Vie 20.08.2004
las12

MúSICA

La artista que vino del hielo

Raro es vivir una vida gris, dice Björk, la música islandesa, para quitarse de encima ese mote tan cómodo para quienes intentan encasillar a una artista personalísima que siempre hizo lo que quiso y lo hizo bien. Después de cantar en la inauguración de los Juegos Olímpicos, se prepara para la salida de su próximo disco, Medulla.

› Por Mariana Enriquez

Acaba de inaugurar los Juegos Olímpicos, con un enorme vestido y un maquillaje extraordinario, cantando su tema Oceania. ¿Cómo llegó Björk a tanta exposición, tanta contundente fama? Hace quince años, era apenas una excéntrica islandesa –excéntrica para el resto del mundo: en Islandia, dice Björk, ella es una más– que acababa de empezar su carrera solista después de dejar The Sugarcubes, su grupo pop post-punk con el que había logrado algunas canciones exitosas en Gran Bretaña, y la reputación de hada élfica que se relaciona mucho más con su aspecto y su voz casi sobrenatural que con su concepción musical y lírica, mucho más terrenales y hasta cotidianas.
El caso es que Björk es una gran estrella, y una artista que jamás cedió un centímetro de su visión creativa para contentar a nadie. Ni necesitó hacerlo. Después de ganar como mejor actriz en el Festival de Cannes 2000 por su interpretación de Selma, la sufrida protagonista de Bailarina en la oscuridad del sádico Lars Von Trier, anunció que no volvería a actuar, y no lo hizo; cuando nominaron la canción de ese film I’ve seen it all para un premio Oscar, Björk cantó con un vestido en forma de cisne, y fue la burla de los limitados periodistas expertos en moda: ella ni se inmutó. Desde su primer disco, Debut, en 1990, Björk viene haciendo lo que quiere; cuando se dice que su trabajo es absolutamente personal, hay que evitar pensar en los cientos de artistas a quienes se le aplica la categoría, porque ella es de las pocas que de verdad encarna algo único: su música sólo puede definirse como “música de Björk”, una mezcla de electrónica, instrumentaciones y melodías erráticas atravesadas por esa voz que puede ser tan etérea como carnal.
Björk nació hace 38 años en Reykjavic, y se crió en una comuna hippie junto a sus padres; a los cinco años comenzó a estudiar música, y desde los seis debía cocinar su propia comida, tenía las llaves de la casa, y se le permitía ser completamente independiente. A los once grabó su primer disco solista –fue una pequeña estrella en Islandia– y a los catorce tuvo su primer departamento. Después formó varios grupos, hasta que The Sugarcubes le permitió dejar Islandia y mudarse a Inglaterra con su hijo, Sindri.
Con Debut, su primer disco, empezó a mezclar el pop y la electrónica, con la ayuda de grandes nombres como Underworld o Tricky. Ese disco tenía “Venus as a boy”, una de sus canciones más famosas –suerte de celebración para un chico que es un gran amante– y un tema hermoso, There’s more to life than this, que decía: “Vamos, nena/ Dejemos esta fiesta/ Es aburrida/ La vida es más que esto/ Todavía es temprano/ Podemos ir al puerto y saltar entre los botes/ Hasta que salga el sol”. El hada islandesa siempre escribe sobre amores, pequeños milagros cotidianos, malhumores domésticos: “Hago música pop sobre cosas de todos los días, sobre los ruidos que escucho y la gente que me rodea. Cuando escucho las letras de las canciones pop exitosas... lo siento, pero no tienen nada que ver con mi vida. Quiero que la gente pueda identificarse con mis canciones”. Debut también tenía Big Time Sensuality, una canción sexual que decía: “Hace falta coraje para disfrutarlo/ lo brutal y lo gentil”. Su físico menudo, su rostro de rasgos esquimales, y su voz aniñada le ganaron una imagen contradictoria, de niña eterna. Pero a Björk no le interesa ser encasillada: “Siempre quise ser todo al mismo tiempo, en mi imagen y en mi trabajo: inteligente, tonta, anticuada, infantil, naïf, experimentada, enojada, triste y alegre”.
Björk continuó su impresionante debut con dos discos maravillosos, Post (1995) y Homogenic (1997). Entre ambos grabó Telegram, remixes radicales de los temas de Post y tuvo que lidiar con un fan trastornado que le envió una bomba por correo –fue interceptada por la policía– antes de suicidarse; había dejado en video una declaración de su amor obsesivo por la cantante. Las canciones de Post seguían explorando sus mundos privados: en Army of me aparecía disgustada con un amante de poco carácter (“Ponete de pie/ Tenés que arreglártelas solo/ Ya tengo comprensión para vos/ Y si seguís rezongando/ Vas a enfrentarte con mi ejército”); en Hyperballad volvía a la vida íntima: “Vivimos en una montaña, cerca de la cumbre/ Desde aquí la vista es hermosa/ Cada mañana camino hasta el precipicio y arrojo pequeñas cosas, partes de autos, botellas, cualquier cosa que encuentro/ Se convirtió en un hábito para empezar el día”.
Después, Björk aceptó protagonizar el film de Lars Von Trier, y escribir la banda sonora. Bailarina en la oscuridad le ganó las mejores críticas de su carrera, y la llevó a la popularidad. Pero el proceso fue doloroso, y Björk peleó con el director durante todo el rodaje. La banda sonora, Selma’s Song, es una belleza que mezcla la grandilocuencia del musical clásico con sonidos inesperados, electrónicos e industriales. Vespertine, su disco de 2001, salió en un relativo silencio, pero tenía canciones arriesgadas, como Cocoon, que volvía a encontrarla como una mujer sensual: “Se desliza dentro mío/ Medio despierto, medio dormido/ Y nos volvemos a adormecer/ Cuando despierto por segunda vez, en sus brazos hermosos/ Sigue dentro mío”. Los años siguientes estuvieron dedicados a su segundo hijo, pero Björk ya dejó sus autoimpuestas vacaciones: a fin de mes, saldrá a la venta Medulla, su nuevo disco. “Es el más intuitivo. Es vocal, y tuve que usar los ingredientes en que confiaba, mi voz, mis músculos, mis huesos. No quería usar instrumentos, ni apoyarme en ellos.” A este disco le pertenece Oceania, la canción de los Juegos Olímpicos.
Cerca de los cuarenta, aún con aspecto de veinteañera, Björk es una de las artistas más importantes de las últimas décadas, famosa por su exigencia y su candidez. Y está cómoda con esa condición. Sólo se siente descolocada cuando insisten en llamarla “rara”: “Nunca quise shockear o impactar a la gente. Nunca me hice la rara, ni hice un culto de la excentricidad. Siempre traté de ser yo misma y eso, por alguna razón, incomoda a la gente. Cuando estaba embarazada, canté en la televisión islandesa con un vestido que dejaba mi vientre desnudo. Una mujer amenazó con demandarme porque dijo que le provoqué a su madre un ataque cardíaco. Pensé que era algo tan triste: una mujer que tenía hijos y nietos sufría un infarto ante la visión del vientre de una embarazada... Ella debía sufrir mucho. Alguna gente no soporta ver a alguien que se muestra y se expresa tal cual es. Para mí, lo raro es limitarse y vivir una vida gris”.

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