RESISTENCIAS
2x1 (dos por la identidad)
Dos originales dramaturgas, Cecilia Propato y Silvia Aira, proponen sendas piezas que enfocan la amplia temática del derecho a conocer las propias raíces en una etapa de madurez artística del Teatro x la Identidad. Un dato auspicioso es que este año las autoras de este ciclo han alcanzado la igualdad numérica, amén de sus méritos literarios.
› Por Moira Soto
Veinte piezas de las cuales once fueron escritas por mujeres. Sucede en la actual
edición de Teatro x la Identidad y merece ser celebrado, aunque no parece
azaroso que en un espacio artístico creado para propiciar los derechos
humanos las dramaturgas tengan este año una presencia igualitaria. Entre
ellas, dentro de una programación que se ofrece en diez salas teatrales,
todos los lunes a las 20.30, con entrada libre, dos creadoras con doble, triple
vida si contamos la privada: Cecilia Propato y Silvia Aira.
La primera, además de escritora teatral es guionista cinematográfica,
investigadora del espectáculo, docente en diversos institutos (de cine
y teatro), ha estrenado piezas de la calidad de Romancito (1999), El fitito (2000),
Pri, una tragedia urbana, vista en la edición 2001 de T x I, y ahora está
lanzada a la dirección escénica. De hecho, En lo de Chou, la pieza
que se ofrece en el Payró, dentro del ciclo, fue escrita y puesta por Cecilia
Propato, con Catalina Cho y Max Chung como intérpretes, escenografía
y luces de Gabriel Caputo y vestuario de Cecilia Zuvialde. Por otra parte, Propato
tiene en cartel, en el teatro Gargantúa, El conejo es un animal doméstico,
“una obra con magia, depilación con cera, striptease, arte culinario...
y muerte”, dirigida por Anabella Valencia.
Silvia Aira también reincide en Teatro x la Identidad, después de
haber presentado Método (2001). Asimismo directora, vivió en Mar
del Plata hasta 1993, ciudad en la que estrenó piezas para chicos y adolescentes
(Ami y Perlita, Jaque movimiento interrumpido), y actualmente está dándole
forma teatral a Hueco en un cuerpo cualquiera, una obra para adultos. Aira participó
en uno de los ocho talleres de T x I, del que surgió Hojas en blanco, obra
que se representa junto con En lo de Chou, en el clásico doble programa
del ciclo (que se completa con un retrato en tono coloquial y cotidiano de desaparecidas
y desaparecidos, interpretados por conocidos actores: el lunes pasado, en el Payró,
estuvieron Daniel Fanego y Natalia Oreiro). Por otro lado, Silvia Aira ejerce
el oculto, pero tan necesario oficio de doblajista: hace esas voces que se escuchan
por TV abierta o de cable, en avisos o documentales (“Por supuesto, hay
más trabajo para los hombres: la proporción es de siete a dos, pese
a que las mujeres son muy buenas, tienen mucho oído musical y más
facilidad para los idiomas. Pero parece que las voces masculinas todavía
algunos las encuentran más confiables, para narrar un documental y hasta
para venderte un champú o un detergente”.). Hojas en blanco está
actuada por Roberto Grifo, Mariángeles Pérez, Agustina Caselli,
Gisela Robertucci, Pilar Murano, Micaela Fariña y Raquel Albéniz,
con puesta de Albéniz y Mónica Scandizzo, escenografía y
vestuario de Stella Iglesias.
Aira y Propato coinciden en destacar la importancia de la continuidad de un ciclo
teatral como el que se desarrolla actualmente, en un país tan desmemoriado
y negado. “Tengo alumnos de pocos años menos que yo, que no saben
qué ocurrió durante la dictadura. Cuando me comentan que sienten
miedo ante un posible secuestro, les explico que eso pasó con muchísima
gente en el Proceso, que además fue torturada por motivos ideológicos
y de la que nunca más se supo nada. Los jóvenes deben tomar conciencia
de que la herida está abierta, saber que muchos chiquitos fueron robados
y que pocos han sido identificados”, dice Cecilia Propato.
–¿Cómo les resultó trabajar en un proyecto
como Teatro x la Identidad, que pide un enfoque inequívoco dentro de determinada
temática?
Silvia Aira: –En la primera oportunidad, Método, la pieza que presenté,
ya la tenía escrita y sólo hice una pequeña adaptación
al formato de media hora. Pero el problema de los hijos apropiados estaba en el
germen del texto. Podría decirse que fue por encargo, pero a la vez yo
necesitaba un espacio como ése, encontrar ese calorcito de hogar, caras
que estaban en lo mismo. Estuve en la comisión directiva en 2002 y pensaba
no volver a escribir, pero me llaman en octubre pasado porque en esta organización
de talleres tan estimulante que habían implantado, faltaba un dramaturgo,
y acepté. El grupo que me tocó venía investigando desde hacía
siete meses y yo llegué para escuchar qué querían, y ponerme
a escribir. Había un olor dando vueltas, un olor a torta quemada. Y esta
cosa sensorial me incitó, porque ¿qué es lo que una suele
recordar de un acontecimiento que te marca? Una emoción, un perfume, un
sonido, un color. El olor me llegó ligado al jazmín, a una época
de mi vida de reuniones familiares en verano, diciembre, la Navidad. Ligado también
al sentimiento de futuro, de proyecto de vida. Bueno, mi protagonista huele a
jazmines en un lugar con olor a mierda. A partir de esta situación se desplegó
la pieza. Para mí la apropiación de hijos es un tema que me concierne,
que me importa por ser parte de esta sociedad. Creo que nos pertenece a todos.
Cecilia Propato: –Yo concursé en las dos oportunidades, en 2001 y
ahora, porque me sentía en sintonía con algún material afín.
De todos modos, ya en 1999 había estrenado Romancito, que bien podría
haber estado en el ciclo. En mi pieza anterior, Pri, una tragedia urbana, partí
de la figura de un perro, surgida un poco de la pintura de Francis Bacon. Además,
tengo una bisabuela muy contestataria, bastante feminista, Jacinta Perrino, que
era pintora. Suelo partir de imágenes para escribir: yo daba clases en
Lomas de Zamora y siempre me seguía un perro, me esperaba en la escuela
de cine y me acompañaba de vuelta a la estación. Empecé a
leer sobre perros, sobre su campo visual. Me gusta trabajar con materiales refractarios,
que no tienen que ver directamente con lo teatral. Y se me ocurrió esta
idea del perro que mira en una estación a un guarda –mano de obra
desocupada–, es testigo de cosas. Yo personalmente tuve varios familiares
militantes, aunque ninguno desaparecido, y lo que me interesa es el tema de ver
algo, registrar algo en tu conciencia: una vez que eso sucedió no podés
volver atrás, te tenés que hacer cargo. Muchas veces me he preguntado
¿qué pasó con los que vieron cosas terribles y no dijeron
nada? El almacenero que vio cómo arrastraban a un muchacho conocido y se
lo llevaban... El tema de mirar y hacerse cargo me ronda, viajo con él.
–¿Creen que prosigue la evolución en lo artístico
de T x I, ya superada la etapa más didáctica del comienzo?
C. P.: –Pienso que ha habido un desarrollo en todo sentido: en la calidad
de las piezas, en el papel del periodismo, en la movilización del público.
S. A.: –Quizás en 2001 había una necesidad de hablar más
directamente porque las instituciones no lo hacían. Había que ir
un poco a los bifes, acaso con una idea de teatro político que venía
de los 70. Se dijeron las cosas más crudamente primero, después
vino el proceso de decantación. Ahora ya hay cuestiones que no necesitan
ser explicadas, podemos hablar de conflictos más escondidos, con mayor
sutileza.
–Cecilia, lo tuyo de este año sí que es una rareza: una obra
hablada en chino, con subtítulos, pero que transcurre en Buenos Aires,
durante la dictadura...
C. P.: –Me empapé de cultura oriental, que me atrae mucho, para escribir
En lo de Chou: cine, artes plásticas... Voy mucho al Barrio Chino y siempre
me ha llamado la atención la manera de darte respuestas fragmentadas en
un supermercado, en un restaurante, con otro ritmo, otra música. Cuando
surgió la convocatoria de T x I, justo estaba leyendo un libro sobre la
China, el significado del Dragón. Me imaginé a un matrimonio chino
en una tintorería –había muchas en los 70– que resultaban
paralelamente víctimas de la represión. Sí, la pieza está
hablada en chino y sucede en un país donde algunos de los que hablaban
el mismo idioma castellano generaron semejante masacre. Aunque parezca una paradoja,
se puede dar un mayor entendimiento con alguien que habla un idioma diferente.
Es decir, que la comunicación y la ética pueden pasar por otro lado.
También en mi obra aparece proyectada una imagen clave, una foto que muestra
algo tan universal como un embarazo. Y es sugestivo que lo que el hombre y la
mujer describen no corresponde exactamente a lo que se proyecta en pantalla.
–¿La dirección de los actores te generó dificultades
particulares?
C. P.: –Los interpretes son coreanos, no chinos. Traduje la pieza con Catalina
Cho y debo señalar que en coreano la mayoría de las preposiciones
no existen: cuando ella como actriz repite contra, contra –por la embarazada
contra la pared– también lo está diciendo como persona que
aprende un nuevo idioma. Trabajé un grupo de palabras –contra, acorralada,
Argentina, hijita, pelotudo, te vamos a hacer boleta– que generan un texto
paralelo. También se transparenta la discriminación que hay acá
contra los orientales. La protagonista, Li-Tsé, se expresa desde un lugar
de mucha ingenuidad, con una visión directa de las cosas: la mujer del
general llega con esa hijita, pero antes no tuvo la panza brotada. También
está el problema de la pareja china en exilio forzoso. Desde la puesta
trabajé mucho con el tai-chi, las figuras, el reloj que ella compone, la
tonalidad como de pregunta con que conversan los chinos. Trabajé con algunas
posturas del cine de Kitano: la quietud y, de pronto, el movimiento, la acción.
Me gustaba la idea del subtitulado, leer el texto genera otro grado de comprensión
y a la vez te obliga a escuchar el sonido de otra lengua, tan diversa.
–Hojas en blanco se interna en otro territorio, en otro lenguaje,
el del inconsciente a través de los sueños.
S. A.: –Sí, te decía que asocio el olor de los jazmines con
el resurgir de la naturaleza en primavera, y también con el momento de
estos jóvenes de los 70, el deseo ferviente de cambiar, de mejorar el mundo.
En Hojas en blanco una chica recibe un sobre y se duerme. Se sueña en el
futuro: este proceso de elaboración de las decisiones que suele ocurrir
en los sueños. Se ve a los cincuentipico en ese mismo lugar, con ese padre
que no es su padre, cosa que en algún lugar recuerda, pero se niega a asumir
esa verdad. Ese sobre trae el olor a jazmín mientras que el padre ya decrépito
empieza a descomponerse en vida, se caga encima, hay basura, muchos papeles, mucha
carta documento, mucho expediente... Entonces, la aparición de este sobre
hace que esta mujer ya madura advierta que tiene que enfrentarse a su propia vida,
pide al padre la llave para salir, pero él se la niega. El olor del sobre
la conecta con su historia primera, después aparecen estas otras mujeres
que también representan a Clara, estas voces que aparecen en la cabeza
de una con sus distintas opiniones cuando hay que tomar una gran decisión.
Las claras discuten entre sí y entonces te enterás de que la madre,
cuando fue llevada, la dejó caer o la escondió en una planta de
jazmín. Empiezan a aflorar los recuerdos; el viejo le dice que no salga,
que afuera hay robos. El padre se muere, se abre la puerta, pero ha pasado mucho
tiempo, un tiempo perdido, irrecuperable. La pregunta que ella se hace a través
del sueño es qué me pasará en el futuro si no tomo esta decisión
tan difícil, pero que me acerca a la verdad. Cuando Clara se despierte,
deberá decidir sola y hacer frente a todas las consecuencias. Lo más
terrible es que esos apropiadores convirtieron a estos chicos en personas muy
distintas de los que sus padres soñaron, desearon.