HALLAZGOS
Entre 1943 y 1979, Victoria Ocampo mantuvo una correspondencia con Yvette Cottier, que apenas aparece nombrada en algunas de las biografías sobre la fundadora de la revista Sur. La propia Victoria casi no alude a ella en sus Testimonios. La periodista Constanza Radavero tuvo acceso a esas cartas, que revelan la intimidad de la escritora argentina.
Constanza Radavero siempre
se sintió atraída por Victoria Ocampo. Fue así que decidió
tomarla como objeto de investigación para su tesis de Maestría
en Historia. Pero se encontró con un panorama un poco desalentador: los
únicos testigos de la vida de Victoria eran aquellos que la habían
conocido en su vejez. A excepción, tal vez, de Yvette Cottier, que había
sido su amiga y que vivía en Francia. Constanza viajó a París
y se encontró con Yvette, que resultó ser bastante menor que Victoria:
actualmente tiene noventa años. Ella se mostró encantada de colaborar
con la investigación y le prestó algunas cartas que Victoria le
había enviado entre 1943 y 1979. La última estaba fechada el 11
de enero de 1979, dieciséis días antes de la muerte de la fundadora
de Sur.
El origen de la amistad entre Yvette y Victoria es digno de un culebrón
venezolano. Todo empezó por un hombre: el sociólogo francés
Roger Caillois. En 1937, Victoria visitó París y asistió
a unas conferencias dictadas en el Colegio de Sociología por Roger, que
había fundado la institución. En 1939, Victoria lo invitó
a dar un ciclo de conferencias en Buenos Aires y él vino por tres semanas.
Pero en el medio de su estadía estalló la guerra y no pudo volver
a Francia. Entre la ardorosa Victoria, que entonces tenía alrededor de
50 años, y Roger, que rondaba los 25, surgió un affaire.
En París, Roger había tenido un romance con Yvette. Cuando él
ya había llegado a Buenos Aires, ella le avisó que estaba embarazada
y le pidió que se casaran para no ser una madre soltera. La guerra no
asustó a Yvette, que dejó a su hija en Francia y viajó
a la Argentina para casarse. Victoria ignoraba por completo esta situación.
Ante la inminencia de la llegada de Yvette, Roger le confesó a Victoria
la verdad. Entonces ella lo obligó a revelarle a Yvette que habían
tenido un affaire, y que éste ya había terminado. A partir de
la aparición de Yvette en escena empezó una amistad entre los
tres. Cenaban juntos todas las noches y el matrimonio compartía las reuniones
con el grupo de Sur, aunque no pertenecía al staff de la revista. También
iba a la casa de Victoria en Mar del Plata junto con Borges, Bioy Casares y
Silvina Ocampo.
Confesiones
En 1945, Yvette regresó a Francia
y Roger se marchó a dar conferencias por Latinoamérica. Tres años
más tarde se separaron. Esto entristeció mucho a Victoria, que
lamentaba la disolución del trío amistoso. En una carta fechada
el 21 de enero de 1948, le escribe a Yvette: Ustedes me hacen siempre
tanta falta. Es decir que la vida no tiene sal ni azúcar casi desde que
ustedes no están allí para compartirla conmigo. No tengo ganas
de escribirle a Roger y no pienso más que en mí misma.
A pesar de la ruptura, la relación con una y con otro persistió.
Victoria era tan amiga de Yvette que no dejaba de escribirle ni siquiera cuando
estaba de viaje. De todas maneras volverían a encontrarse, ya que Victoria
viajaría a Francia varias veces a lo largo de su vida. En sus cartas,
Victoria se desnuda. Habla de todo: su vínculo con Yvette y con Roger;
su gusto por las ropas elegantes; su amor por Francia; el cuidado con el que
elige los muebles y la decoración; su relación con la naturaleza
y con el dinero. También le cuenta a Yvette lo que piensa acerca de la
mujer y de Sur. En muchas de sus cartas hay un tono introspectivo, especialmente
aquéllas donde se queja de sus dolores, como en la del 24 de septiembre
de 1977: Por suerte el jardín está poniéndose lindo,
aunque poco lo veo y a través de la bruma de los dolores físicos,
de dolores morales también.
Uno de los temas que recorren esta correspondencia es la decepción de
la fundadora de Sur por la falta de reconocimiento del papel desempeñado
por la revista y por ella misma en la cultura argentina. Las cartas revelan
también el modo en que Victoria va perdiendo influencia en la literatura
nacional con el paso del tiempo. Sus confesiones están teñidas
de cierta nostalgia por un pasado que consideraba dorado. No es de extrañar
que la mayoría estén escritas en francés y español
o directamente en francés, ya que ella hablaba esta lengua desde chica.
Victoria tenía tanta confianza con Yvette que incluso le pedía
que le comprara un par de medias o supositorios. Esta intimidad se percibe al
leer las cartas: por momentos parecería que Victoria estuviera pensando
en voz alta. Otro aspecto que aparece en sus cartas es su sentido del humor,
bastante ácido, por cierto.
Quienes conocieron a Victoria coinciden en que era capaz de gestos de gran generosidad.
Ayudó, entre otros, a Albert Camus. En una de sus cartas (fechada el
5 de septiembre de 1966) se lo cuenta, casi al pasar, a Yvette: Con la
desvalorización del peso, han desaparecido las posibilidades de hacer
lo que antes me parecía tan natural hacer: alquilar un departamento como
los que tenía en Av. Malakoff, o en la Rue Raymonard. No sé por
qué diablos no conservé este último (que era una maravilla
por la vista, el barrio y las comodidades). Felizmente para algo sirvió
el irme pues parte de los muebles, etc., se los di a Camus, que en esa época
los necesitaba. Estaban guardados y no iba seguir pagando los gastos al cohete.
Victoria tenía la certeza de haber jugado un papel relevante en la historia
de la literatura argentina. Sus palabras (en una carta del 1º de octubre
de 1963) dejan entrever esa certidumbre: Quisiera ir a París este
otoño. Quisiera que leyeras mis Memorias, que no son precisamente memorias
sino un documento sobre la vida en la Argentina (una larga especie de vida).
Varias de las cartas a Yvette están destinadas a opinar sobre Borges,
con quien no tuvo justamente una relación idílica. El 15 de abril
de 1970 escribe: El film de Borges es insoportable, pero ahora hay que
admirarlo en todo. Si ronca es magnífico, si escupe hay que esforzarse
por llorar. Vos sabés (imagino) que lo admiro (y lo admiro desde la época
en que nadie le prestaba atención 1925 como escritor). Pero
no me entiendo con él en otros terrenos.
Podría pensarse que la fundadora de Sur era más amante de las
comodidades de la vida urbana que de la naturaleza. Pero lo cierto es que adoraba
los árboles, el río, sus plantas... Basta con leer su carta del
9 de julio de 1946: Amo las cosas hechas por yo no sé quién.
Un muy buen autor en todo caso, a pesar de su anonimato. Son las ocho y está
muy lindo. El cielo está lleno de nubes dignas del cielo de Villa Victoria,
y el aire se vuelve cada vez más suficiente para mi dicha. Pero tengo
el corazón bastante oprimido.
El antiperonismo de Victoria nunca fue un secreto. A Yvette se lo dice sin pelos
en la lengua, el 29 de abril de 1972: Tengo unas ganas tremebundas de
ir a Europa. La lectura de los diarios, en todos estos últimos tiempos,
me pone frenética. Dos veces Perón en una vida es demasiado.
Pero quizá la carta que mejor desnuda a la Victoria de los últimos
tiempos, enferma de cáncer, con mucho menos dinero y, por lo tanto, obligada
a hacer las cosas que antes delegaba en otros, osea la que describe sus esfuerzos
por acondicionar su casa para una reunión de la Unesco. El 5 de noviembre
de 1977 le relata a Yvette todos los detalles: Los obreros siguen volviéndome
loca y ensuciando todo. No recuerdo si te conté que habiendo puesto yo
2 WC a su disposición no encontraron mejor que cagarse (como diría
mi tía abuela) en el sótano. Estoy agotada, porque la vigilancia
es imposible con 20 tipos. Se les habla de buen modo, se les ruega que tengan
cuidado. No les importa lo más mínimo. Ayer por la mañana
tuve que llevar (manejando yo) en el auto un colchón a arreglar. No me
habían avisado que alguien que durmió allí lo estropeó.
Después tuve que atender a un lustrador (que pidió un dineral
para poner todas las tablas en la mesa del comedor y lustrarlas: se necesitan
para la reunión del 29). Después tuve que estar con unos tipos
que van a hacer unos visillos. Después con otros que llevaban el sofá
y sillones para tapizar. Después tuve de nuevo que ir manejando al pueblo
a comprar café y jabones. Acabé muerta. Y no sé si vale
la pena morir por ese tipo de cosas (...) Te cuento todas estas cosas aburridas
porque son, por el momento, mi vida y mis preocupaciones. La reunión
de la Unesco me cae horriblemente mal y todavía no sé si les dejaré
la casa y partiré sola para Mar del Plata. Hay que esforzarse por vivir
en medio de estas circunstancias adversas.
Lejos del bronce, estas cartas nos devuelven a una Victoria de mil caras: irónica,
apasionada, sufriente, luchadora, generosa y mística. Leyéndolas
se entiende por qué pudo crear una revista como Sur, rodearse de intelectuales
de todo el mundo y llevar una vida que a la mayoría de las mujeres, entonces,
les estaba vedada. En otras palabras, por qué llegó a ser Victoria.
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