Vie 05.11.2004
las12

ENTREVISTA

La conmoción del último beso

Para Mariana Arruti, directora del largo documental Trelew, hubo un sueño cumplido después de más de un mes de exhibición de su película: si al principio la vieron sobre todo los coetáneos de las víctimas de la masacre, cada vez son más los y las jóvenes se pasan el dato de boca en boca antes de sentarse en la sala oscura. Y es con estas generaciones que van llegando que otros debates pueden abrirse.

› Por Lila Pastoriza

Sí, yo me enamoré de Trelew”, dice Mariana Arruti como si pensara en voz alta o se lo dijera a sí misma. “Quería contar esa historia de la cual no se hablaba, ese crimen que la versión oficial nunca reconoció como tal. Busqué, sobre todo, recrear el sentido que la lucha tuvo para sus protagonistas, que eran personas comprometidas con un proyecto distinto de sociedad. Y soñaba con una sala llena de jóvenes viendo la película, por eso le di tanta importancia al modo de hacerla, a cuidar mucho lo cinematográfico.”
Mariana Arruti tiene 35 años. No había cumplido los tres cuando ocurrió Trelew y tenía siete cuando se instaló la dictadura. Sin padre desde muy chica, vivió con su madre y su hermano menor en un barrio porteño. En el secundario, ya en democracia, agotó su gimnasia política en las reuniones del centro de estudiantes. Hoy tiene un hijo de siete años que le regala un dibujo con su versión de Trelew y una vida por delante que, ella lo siente, no es la misma después de la película.
"Aquí está pasando lo mismo que ocurrió en Chubut”, señala Arruti. “Primero la vieron los de la generación de los protagonistas y luego sus hijos. Ahora concurren más jóvenes, que la votan en Internet, se pasan la voz... En Chubut, donde era un tema tabú, después que se animaron los padres fueron los chicos, adolescentes que no tenían la menor idea de lo ocurrido, que descubrían que algo muy grande había pasado allí mismo, en el patio de su casa, y de lo cual, en muchos casos, recién ahora los mayores les hablaban.”
Este aspecto –haber derrumbado el muro de silencio, generar recuerdos, preguntas, polémicas– quizá sea el mayor logro de Trelew. “Tal vez se deba a que la película logra mucho equilibrio. Por un lado, cuenta lo que pasó, un hecho que absolutamente nada puede justificar. A la vez, consigue la distancia de contarlo desde una mirada comprometida, pero que se corre del lugar de la idealización. Se involucra, pero no dice más que lo que hay que decir.”
–¿Cómo fue recibida Trelew por la generación militante que protagonizó aquellos hechos?
–Yo registré mucha aceptación de su parte. Me sentía muy comprometida con esa mirada. Mi intención no fue describir los distintos proyectos políticos sino lograr que trascendiera, que se respirara aquel proyecto de cambio, de revolución. Y lo que recibí de ellos fue que eso ocurrió, que palpitaba aquel fervor.
A Mariana Arruti siempre le apasionó alumbrar historias no contadas, devolver a sus protagonistas el sentido de sus vidas, tan oscurecido. A este quehacer se dedica desde hace casi una década, cuando a los 26 años se volcó al cine con Los presos de Bragado, sobre los tres anarquistas condenados a prisión perpetua en el año ‘30. Luego produciría Casa tomada bajo la dirección de María Pilotti, su madre, y más tarde volvería a dirigir, esta vez La huelga de los locos, el relato de la larga y perdida huelga de los obreros navales en 1956, cuyos aniversarios aun hoy muchos de ellos siguen celebrando como un triunfo.
–En todas tus películas aparece el interés en lo político y social. ¿De dónde viene?
–Quizá de la historia de mi padre, que fue obrero de la construcción, dirigente de la Uocra y militante del PC, y que murió el 13 de septiembre de 1973 (cuando yo bordeaba los cuatro años) en un accidente bastante dudoso, en el que, aparentemente, lo habría golpeado un tren. Siempre estuvo en la bruma todo eso, que ocurrió dos días después del golpe en Chile que derrocó a Allende y en una época en que mi padre se había acercado al peronismo. Fue algo confuso que ahora me propongo tratar de aclarar. Pero también creo que elegir estos temas tiene que ver con el modo en que vivo la injusticia, con la imposibilidad de no tener una actitud de denuncia desde lo que yo hago.
–¿Qué te impulsó a abordar los años ‘70 y más específicamente la masacre de Trelew?
–Siempre percibí en las historias de esa época algo que no cerraba, como una falta de dimensión. Había un discurso que contraponía la represión brutal a las “víctimas inocentes”, no comprometidas. Y yo pensaba que era gente que luchó, que murió, que entregó su vida en pos de algo, de proyectos políticos. Creo que hay que buscar la justicia, pero también tratar de recuperar esas vidas, ese accionar. En este aspecto, el caso de Trelew ayudaba: allí estaba claro que los protagonistas eran militantes de organizaciones guerrilleras, lo que facilitaba abordar ese país que precedió a la dictadura del ‘76 y del que nosotros sabíamos tan poco, de esa sociedad conmocionada por la movilización, donde hasta la lucha armada generaba la simpatía de algunos sectores. Es decir, en Trelew todo estaba expuesto. Por otra parte, es evidente que sale de la película un reclamo de justicia. Yo, en realidad, no tuve eso conscientemente como objetivo. Pero es cierto que el film termina diciendo que la Armada no aceptó dar ninguna versión más que la de la fuga y que el caso estaba cerrado. O sea que estaba en el film ese reclamo. De todos modos, más allá de esto y de otras circunstancias que influyeron, hubo un disparador afectivo, casicentral, para sostener este laburo los cuatro años que duró: fue leer una nota en la que el padre de María Angélica Sabelli contaba la última visita a su hija en el penal, en la mañana del 15 de agosto, el mismo día en que se fugarían. Hablaba de la charla que tuvieron, de que su hija le dijo que no fuera a verla esa tarde (“tengo una reunión con las chicas y no voy a poder atenderte”) y terminaba su relato diciendo que no lograba recordar dónde –si en la frente o en la mejilla– había besado a su hija esa última vez que la vio. Y yo, que había leído de todo sobre Trelew, cientos de páginas, después de ese relato me puse a llorar. No sé, me pegó por un lugar mucho más afectivo que político. Quizá tuvo que ver con mi propia historia, con lo de mi viejo.
–Recién habías empezado la primaria cuando asumió Videla. ¿Se hablaba en tu casa de lo que ocurría?
–Había referencias, no fue como en otros casos que ni se mencionaba. Pero, de todos modos, la información era escasa, más bien lo que quedan son imágenes. Yo sabía de la trayectoria política de mi papá. Y de Trelew recuerdo que mi madre solía contar que él había entrado a los velatorios de los guerrilleros en el local de avenida La Plata y que, junto a uno de los cajones, vio a un hombre con manos de laburante, un trabajador (¿sería, pensé mucho después, el padre de María Angélica, un pariente?). También recuerdo que en mi casa había cosas que no se podían mostrar, como unos libros que mi vieja tenía guardados en un lugar y que yo leía. Había uno de León Felipe, de españoles, y uno de Víctor Jara, con una mano, que estaba en una caja que mi vieja ataba y le ponía cosas encima para que no se viera. En mi cuarto había un cuadro enorme del Che Guevara que después, cortado en pedazos, fue a parar al incinerador, porque vivíamos en una casa que daba a un edificio muy alto y se veía de todos los lados, y esto no podía estar ahí, por eso lo quemaron. Eran imágenes fuertes.
–¿Cómo fue para vos empezar con Trelew?
–Cuando empezamos, en el año 2000, Trelew era mala palabra, el horror, algo maldito, y nadie entendía que me metiera con ese tema. Era muy difícil acercarse a la gente de la zona en una cuestión tan delicada para quienes allí vivían. Pero yo quería contar esa historia. Y contarla de la manera en que a mí me había impactado. No me preocupaba hacer un film estrictamente político, sí contarla desde un lugar cinematográfico que fuera contundente: hacer un documental, pero tratar de elaborar una narración particular. Por eso trabajé muchos meses en el guión y le di mucha bola a la edición, al montaje, a la banda sonora. Quise construir un relato que fuera atractivo desde el cine para que los pibes empezaran a acercarse. La gran mayoría no sabe qué pasó en el país, no cuenta con información, menos aún del período anterior a la última dictadura. Y hay una generación militante que no elaboró esa experiencia. Además, un importante sector del gran público joven no se vincula con el documental ni con un cine independiente, que tiene que ver con otra estética. Quise convocar a quienes forman ese público no habitual desde un lugar que pueda interesarles y brindarles algo que por ahí los inquiete, les haga pensar, les genere preguntas sobre temas que jamás hablaron.
–Hay quienes afirman que Trelew no explicita las diferencias políticas que separaban a las organizaciones y que minimiza el peso de los sectores de la Juventud Peronista, lo cual redundaría en una cierta despolitización. ¿Cómo ves estos señalamientos? –No creo para nada que sea así, creo que la película tiene un contenido político fuerte aunque, a diferencia de otros films, no lo plantea através de verbalizaciones, de discusiones o de la enunciación de posiciones. Desde lo cinematográfico, yo opté por contar la película en presente y no hacer tanta rememoración y análisis. Por eso dejé el planteamiento político en manos de quienes dieron la conferencia de prensa, de Mariano Pujadas, que enfatiza ese momento de unidad y no de diferencias. Y allí se habla de las elecciones próximas, de la proscripción del peronismo, de la vuelta de Perón. Decidí señalar el marco y los antecedentes cuando la película abre, el Cordobazo, la lucha social, la aparición de las organizaciones armadas como bandera del cambio, la simpatía que generan en ese momento y la represión que empiezan a montar otros sectores. Desde mi mirada, lo que llama la atención es la unidad, la intrepidez de los pibes, su entrega, lo jóvenes que eran. Por eso quise mostrar sus pequeñas anécdotas de la vida cotidiana en el penal, el fútbol, la alegría, las bromas. Decir que había algo más que la muerte, algo más que las discusiones, decir que estaban vivos y eso me importó más que lo otro. Yo no quería hacer una película de discusión y de planteo del contexto, no quería embolar con eso cuando tenía una historia tan apasionante para contar.
–En este aspecto, ¿creés que lograste los objetivos que buscabas?
–Estoy convencida de que los debates no se deben dar en las películas sino en la sociedad. Si mi película aporta a que esto ocurra, estoy más que satisfecha, porque mi objetivo no era dar esa discusión sino generarla.
–¿En qué te cambió a vos hacer esta película?
–Me cuesta mucho responderte. Creo que hacer Trelew fue como el inicio de algo para hacer en la vida. Antes era diferente, llevar adelante una producción. Esta vez puse mucho compromiso, mucho de lo propio. Creo que me hice grande con esta película, que dejé de ser la nenita que filmaba. A veces me asusta la exigencia, el compromiso de haberla hecho. Es que Trelew era tema prohibido, los archivos de la Marina nunca se abrieron. Y bueno, yo hice la película. Ahí está. Y mi nombre, mi apellido, mi vida puestos ahí, muy intensamente. Y estoy contenta. Siento que vale la pena darles el tiempo a las cosas que a una le importan.

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