Vie 24.12.2004
las12

MODA

el ojo salvaje

Marea de actitudes, una revolución psicológica, fue la colección con la que el diseñador Kelo Romero –autodefinido como “Romero, modisto insurgente”– presentó en un ciclo del Malba, para reinterpretar desde el sur las miradas que Hollywood posa sobre los estilos latinoamericanos. Sobre la moda como ruptura, el fin de las tendencias, y el diseño como denuncia política conversó con Victoria Lescano, curadora del ciclo.

› Por Victoria Lescano


Tanto en su proclama de una revolución en la moda y el fin de las tendencias ante las cámaras de Ftv como durante el recitado de versos propios ornamentado con una túnica roja al tono de la puesta de luces que le confería un aire principesco y espectral, el ensayo sobre la vestimenta que Kelo Romero hizo en Malba en la primera semana de diciembre recordó los diálogos entre la moda y la muerte de Giácomo Leopardi, los textos más agudos sobre la caducidad. Las señas particulares de Marea de actitudes, una revolución psicológica –así se llamó la colección que el diseñador presentó con la coartada de reinterpretar las miradas de Hollywood sobre estilos latinoamericanos– remitió a remixes de pantalones de estilo hiphopero con camisas rescatadas de tiendas vintage (a los que suelen adherir el crisol de habitantes del Bronx), atuendos para divinidades afrocubanas, trajes de campesinos centroamericanos (que establecían competencias de elegancia en el uso de sombreros de paja), todos lucidos por modelos sin maquillaje ni peinados que rompieron con los cánones del casting y el estilismo.
El argot de diseño de Romero se centra en investigaciones sobre morfologías de denim y tricots, la crudeza de las hilachas y los remiendos, técnicas que él enaltece tanto como Vionnet y Gres lo hicieron con el recurso del corte al bies: por eso, en el vestíbulo de las salas de arte contemporáneo devenidas pasarela emergieron en vestidos para hombre con variaciones de amarillos y verdes –confeccionados en telas de mantel–, y también en los democráticos paños blancos convertidos en galas de alta costura femenina. También se vieron túnicas de jean con cinturones de gaucho y otras con puños y cuellos de morley, recursos de la sastrería deportiva actualmente tan en boga en los percheros de tiendas del mainstream. Mientras que para los conocedores de los estilos surgidos en pasarelas locales de comienzos de los noventa, significó la sublimación de una estética y la recuperación de los preceptos de moda surgidos de la Primera Bienal de Arte Joven –cuando un grupo de diseñadores celebraron la democracia con estéticas alejadas de los clichés de producto y los imperativos comerciales–, los principiantes –muchos consagrados diseñadores del movimiento de autor– manifestaron su asombro ante la elegancia y excelsa realización implícita en esa aparente crudeza.
El diseñador que prefiere la denominación “Romero, modisto insurgente” –antes que el “Kelo Romero” de antaño– dice: “Mis realizaciones exceden el mensaje de la tela, me aproximo a la moda desde el punto del vista del hombre, hago una crítica de esa tiranía que obliga a que la ropa tome una determinada forma y que todos hagan lo mismo en una determinada gama de colores. Suelo decir que la ropa es un mártir, la gente la usa para protegerse y armar la máscara de la personalidad para ingresar a grupos de pertenencia”.

Zoom a la insurgencia
Mi primera aproximación a los looks raras avis de Romero fueron los atuendos que él mismo sacaba a relucir cuando lideraba una extraña banda llamada “El corazón de Tito”, en la que remixó cumbias y poesía con bases electrónicas, y desde donde hizo sus primeras investigaciones y críticas estéticas. Eso fue apenas antes de sumarse al movimiento de moda que organizó happenings en el Museo de Arte Moderno bajo el nombre de “Genios Pobres”, improvisar parodias de Casa Foa –imposible no mencionar la muestra “Casa Fea”, que lo tuvo como participante en el Centro Cultural Recoleta y donde muchas de las prendas, frazadas y tricots raídos, junto a muebles de cartón, se prendieron fuego accidentalmente–. Eso fue antes de decidir marcharse a Nueva York –la ciudad donde residió entre 1993 y 2003– junto a los diseñadores Gabriel Grippo y Gaby Bunader, y hacer modaantropológica con la etiqueta I Think South. Así como en 2003 mostró en Proa su vestido de reciclajes en tributo al cacerolazo, luego las pasarelas del verano en la Ciudad Konex lo tuvieron como invitado.
Durante la conversación, en su hogar de Almagro, Romero saca a relucir sus dones de sibarita y –tal como transforma ropas anónimas en atavíos exquisitos– convierte un jugo de frutas, un té negro o un plato de falafel en dispositivos de banquete. Exhibe decenas de canvas, desde sus primeros homenajes a Andy Warhol hasta las más recientes pinturas desarrolladas en esa década en el Bronx; recita fragmentos de sus poesías, los versos en lunfardo o slang latino con los que desde su agrupación Kabildo del Arte, fue invitado a participar de shows multidisciplinarios en el Newyorican’s Poet café y el auditorio de la NYU.
–¿Cómo cambió tu mirada sobre la moda en los años que viviste en Nueva York?
–Siempre me acerqué a la moda como una lucha por el amor, la libertad y la poesía, ese mensaje continúa pero la vida me llevó a entender la moda de manera más profunda. En Nueva York, con frecuencia me iba a contemplar la colección de trajes del Museo de Ciencias Naturales, que reúne todas las razas, con sus vestidos. Ahí empecé a comprender las asociaciones entre las guardas, los tejidos, las estructuras arquitectónicas y las ropas, vi que las túnicas tejidas de los sacerdotes de Taguanaco son iguales a los tibetanos, por ejemplo. Mis ojos se disparaban hacia las bijouteries, los tejidos, los colores, la vivacidad de la puesta en escena de esos grandes vestidos y empecé a hacer mezclas con toda esa información. Llevo a mis diseños las mezclas que vi en ese lapso: cuando llegué al Bronx había africanos, dominicanos, portorriqueños, y el último tiempo habían llegado muchas mujeres del Altiplano, porque, en realidad, son las migraciones que provoca el poder económico.
–¿Cuáles fueron los ejes mediante los que en Marea de actitudes propusiste una revolución desde la moda?
–Decidí no usar iconos específicos (como el Che, que había usado en vestidos anteriores) porque abordé esta colección como una revolución psicológica donde tienen que desaparecer los iconos, los prejuicios y por sobre todas las cosas el miedo. En conceptos de ropas, están las fajas de gaucho con los coats urbano en denim, lo afrocaribeño o lo cubano y una revalorización del look de campesino, la camisa blanca amplia, el suéter escote en v, los sacos antiguos y los sombreros de paja. Si bien a mi los sombreros me apasionan desde niño y en Nueva York me di el gusto de ponerme los sombreros más grandes pese a que en el subway me miraran raro, me inspiró mucho para su incorporación un libro de fotografías sobre revolucionarios centroamericanos, y principalmente una foto que muestra una reunión dominical de hombres y en la que sólo se ve una masa de sombreros de paja. Mi incorporación de lo deportivo mezcla la iconografía de Adidas con la sastrería, dos mundos que –considero– están muy presentes en escenas cotidianas de países de Medio Oriente y también de América Latina. Pero, por otro lado, como estaba la consigna de citar la mirada hollywoodense, no pude evitar pensar en esa actitud hacia el freak latinoamericano como el film de Frida Kahlo con Salma Hayek, que para mi evita reflejar su gesto más revolucionario, cuando tres días antes de morir y en silla de ruedas, Frida asistió a una marcha en contra de la invasión norteamericana a Guatemala. De haberse proyectado películas en mi desfile imagino la vida de Sandino, un hombre elegantísimo o Viva Zapata.
–¿Y los cruces entre cuadros y diseños de moda?
–Considero que mi moda y mis cuadros están muy conectados. Si bien lo primero que pinté fue un parodia de la sopa Campbell lamada “Latin Flavor”, en los siguientes apareció la bandera argentina con el smile a modo de sol, la de Nicaragua con el rostro de Sandino... Así como en un cuadro reproduje la escena del crimen que mostraba el New York Times,sobre la muerte del joven africano al que mataron de cuatro balazos por equivocación a cuatro cuadras de mi casa, en mi pintura aparece el alcalde Rudolph Giuliani prendiéndose fuego y Frida como la balanza de la justicia, para mi último desfile tomé una imagen de piquetero con remera Adidas que vi en un noticiero local. Como mis cuadros, mis diseños también hacen denuncias. Mi estilo consiste en reciclar prendas de modo absolutamente salvaje, luego tomo las perlas de la tradición y lo combino con lo urbano.

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