Vie 04.06.2004
las12

LIBROS

Tiempo de cosecha

El círculo imperfecto, de Alicia Plante, se anota en la breve lista de novelas argentinas en las que el amor entre mujeres se desarrolla naturalmente sin perder lo específico de ese erotismo. Pero, además, el libro que editó Sudamericana es una oportunidad para conocer a una autora que ha acumulado inéditos hasta la asfixia.

Por Claudio Zeiger

Alicia Plante cuenta los argumentos de sus novelas con una sencillez y una convicción tales que dan ganas de salir corriendo a leerlas. El problema es que casi todas están inéditas. Claro, acaba de aparecer El círculo imperfecto (Sudamericana) y hace años recibió un premio importante en España por una novela corta, lo que vendría a desmentir que estamos frente a una autora totalmente secreta, pero la salvedad es que Plante tiene muchas novelas inéditas (terminadas y a punto de), varias de las cuales dieron vueltas por las editoriales sin respuesta durante años.
Allá por 1990 ganó el premio Azorín de la Diputación de Alicante con Aires de familia, la historia de unos aristócratas venidos a menos y con secretos lazos de sangre entre sí. El libro se publicó en España y en Argentina en 1992 (Letra Buena), y desde entonces algo pareció paralizarse. El círculo imperfecto, por ejemplo, fue terminada hace ocho años. La vida no se detuvo de todas formas para Alicia Plante. Es psicóloga, traductora, y vendedora de muebles de campo. Tiene con qué entretenerse. Pero publicar sus libros era una cuenta pendiente. Entonces sucedió algo sorpresivo, por cierto.
Un día, por Internet, ubicó a la súper agente literaria Carmen Balcells. Le envió un mail de presentación y en correo adjunto le envió cuatro de sus novelas inéditas. Primero le contestaron el acuse de recibo pero con la clara advertencia de que se armara de paciencia para ser leída ya que recibían a razón de 1000 inéditos por año. “Pero unos diez días más tarde Carmen Balcells me llamó a casa una mañana. ‘Ahora les dices a todos que soy tu agente. Aquí hay varias personas leyendo tus novelas y están encantados, y el informe del lector ha sido muy entusiasta’. Bueno, me tuvieron que despegar del techo con espátula”, recuerda Alicia Plante riendo. Ahora, además de El círculo imperfecto, las otras novelas probablemente se irán dando a conocer, aquí y posiblemente en España.
“Una de esas novelas inéditas se llama Verde oscuro y es un policial convencional. Se trata de un crimen en la Reserva Ecológica, hay un guardabosques que es un detective aficionado, una mina madurita que lo calienta y varios sospechosos. Lo menos convencional es que hago hincapié en los vínculos, las subjetividades, algo que no es frecuente en los policiales por más que Borges y Bioy dijeran que el policial no es un género aparte de las otras novelas. Pero es algo que tiene que ver con mi segunda naturaleza, porque soy psicóloga.”
Ahora, Plante también está escribiendo un policial que transcurre en Pinamar durante el invierno, con los lugareños y algún que otro forastero como protagonistas, y una novela sobre un triángulo amoroso. Y están las ya concluidas: “El otro viaje es la historia de una mujer que se desprende del fantasma de su padre muerto y simbólicamente se lo entrega a la mujer que el padre amó, que no es su esposa precisamente. Creo que es un libro sobre el complejo de Edipo. Y está también Tiempo de cosecha, que transcurre en un bar de Palermo Viejo en 2001, y gira alrededor de la fantasía del personaje central acerca de irse o no irse de Argentina. Es claramente un libro sobre la crisis, y quizás sea el único de los que escribí tan anclado en la realidad política y social”.
Ahora bien: inéditos o éditos, Alicia Plante había comenzado a escribir novelas tan precozmente que quizás no podía ser otro el destino de postergación indefinida a la hora de darse a conocer. Empezó muy temprano y con un traspié que ella cuenta así: “A los diez años me puse a escribir una novela policial que transcurría en Londres, como debe ser. Con grandes temblores esperé a que mi padre volviera de trabajar en la compañía de seguros donde era el contador, para mostrarle la primera página que había escrito. Nunca me lo voy a olvidar. El la leyó mientras se sacaba el sombrero y después, mientras lo colgaba me dijo: ‘¿Y por qué escribís sobre una ciudad que no conocés?’. Escribí poesía en los años setenta, pero tardé treinta años en volver a escribir una novela”.
Debe ser bastante duro ver cómo se van acumulando los manuscritos. ¿Cómo vivió esa constante postergación de publicación?
–Una creo que disocia porque si no te volvés loca y dejás de hacer lo que más te gusta que es escribir. Igual me entusiasmaba porque hay un grupito que me lee, un grupo restringido de no más de tres amigos que leen mientras voy escribiendo y sus opiniones son objetivas e implacables. Eso me ha ido creando también la ilusión de que hay un público, de que efectivamente existen los lectores.
¿Por qué dice que ser psicóloga es como una segunda naturaleza en su vida?
–Es así. Supongo que me da una forma de mirar. No es mi actividad principal pero la ejerzo. Si vos estudiás ingeniería o medicina no la estás ejerciendo todo el tiempo, pero la psicología sí.
¿No puede ser intolerable para los otros?
–Quiero creer que no. Pero diría que no, porque mi actitud no implica meterse con el otro de manera irrespetuosa. No se trata de hacer interpretaciones salvajes, como advertía Freud. Nada más lejos de mí. Lo importante es que estás familiarizado con los resortes humanos más profundos, y eso es lo que constituye la segunda piel. No puedo desprenderme de esa actitud, así escriba una novela policial o fantástica, me interesan las formas de vincularse, los interiores de las personas. Yo creo que uno estudia psicología o cualquier cosa, en realidad, para tratar de ayudar a los otros, no sólo para comprender.

Mujeres en circulo
Si nos concentramos en El círculo imperfecto, lo primero que va a saltar a la vista en su lectura es que los protagonistas, en forma casi excluyente, son mujeres. Amores cruzados, triángulos, universos cerrados, parejas que se intercambian: ellas se llaman Ana, Miranda, Lola, Remi. Se intercalan sus voces en un relato que llega a un nivel de intimismo tan profundo como fascinante. Relato donde las referencias a apellidos, fechas, nombres y lugares se borran deliberadamente hasta crear un efecto algodonoso, donde la pluralidad de voces arma una textura pulposa y rica en matices. Hay pocos antecedentes en la narrativa argentina de este tipo de historia donde el amor entre mujeres lleva una impronta naturalizada –En breve cárcel, de Silvia Molloy, concretamente– y además no se escamotea lo específico de esa sexualidad y ese erotismo. Tan así, que en sus páginas puede leerse una particular “teoría” sobre el placer de las mujeres entre mujeres. Según el personaje de Miranda: “Mi padre dijo una vez que el amor es una trampa de la naturaleza para garantizar la preservación de la especie. Oscuramente intuí en él un cinismo que me asustó y me hizo recordar aquello tantas veces. No sé si me hizo daño oírlo. Tal vez. Pero, en todo caso, las apremiantes dudas y preguntas que desató en mí fueron llevándome después a escarbar la superficie del mundo. Y así descubrí que el placer de las mujeres no es operativo ni necesario para que la trampa de la naturaleza se consume...La mujer sólo debe poner su cuerpo; no es preciso que disfrute ni cambia nada que lo haga. Me molestó pensarlo y me cuidé bien de hablarlo con los amigos varones: ya bastantes argumentos tienen para la gloria de los machos. Hasta que otro de esos días en que descubrimos cosas me reí de golpe al pensar en que ninguna de las cosas más valiosas y prestigiadas son estrictamente necesarias para la vida: ni el arte, ni la belleza, ni la justicia lo son. ¡El placer femenino, concluí, es un ente suntuario, un artículo de lujo”.
“Ojo”, aclara Alicia Plante. “No creo en la primera parte de la teoría, la que enuncia el padre. En todo caso es la expresión de alguien que le tiene miedo al amor, la frase de un cínico, o alguien que se ha desencantado. Pero creo firmemente que el placer femenino es un lujo, porque no es necesario para la reproducción de la especie. Sencillamente, vale doble.
El libro tiene un tono fuertemente intimista pero a la vez plantea varias formas de la sociabilidad entre lesbianas. ¿Buscó representar esas formas de relación?
–La sociabilidad es un efecto secundario en la literatura. Lo que más me interesa es cómo las personas se relacionan entre sí, los vínculos. Hay cosas características y específicas entre las mujeres que traté de mostrar, como los cruces de pareja que no se dan en un grupo heterosexual porque en ese caso siempre se irían descartando mujeres, que se irían quedando afuera. Pero no son relaciones cerradas sobre sí mismas. No creo que la mayoría de las lesbianas que conozco estén de espaldas a la sociedad heterosexual. Mi intención es mostrar a estas mujeres con conflictos y problemas comunes a la humanidad. Quiero ayudar a disolver el mito de que los grupos homosexuales son guetos porque son diferentes. Tienen problemas humanos, comunes y universales.
A partir de la figura de Shiva, la divinidad de cuatro manos, se van desplegando búsquedas religiosas o de índole mística. ¿Por qué?
–Creo que responde a una inquietud humana básica, que es la búsqueda de una energía inteligente. Fue Shiva pero pudo haber sido otra figura, no es una fijación. Creo que es algo central en el psiquismo humano, Dios, por llamarlo de alguna forma, si no estuviera tan bastardeado el término. Diría que es la búsqueda de algo no arbitrario, no azaroso. Así los personajes del libro se vuelven buscadores. Es fácil verse contaminado por las búsquedas, pueden convertirse en un eje de la vida.
Se me ocurre pensar a partir de su experiencia con tantas novelas inéditas, que hay algo perverso en ese péndulo que se ha establecido: por un lado se nos habla de mujeres escritoras famosas y un amplio público femenino, y por el otro se dan estas historias de ostracismos formidables.
–No creo que tenga que ver específicamente con la literatura sino más ampliamente con el papel sometido de la mujer en la historia de la creación. Pero los secretos se van revelando. Desde luego, ya Frida Kahlo no es vista sólo como la compañera de Diego Rivera. Se estudian los casos de Alma Mahler y Clara Schumann como responsables de obras que aparecieron como compuestas por sus maridos, como también es el caso de Fanny Mendelsohn. Pienso en los talentos que se habrán desperdiciado, en tantas mujeres que cocinaron tantas comidas para sus maridos durante varios siglos. Lo digo sin resentimiento: creo que es simplemente una cuestión de inteligencia y energía perdida para toda la creación artística. Por eso no creo que sea válido hablar de qué pasó con las mujeres en la literatura sino en todas las áreas de la creación. La historia de la mujer en el arte es la de un sometimiento destructivo, un acto de asfixia.

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