Vie 04.06.2004
las12

RESISTENCIAS

Las manos en la tierra

La Asociación Mujeres en Lucha, conocida durante la última mitad de los ‘90 por detener con su cuerpo –y unos cuantos cantos y oraciones– los remates de pequeños campos que trabajaban sus hermanos
y maridos denuncian las debilidades del boom sojero: “Es pan para hoy y hambre para mañana”.

Por Sonia Tessa desde Rosario

La tierra para el que la trabaja, retumba todavía la consigna apropiada por los chacareros del Grito de Alcorta, que en 1912 pelearon por un cambio en el régimen de tenencia de tierras de la zona cercana a Rosario, donde la pampa húmeda es tan generosa que la soja crece como el nuevo oro verde. Ellas saben desde el principio que ésa es la pelea de fondo. Fueron un símbolo de las luchas por la supervivencia desde 1995, cuando empezaron a impedir remates de los campos de sus familias. Ahora, cuando las condiciones cambiaron, las Mujeres en Lucha siguen parándose en el medio de los remates de propiedades de pequeños productores, aunque son mucho menos que en la década pasada, y con el sencillo recurso de cantar el himno intentan impedir que ese pedazo de tierra –donde está cifrada la vida del productor– quede en manos del sistema financiero. Porque el boom sojero, si bien permitió pagar sus deudas a la mayoría, no terminó con los serios problemas de 14.000 pequeños y medianos productores en todo el país. El ciclo de bonanza combina los buenos precios relativos –tras la devaluación– y la cotización de la soja que, aun con las bajas recientes, sigue siendo muy alta. Pero en estos tiempos de euforia, Mujeres en Lucha levanta su voz para alertar, denunciar y buscar alternativas al modelo de concentración que en 14 años provocó la pérdida de casi 100.000 explotaciones.
“Queremos instalar el debate sobre la tenencia de la tierra. Nuestro tema central sigue siendo una lucha por la tierra, porque venimos denunciando un modelo de concentración que sigue vigente”, dice Ana Galmarini, sentada en un bar céntrico de Rosario, la ciudad eje de las exportaciones de granos. Esposas y hermanas de los pequeños productores que fueron expulsados, o maniatados, durante la década pasada, dicen que el proceso no se detuvo y describen la pinza que los ahoga: con el producido de 100 hectáreas de soja, que arriendan a un precio fijo y por adelantado de alrededor de 15 quintales, pueden comprarse la 4x4 tan necesaria en los campos, pero no la tierra que trabajan.
Durante los últimos 9 años, Ana transitó los caminos de la pampa húmeda sin descanso, parando remates, llevando la organización allí donde se necesitara. Por eso sabe de qué se trata la concentración de la propiedad de la tierra. Porque lo vio en la cara de los productores que perdían el trabajo de toda una vida, muchas veces para terminar de pagar un tractor que habían comprado a intereses altísimos. Y también sabe que no fue casualidad, “sino un plan organizado para quedarse con las tierras”.
Para discutir de esos temas, bajo la consigna “En lugar de 20.000 grandes estancias, un millón de chacras”, hoy se realiza en el Patio de la Madera de Rosario el Foro Regional sobre Uso y Tenencia de la Tierra, organizado por la Federación Agraria Argentina que integran las Mujeres en Lucha. Será una jornada preparatoria del Congreso Nacional y Latinoamericano, que será a fin de mes, en Capital Federal.
Los chacareros saben que la sociedad ve en ellos pura abundancia, pero también alertan que la mayor parte de los buenos precios quedan en otros bolsillos. La pinza tiene dos puntas, y si el dueño de la tierra cobra los 15 o más quintales por hectárea por adelantado, sin correr riesgos, las grandes multinacionales exportadoras fijan los precios a su antojo. “El Estado, al no tener una política reguladora de precios, deja todo librado al azar del mercado. Pero eso no es una falta de política, sino que beneficia a las grandes empresas monopólicas. Hace falta una política de precio mínimo y sostén”, consideró Ana María Riveiro, una “fanática del movimiento” que también sabe en carne propia lo que significa trabajar toda la vida una tierra que nunca le pertenecerá.Riveiro es hija de contratistas rurales fundidos, que se inscribieron en cuanto plan de colonización agrario hubo en el país, pero nunca pudieron adquirir la tan ansiada tierra. Perdieron dos equipos y medio de maquinaria agrícola y todavía se indigna cuando mira la manifestación de bienes que hizo para comprar el último tractor Zanello. “Perdimos el tractor y todo el resto de los bienes”, afirma.
En cambio, Sara Coll sí conoce el antes y después del boom sojero. Ahogada por las deudas durante la década pasada, gracias a la cosecha pudo pagar y vivir más tranquila. Pero también, como la mayoría de los productores de la zona más rica del país, aprovecha esta etapa de bonanza para renovar su maquinaria, lo que también empuja a las fábricas de la zona.
Y sabe que el monocultivo de la soja es, como dicta la sabiduría popular, pan para hoy y hambre para mañana, ya que la falta de rotación perjudica su tierra. Igual, opta por la siembra directa, para morigerar el daño, pero advierte que el monocultivo tiene un contenido político, porque convierte a los productores agropecuarios en rehenes de las multinacionales que hoy cotizan la soja a buenos precios, pero también pueden dejar de comprarla.
Siempre fue una productora inquieta y por eso, durante la década pasada, siguió los consejos del Inta para modernizar su equipamiento. Ahí comenzó todo, como para tantos otros productores. Ahora, las Mujeres en Lucha recuerdan el proceso que terminó con la pérdida de los campos para muchos.
“Los ciclos del campo no duran más de dos o tres años. En 1995, los precios de la soja estaban mejor que ahora, en 320 dólares por quintal. Era el boom de la siembra directa. Entonces, muchos se endeudaron para comprar el equipamiento. Y por un tractor perdieron las 60 o 70 hectáreas que tenían”, relatan en forma coral, completando la experiencia que las llevó a vincularse, a ponerse en contacto hasta llegar a la actual convicción de que “no habrá salida a la hambruna que vive en el país sin una ley de reforma agraria. Podemos tener un país con 300 millones de habitantes, por nuestra producción, pero las condiciones hacen que haya 20 millones de pobres”, afirma Galmarini. En la misma línea de reflexión, Coll asegura que “en Santa Fe hay latifundio, es mentira que no lo haya”. La lucha chacarera de principios de siglo tiene una vigencia candente.

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