Vie 25.06.2004
las12

DANZA

Vendaval flamenco

La arrebatadora bailaora Soledad Barrio está de nuevo en Buenos Aires, derrochando pasión flamenca y una energía que la convierten en una suerte de ciclón sobre el escenario del Avenida, provocando oles y aplausos. Madrileña de nacimiento, pero gitana de corazón, se siente muy cerca de esta Capital, casi una porteña que discurre con taxistas filósofos.

Por Moira Soto

Llegó la semana pasada y ya se puso a entrenar y a dar clases, sin perder un segundo. Ahora está sentada en el bar del hotel Ibis, a dos pasos del teatro donde debutó anoche con la compañía que dirige Martín Santangelo, su marido. A la extraordinaria bailaora Soledad Barrio, heredera de una tradición en la que brillaron las legendarias Malena, la Mejorana, Carmen Amaya, y más recientemente Manuela Vargas y Cristina Hoyos, se la ve feliz de estar de nuevo en Buenos Aires. Felicidad que se opaca apenas cuando recuerda que tuvo que separarse de sus dos niñas, por el momento en Nueva York. “Pero cuando le digo a la mayor, Gabriela, que creo que voy a dejar de bailar, ella me ruega que lo siga haciendo... Y yo la verdad es que pienso que es positivo para los hijos tener una madre que trabaje fuera del hogar, con otra vida aparte. Y mira que a mí me encanta hacer de madre. Pero mis hijas también empiezan a tener sus gustos, sus relaciones, y están con sus abuelas, que las rodean de cariño.”
Soledad Barrio presenta Noche Flamenca en Teatro Avenida hoy a las 20.30, mañana sábado a las 18 y a las 20.30 y el domingo a las 17, con entradas desde 20 pesos. Isabel Bayón y Bruno Argenta, bailaores; Manuel Gago y Miguel Ortega, cantaores, y Jesús Torres y Miguel Pérez García, guitarristas, forman la compañía de esta madrileña que jura tener “alma flamenca”.
–¿Cómo se adapta tu alma flamenca a Nueva York?
–Bueno, lo que tú eres o lo que tú sientes lo llevas adentro. A mí me viene desde pequeñita, y muy marcado, entonces a cualquier lugar donde viaje me lo llevo. Además, a cierta edad, ya es muy difícil cambiar.
–Pero si vivieras un tiempo en Buenos Aires, seguramente estarías más a tus anchas.
–Ay, sí, que aquí me encanta. De todas formas, Nueva York tiene sus atractivos, muchos espectáculos, gente de culturas diversas. Para estar un año, como nos sucede a nosotros, es interesante. Más tiempo quizá sería muy duro. Además, hay mucha afición al flamenco, trabajamos allí, doy clases, me pongo mis músicas. Estoy en Manhattan, en Broadway entre Colombus y Amsterdam, en la 86. También hay mucha población latina, pero no me siento conectada, no me parece tan cercana a España como la de la Argentina. Me gusta mucho el idioma que emplean aquí, he observado a los taxistas y a otros trabajadores que hablan muy bien, conocen y opinan sobre muchos temas, con mucho ingenio.
–Sabrás que el interés por el flamenco aquí se ha acentuado muchísimo durante los últimos años: se ofrecen espectáculos en teatros, tablaos, clases, publicaciones especializadas.
–Sí, lo noté en viajes anteriores. Las clases que estoy dando se llenan completamente, es mucha la gente que se acerca. Sobre todo, mujeres de cualquier edad: cada veinte mujeres, se cuenta un hombre. Ellos se lo pierden por causa del prejuicio. Pero en general, entre quienes lo bailan y la cantidad de público que va a nuestros espectáculos, se percibe que la pasión por el flamenco es muy fuerte en Buenos Aires.
–El Avenida ya es como tu segundo hogar; has actuado allí con cierta frecuencia.
–Bueno, con ésta es la tercera vez en un año, siempre con mucha demanda de público. Es emocionante ver que, aunque las cosas están mal económicamente, la gente no deja de ir al teatro, no se queda en casa.
–Tu marido no sólo no es gitano sino que tampoco es español. Y sin embargo parece de pura cepa flamenca.
–El es neoyorquino, su madre es argentina y su padre, judío de Filadelfia. Lo que sucedió fue que él, que es actor, tuvo que hacer un papel en el que debía bailar flamenco. Entonces se fue a Madrid para estudiar un poquillo de ese arte. Ahí nos conocimos, empezó a bailar, se enamoró, quedó atrapado, que es lo que te pasa con el flamenco cuando te gusta de verdad. Y ya no regresó, enseguida empezó a trabajar allá. Es que tenía una imagen escénica buenísima y algo muy fuerte dentro, porque a poco de estudiar ya lo llamaron para actuar. Entonces fundamos la compañía para trabajar juntos y formar una familia. Luego tuvo un accidente de espalda, una operación y debió dejar de bailar. Se consagró pues a dirigir la compañía.
–¿Cómo se arma un espectáculo de flamenco? Es como que, al verlo, parecía que los distintos palos brotan de manera espontánea, como surgidos de la inspiración del momento...
–Martín, cuando monta un espectáculo, trabaja mucho sobre el tema de la energía, que llegue al público en estado puro, más directo. Para eso, lo desnuda lo más posible, intenta prescindir de efectos, de luces, de adornos escenográficos. Nuestro espectáculo es lo más cercano a aquellos que se hacían en los tablaos en los primerísimos tiempos, cuando se bailaba por la pasión de bailar. Pero no es nada simple prepararlo, no te creas, es muy trabajoso llegar a esa decantación. Hace falta mucho esfuerzo, mucho ensayo, para luego olvidarte de la técnica y volver al principio. La puesta en escena general es de Martín, luego los bailes de los bailaores, idea propia de cada uno.
–¿Cómo se eligen, de dónde vienen esas letras de los cantaores? Algunas parecen alzarse desde el fondo de la tierra.
–Claro, porque muchas de esas letras nadie sabe de dónde vienen. Son del pueblo, pero no se puede decir que pertenezcan a tal o cual autor. También hay letras que son de poetas conocidos, y otras que se inventan los mismos cantaores. Pero la mayoría vienen de la tradición, hablan de la vida y el amor. Depende del palo que estás tocando: si son bulerías o alegrías, son cosas festivas, divertidas, incluso irónicas. Si se trata de palos serios, ahí todo es más profundo. Se sufre mucho por desamor.
–Aunque ha ocurrido cierta apertura en los últimos años, la cultura gitana sigue siendo machista, muy rigurosa con las mujeres, a las que aún se les exige llegar vírgenes al matrimonio. ¿Vos alguna vez te sentiste afectada por estas manifestaciones?
–No personalmente, pero es que yo por suerte tengo un esposo que está al día. Sobre todo, es un padre maravilloso. Cuando estamos trabajando, nos alternamos para estar con nuestras hijas, él es una persona que comparte todo. Pero, vamos, veo que sí, que hay machismo. Las cosas han mejorado, pero no lo suficiente. No basta con que las mujeres gitanas puedan fumar un cigarro o ponerse minifalda.
–Por otra parte, la influencia de las mujeres en el flamenco, entre bailaoras y cantaoras, es fundamental.
–Claro que sí. Son muchas las buenas artistas del cante y del baile en este momento. No sería lo mismo el flamenco sin las mujeres.
–También se ha ido borrando la frontera entre palos masculinos y femeninos. Hay bailaoras famosas que se animan con la farruca.
–Lo que está claro es que hombres y mujeres bailan los mismos palos de manera diferente. Si tú estás haciendo una soleá, no será igual si la hace un bailaor. En principio, cada bailaor, cada bailaora hace su propio baile. Utilizan un lenguaje común, pero el flamenco se caracteriza porque cada persona que lo hace –sea bailaor, cantaor, guitarrista– es un individuo que lo hace a su manera. Creo que casi todos los palos los podemos interpretar tanto los hombres como las mujeres. En verdad, las mujeres están haciendo farruca últimamente, se están poniendo los pantalones sobre el escenario. Tampoco están inventando nada, ya lo hacía Carmen Amaya. La mujer ha adquirido en los últimos tiempos más fuerza en los pies, hay más zapateo, los vestidos se han hecho más ligeros, permiten más movimientos. Todo esto también viene porque la guitarra que acompañaba antes más de una forma rítmica, ha cambiado después de Paco de Lucía. El baile sigue a la música y es mucho más elaborado que en épocas anteriores. Sobre esto todavía hay mucho debate porque vienen los puristas y defienden la forma de bailar de antes. Yo creo que hay que bailar lo que tú eres y vivir el día que te toca. Intentar bailar como una persona que no soy para respetar lo antiguo, sería para mí como vestirme y peinarme a la moda de los años ‘40. A mí eso no me haría feliz. Quiero que en el escenario salga una verdad, la que yo soy, una persona de esta época que hace pies y que trata de hacerlo bien, sin querer vivir en el pasado. El flamenco es una confluencia de muchas culturas que cada artista debería asumir de la manera más auténtica que pueda. Y trabajar mucho, porque detrás de cada número hay horas y horas de ensayo, de perfeccionamiento, lo que no quita que cada función sea diferente.
–Viéndote allí, sentadita, tranquila, menuda, reflexiva, tomando tu gaseosa, cabe preguntarte: ¿dónde se oculta ese ciclón que arrasa en el escenario, dónde se guarda tanta energía como la que gastás en escena?
–La verdad es que yo misma no sé cómo resisto. Me entreno mucho, es verdad, bailando flamenco o como pueda: si no tengo un estudio, me voy aquí a la calle y me entreno corriendo. Ayer me fui a la Reserva Ecológica, me puse unas playeras y corrí. En Nueva York entré una vez a un gimnasio, ¿y qué había allí? Boxeo. Pues a practicar, lo que sea. El flamenco exige muchísimo, y la verdad es que yo no soy una persona con tanta energía como parece. De pequeñita, jugando baloncesto y tal, me acuerdo de que me asfixiaba. Pero cuando amas tanto el flamenco, sacas la energía, la inventas.
–¿Es como una especie de trance ese momento de arrebato?
–Sí, algo así. Pero no querría ponerlo en un lugar de descontrol. Lo que ocurre es que quieres tanto lo que haces, lo necesitas, que en ese momento te puedes partir una pierna y seguir bailando, sin enterarte. Ha pasado, ¿eh? Tan grande es la entrega.
–¿El entusiasmo del público te compromete más aún?
–Hombre, eso lo siento sobre todo al final. Tal vez lo recibo sin darme cuenta durante el espectáculo. Soy más consciente de la energía que recibo de mis compañeros. Puede ser que una exclamación oportuna, un ole en un momento te levante el ánimo y te suba. A veces, recién en el aplauso final me doy cuenta si la sala está llena, como si me despertara de haber estado en otra dimensión.

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