorme y un aprendizaje permanente tener a Claudia a mi lado. Me la paso mirando lo que hace, lo que deja de hacer, cómo lo hace, su entrega. Ella tiene una libertad que me resulta espeluznante. Recuerdo el primer día quemostramos lo que teníamos, que estaba apenas hilvanado, no sé quién venía, alguien importante, y yo era un nervio tembloroso. Claudia salió al escenario y se lo comía, parecía que estaba lista para estrenar. Ella es capaz de cualquier cosa buena, tiene una energía impresionante.
C. L. (emocionada): –Muchas gracias. El asunto es que estamos contentísimas de estar trabajando juntas. También le estoy agradecida a la directora: toda esta libertad de que habla Paola la genera Alicia Zanca. Ella te da ánimos para que pruebes cosas. No es una persona que se aferre a una idea, a una marcación, permite que los actores se muevan, que busquen lugares donde están cómodos, que les salen orgánicamente. Después, por supuesto, ella elige lo que va a quedar.
P. K.: –Alicia se preocupa por todos los aspectos de la puesta y la dirección, por cada línea del texto. Y es decisivo percibir que ella confía en vos.
Esta situación central en la película La malvada, que la adaptación musical respeta, de una mujer copiando a otra, vampirizándola, es semejante en un punto a la de Mujer soltera busca, y se ha reproducido en otras obras de ficción, casi siempre entre personajes femeninos.
C. L.: –Sí, me llama mucho la atención. Creo que a mí no me podría pasar nunca algo por el estilo, en ninguno de los dos lugares. Ni pretendería ponerme al servicio de alguien, como Eva, ni me dejaría atender con esa obsecuencia, esa adulación, como permite al principio Margo. Lo que menos me gusta en la vida es que alguien esté pendiente de mí, de mis menores deseos. Casi te diría que me paso al otro lado: mis amigos o mi propia hermana, cuando vienen a verme a un estreno, seguro que no me van a gritar bravo ni se van a parar aplaudiendo. Gasalla siempre decía que la vida de una estrella es muy solitaria, quizá por eso Margo se deja engañar por las atenciones y la admiración de Eva. Pero como yo, Claudia Lapacó, no soy una estrella ni estoy en ese mundo, un día puedo encabezar un cartel y al otro estar abajo, un día me pagan más o menos bien y al otro pongo plata para actuar... Toda mi vida fue así y estoy encantada, de modo que nunca le creería a alguien que se me pegue por admiración, más bien me fastidiaría.
Pero siempre puede aparecer alguien que maneje la histeria con tanta destreza que, al menos por un tiempo, te engatuse, te haga pisar el palito.
P. K.: –Sí, a mí me ha pasado que me engrupieran, una amiga, de la que me llegué a sentir muy amiga. Y en un momento me di cuenta de que me estaba usando para acceder a algo. No podía creerlo. Es interesante lo que sucede una vez que te avivás: mirás para atrás y todas las piezas encajan.
C. L.: –Claro que una puede ser engañada en algún momento por alguien, pero no todo el tiempo y por la misma persona. Porque entonces sería que no querés ver las evidencias.
Retomando el tema de las imitaciones, ¿esta situación que se da entre Eva y Margo les parece que es específicamente femenina?
C. L.: –En este caso especial, lo que desata la ira de Margo la primera vez que reacciona, son sus celos como mujer, ya no como actriz. Cree que porque Eva es más joven que ella, al igual que su amante, la chica le va a robar el amor. Creo que es una situación que podría pasar también entre hombres.
P. K.: –Hay que ver que mi personaje se mueve en un mundo de hombres, usa lo que algunos llaman armas de mujer para acceder a ciertos lugares. Los que tienen el poder: el escritor, el director, el productor, son hombres. Ella se acuesta con ellos a cambio de un ascenso. Visto desde este ángulo, sí, es una conducta a la que recurren algunas mujeres para obtener beneficios, pero no diría que es específicamente femenina. Es una forma de prostitución encubierta.

Una obsesiva fatal
¿Creen que un tipo podría desarrollar todo este show que se arma Eva, haciéndose pasar por una viuda de guerra, por solícita acompañante? ¿No hay algo en este tipo de actuación en la vida que a las mujeres –que se les ha exigido actuar roles impuestos socialmente– les puede salir mejor?
C. L.: –Podría ser, pero también te encontrás, por ejemplo, con hombres que se hacen los enamorados y actúan tan bien ese papel que después logran manejar la vida de la mujer que cae en su trampa, apropiarse de su dinero, digitarle la carrera si la tiene. Es decir, cómo Eva, saca todo el provecho posible.
P. K.: –Yo diría que los hombres desarrollan otro tipo de actuaciones, más de acuerdo con los roles masculinos instalados socialmente. No olvidemos que ellos tienen cosas permitidas que nosotras no. Pero a la situación concreta de Aplausos no me la puedo imaginar entre tipos.
C. L.: –Aclaremos que, al principio, Margo no siente la menor rivalidad respecto de Eva. Tampoco parece tener motivos: cree que esta joven que aparece de la nada es una apasionada por el teatro, por el trabajo de ella, pero no sabe que quiere ser actriz.
De cualquier modo, en cuanto advierte que está compitiendo con ella, en su propio territorio, haciendo su personaje, se desequilibra un poco.
C. L.: –No sé si la afecta tanto, porque lo que Eva hace es sacarle una obra que había sido escrita para Margo cuando tenía treinta. Ella misma se lo señala en algún momento al autor: ¿Cora sigue teniendo treinta? ¿No es hora de que pienses que debería tener algunos más? Eva no la va a desbancar tan fácilmente.
¿Acaso no se le mueve el piso a Margo frente al éxito de Eva que ya en su primera actuación, ha conseguido un protagónico?
C. L.: –Sí, pero sobre todo por la forma en que la chica ha conseguido subir al escenario y actuar. Le duele la traición. Sin embargo, Eva ni siquiera consigue quitarle el novio. A mí me parece maravilloso cómo queda bien parada Margo en esta circunstancia: pensá que tiene un amante varios años menor y que éste, ante una joven preciosa que se le ofrece, dice no. Me siento muy bien, no me habrá pasado nunca en la vida, pero me ocurre en la obra y me pone contenta.
P. K.: –Eva elige los medios equivocados para llegar a un lugar que le correspondería por su talento. También creo que en un principio la admira a Margo, tiene un fanatismo real, es su modelo. Pero resulta que el lugar al que aspira ella coincide con el de Margo. Eva planifica cuidadosamente las cosas, algunas le salen bien y otras se le van de las manos. Tampoco es que termine como una feliz triunfadora.
C. L.: –En su carrera sí triunfa: de no ser nadie, en dos años pasa a ganar el premio de la crítica. Probablemente, no se va a hacer querer por sus compañeros. Pero Margo, que sin duda es más noble, también hace cosas criticables, es caprichosa, impulsiva. Bah, no es perfecta. A Eva le reconoce: si lográs manejarte en el escenario con tanto arte como en la vida, bueno, estás en el lugar correcto. Obviamente, Margo no puede querer al final a Eva, aunque acepta, no sin bronca, que se merece los buenos comentarios de los críticos. A mí lo que me parece peor de la conducta de Eva es que se convierta en la amante de Buzz, ya que fue la esposa de él la que la introdujo en el círculo. Eso me parece incalificable. Porque finalmente, que lo intente con Bill, más cerca de su edad y que está medio peleado con Margo, no me resulta tan grave. Y lo del productor Howard es un escalón más para trepar.
P. K.: –Es verdad, pero yo creo que a esta chica las cosas se le confunden un poco. Es tal su avidez, su ansia por llegar, que los sentimientos se le deben mezclar. Tiene tanto interés en que le escriban una obra que un poco se calienta con el escritor, no sé cómo explicarlo.
¿Querés decir que no sólo está excitada con sus ambiciones?
P. K.: –La movilizan sus ambiciones, claro, pero eso la enciende, la estimula. Al revés de Claudia, pienso que lo peor es que lo intente con Bill.
Caliente y todo es llamativa su frialdad: “Este ya me sirvió, afuera. Que pase el siguiente”.
C. L.: –Creo sinceramente que se trata de dos grandes roles femeninos, complejos, con claroscuros. El mío es muy rico, muy humano en sus contradicciones, con ese maravilloso sentido del humor; yo la encuentro graciosísima. Bueno, esta comedia musical parte de una gran película, La malvada, cuya historia ha sido muy respetada. Aplausos no es nada superficial, además la música es belísima, la ropa despampanante y los bailes están bárbaros. Afortunadamente, tenemos un director musical como Gerardo Gardelín, un tesoro con el que ya trabajé. Y nuestro coreógrafo es Ricardo Zajac, que hace una especie de revival de los tempranos ‘70, va y viene de Broadway, imaginate, nos habla de Chita Rivera, de Antonio Banderas como si tal cosa. Muy emocionante el mundo de la comedia musical, las historias que nos cuenta de Broadway. Dejame decir que nuestros bailarines son excelentes, cantan y además actúan, realmente. Ahora me siento en mi salsa, porque cuando yo tenía 20, 25 era una de las pocas del ambiente que bailaba, cantaba y hablaba. Y no era del todo bien visto, parecía que le quitaba seriedad a la profesión de actriz. Era una tontería ese prejuicio, porque en el teatro, un actor necesita saber caminar, conocer su cuerpo para hacer los diferentes roles que le toquen. No todos los personajes caminan igual ni hablan igual, y es necesario también que un actor proyecte su voz aunque no vaya a cantar nunca en la vida. Es buenísimo cómo los jóvenes se entrenan ahora, cómo manejan su cuerpo.
Sacarse chispas sin
serrucharse las tablas
Tornando a nuestro tema del día y yendo de la ficción a la realidad, ¿alguna vivió o fue testigo de una historia parecida a la de Aplausos?
C. L.: –Yo generalmente no soy competitiva con mis compañeros de trabajo, pero no siempre me hago amiga. Para mí, la amistad es el mejor sentimiento que puede tener una persona.
P. K.: –Por otra parte, en este trabajo es tanto mejor, más productivo, más saludable llevarte bien. Por supuesto que nosotras, desde el rol, nos miramos y tratamos de sacarnos chispas, es muy divertido. Pero andar discutiendo por cuestiones adyacentes, por minucias, es una pérdida estúpida de tiempo y energías.
C. L.: –Uy, sí, qué horror. O esperar que el otro no esté tan bien para lucirse mejor una. De verdad, si tuviese ese pensamiento, creo que no podría subir al escenario. Me parece que se notaría, me sentiría como sucia. Siempre que trabajo en un espectáculo, quiero que todos estén lo mejor posible, para sentirme satisfecha y orgullosa. A mí me encanta poder decir: Fulana es maravillosa, Mengano está extraordinario, te va a gustar la obra.
P. K.: –Pero no siempre es así, lamentablemente: cuando sucede un accidente en el escenario, vos leés inmediatamente en la cara del otro: o el regocijo o la sangre que se le hiela. Es un lugar donde siempre te das cuenta quién está de tu lado, quién no.
Lo que le pasa a Margo con Eva es algo que se adapta a una profesión tan inestable, tan insegura. Es decir, lo que antes comentaba Claudia, hoy estás arriba, mañana estás abajo, o totalmente sin trabajo, nadie te llama. Ni Susana Giménez tiene el rating asegurado.
C. L.: –Te voy a decir: yo no soy una persona que viva para el rating, me siento una trabajadora del espectáculo, y quiero mantener esta actitud toda mi vida. Y desearía que el espectador que venga a cada obra, si puede, me vea con los ojos de la primera vez. No me interesa que se hablede mi tra-yec-to-ria. ¿Qué es la trayectoria? Como decía Acho Manzi: los fracasos de hoy son el currículum de mañana. Ojalá una pudiera estar siempre muy bien, pero no es así, algunas veces estás mejor, otras peor. Es verdad, vivo la zozobra de la profesión, lo considero natural. Si en alguna oportunidad siento un clima de rivalidad, me provoca malestar. Con Paola nos reímos porque a ninguna de las dos no es tan fácil hacer notas, y sin embargo hemos estado en otros espectáculos con gente que se desvivía por salir en los diarios y revistas, medían el espacio que les dedicaban, algo completamente fuera de mi comprensión.
P. K.: –Es real que esta profesión tiene algo de vulnerabilidad. Cada estreno es un momento de ansiedad, angustia y desesperación. De prueba: otra vez no sabés si vas a poder. Lo que quiero es que esos momentos pasen de una vez para después poder disfrutar del trabajo.

Lo importante es sumar
Paola. ¿a vos te han tocado circunstancias de mucho antagonismo, de envidia, de emulación?
P. K.: –Trabajé, sí, en lugares donde se olía mucha competencia, que no tenía que ver con el rendimiento laboral precisamente, sino con quién tenía el mejor vestido, el mejor peinado, el mejor maquillaje, quién iba primera, quién salía en tapa. En esas oportunidades, no sé si es lo mejor, pero me abro del juego. Porque me agota, me desconcentra de lo que tengo que hacer. Y me pierdo la competencia, de manera que nunca llevaré la antorcha olímpica, pero me sentiré aliviada.
¿O sea que te costó mucho componer a Eva, la trepadora?
P. K.: –(Risas.) No tanto, es muy liberador. Todo lo que no puedo en la vida, lo puedo sobre el escenario.
C. L.: –A mí me pasa lo mismo y es bárbaro. Además, como ya viene escrito tu rol, ni siquiera lo tenés que inventar. En una canción digo: siento que soy mil personas, cada una de ella es real. Y fijate que tuve una pareja que me decía: yo abro la puerta y no sé con cuál de las cien claudias me voy a encontrar.
¿Te vestías de monja, de mucama, de Caperucita?
C. L.: –No me vestía de nada, pero él me decía que nunca sabía a qué Claudia atenerse. Nunca pensé que lo iba a asumir en el escenario, multiplicada por diez. Creo que todos tenemos muchas facetas.
¿Ustedes dirían que se potencian mutuamente?
C. L.: –Sí, totalmente. Paola hace una actuación matizada, su personaje cambia mucho, y siempre que necesito su mirada está la que tiene que estar. No hay otra, es ésa. Para mí es muy bueno que Paola sea Eva Harrington.
P. K.: –Para mí, trabajar con Claudia es de lo mejor que me podía pasar. Casi ni tengo que actuar al principio, cuando le digo que la admiro tanto. Pero es muy cierto que nos potenciamos, al revés de lo que sucede con nuestros personajes en la pieza: ahí soy una insaciable, no me pierdo nada, me besuqueo con todos.
C. L.: –Con el mío no, aunque lo intentás. Pero te rechaza. ¿Sabés qué pasó un día? Era una de las primeras veces que hacíamos el saludo final, estábamos felices y relajadas de lo bien que había salido esa pasada. Entonces, entramos cada una por su lado, nos juntamos en el medio y avanzamos. Y las dos, sin darnos cuenta, inclinamos nuestras cabezas hasta casi juntarlas. De lo más tierno. Abro un ojo y veo primer plano de la cara de Paola, a ella le pasa lo mismo conmigo. Dijimos: lo que nos falta, terminar de confundir al público. Fue muy gracioso, pero, por suerte pasó en un ensayo porque la gente se habría sorprendido mucho.
¿Como con Madonnna y Britney Spears?
P. K.: –Quién sabe, nos habrían inventado un romance.
C. P.: –Pero es que no tiene nada que ver con la historia de Aplausos.
En el caso de Eva la inescrupulosa,
si hubiera servido a sus fines,
nunca se sabe...
C. L.: –Creo que con esa serie de hombre tenía más que suficiente.
P. K.: –(Divertida.) Yo creo que no habría tenido ningún problema si la ocasión lo requería.
Finalmente, para ustedes, al revés de Eva, ¿lo importante es no competir?
C. L.: –Lo importante es sumar, sumar. Es tan necesario actuar con el otro. Sola no se puede, solo no se puede.
P. K.: –No creas, hay gente que sí puede. Para mí es imposible, pero podría nombrar –aunque no lo haré– a actores que se las arreglan solos aun en grupo.
C. L.: –Me parece difícil: la cosa se va levantando, se va armando con la mirada del otro, con la interacción, con la manera en que enlazan los diálogos. Lo ideal es estar todos en el mismo plan, cosa que felizmente está sucediendo en Aplausos.
P. K.: –No hay nada más placentero en este trabajo que cuando se produce esta comunidad de intereses, de buenos deseos, de confianza mutua.

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