ENTREVISTA
Luego de cinco años de ocupar cargos electivos, Vilma Ripoll, reciente ex legisladora porteña, decidió regresar a su trabajo de siempre, el que aprendió por dictado de su vocación: la enfermería. Lo hace, dice, porque le gusta, pero también para sentir “en carne propia los problemas de la gente”.
› Por Luciana Peker
Ripoll Vilma Ana - enfermera,
dice el carnet prendido al delantal blanco. La verdad es que en los pasillos
del Hospital Italiano su nombre no necesita estar escrito. Vilma (de 50 años,
21 de trabajo en este hospital y 10 de delegada gremial) saluda y es saludada.
Ella rompió la imagen de las enfermeras que hacen shhhhhhhhhh y entró
en el circuito de la imagen más mediática. Se nota en todos lo
que la notan. Se acercan, la saludan y le hacen denuncias express. Da su teléfono
celular, pero aclara: Llamame después de las tres de la tarde.
Hasta las tres de la tarde, la ex legisladora porteña está en
la guardia del Centro de la Mujer del Hospital Italiano. Toma la presión,
recibe a mujeres en un grito por una hemorragia o alcanza pañitos. Ahora
voy a las marchas pero después de las tres de la tarde, como todos los
trabajadores, vuelve a recalcar Vilma, que acaba de dejar su banca en
la Legislatura Porteña para que la ocupe Marcos Wolman, por un acuerdo
interno de Izquierda Unida.
¿Más allá de los ideales no es duro, después
de estar cinco años en la Legislatura, volver a fichar y dar inyecciones?
Yo soy enfermera porque me gusta. Hice la carrera en la Universidad de
Rosario y me encanta, especialmente disfruto de trabajar en la Unidad Coronaria,
que es donde siempre estuve porque es una especialidad para una ansiosa como
yo: las situaciones se resuelven rápido y tenés una incidencia
directa sobre la vida del paciente. Ahora me pusieron, hasta que me adapte,
en el Centro de la Mujer, porque Unidad Coronaria tiene mucha complejidad y
en los cinco años que no estuve trabajando en el hospital ha cambiado
todo.
¿Mostrarte como enfermera no es una forma hacer marketing
de la honestidad?
Yo debía cumplir el compromiso con Izquierda Unida de irme de la
banca. Y tenía dos opciones: quedarme a trabajar en la Legislatura como
asesora, en alguna de las comisiones en las que estuve, o en mi bloque, o volver
al hospital. Y volví porque pienso que los diputados, cuando terminan
su mandato, tienen que volver a su trabajo y no quedarse viviendo de la política,
porque si no se genera una casta de gente alejada de la realidad y con la piel
endurecida. Por eso, pienso que si yo no soy diputada tengo que ser enfermera.
Además, no voy a vivir siempre de la política, y a esta edad,
y estando tan expuesta, no voy a conseguir otro trabajo. ¿Quién
me va a tomar a mí? También me parece que los políticos
tienen que ganar lo mismo que los trabajadores. Yo en la Legislatura me quedaba
con 1300 de los 4550 del sueldo, lo mismo que ganó acá, porque
no tener los problemas económicos resueltos te hace sentir en carne propia
los problemas de la gente. A mí me cortaron el teléfono y tuve
que hacer un plan de pagos de ABL.
Yo vi,
yo acompañé
Vilma tiene zapatos blancos y planes de seguir pisando fuerte.
En 2005 va a postularse como candidata a diputada nacional por la provincia
de Buenos Aires. Por eso, volver a la enfermería no es un llamado al
silencio. Sigue haciendo política. Por ejemplo, acaba de presentar una
apelación contra elcierre de la muestra de León Ferrari y se lamenta
de que en la Legislatura le haya quedado pendiente un proyecto para que los
hospitales públicos realicen abortos, sin paso previo por la Justicia,
en los casos autorizados por el Código Penal. Aunque no esperaba
que me lo aprueben ahora, con el revuelo que hay, admite.
¿Cómo es entendible que en una ciudad con leyes de avanzada,
como la unión civil, no se pueda implementar educación sexual?
Los diputados de (Aníbal) Ibarra no votaron la ley de educación
sexual. Yo no lo podía creer y Elisa Carrió salió a criticar
a Ferrari demostrando hasta dónde está dispuesta a llegar. Hay
una ofensiva por arriba de la Iglesia, aunque por abajo hay aceptación
de la educación sexual. Si se abriera la voluntad popular se expresaría
a favor, lo que pasa es que hay sectores fundamentalistas que, si el poder (del
gobierno nacional o de la ciudad) les abre la puerta, ocupan los espacios. Y
no puede ser que la Iglesia le imponga a toda la sociedad normas morales y,
sobre todo, a la mujer, que tiene que tener derecho a planificar su familia.
No quieren educación sexual, pero después la salida que le dejan
a la mujer es tener un aborto clandestino o un hijo no deseado. Aunque, después,
de esos chicos, que muchas veces están en la calle, no se ocupa ni la
Iglesia ni el poder. En mi trabajo he visto morir mujeres por aborto y chicos
desnutridos.
¿Dónde te pasó ver morir a mujeres por abortos?
Como soy enfermera mil veces me han pedido que acompañe a mujeres
o a sus hijas y mil veces las he acompañado. Pero la clandestinidad les
da de comer a muchos de los médicos que dicen tener objeción de
conciencia en el hospital público y que, en realidad, son dueños
de clínicas y no quieren que se les termine el negocio. Ser enfermera
te pone cerca del sufrimiento. Sin ir más lejos, acá en el hospital,
tuve una compañera, también enfermera, que no nos dijo que se
había hecho un aborto en condiciones terribles. Lo alcanzó a decir
antes de morirse. La atendimos nosotros, nunca nos vamos a olvidar, porque es
tan terrible la muerte: una infección generalizada, parecía un
sapo, una cosa espantosa. Por eso me parece cruel que manden a las mujeres a
morir a esos lugares.
Vi mucho, vi demasiado, me pone mal, dice Vilma, para explicar sus
ojos llenos de lágrimas. Tiene ojos verdes casi escondidos, detrás
de una impronta dura por venir y hablar desde el discurso de la izquierda llana,
pero siempre apenas resaltados por una línea de delineador turquesa.
Vilma se seca las lágrimas y pregunta si le corrieron el maquillaje.
En el pasillo que lleva a la puerta cuenta que vive en pareja, pero que nunca
tuvo hijos. Podría, pero no tuvo. Ahora piensa en adoptar. Alguno
de esos chicos grandes que alguna vez vi arrodillados en una cuna porque los
que adoptan siempre quieren a los más chiquitos, describe. Y vuelve
a llorar. Soy llorona, chicas vuelve a justificar. En la Legislatura
o en el hospital me vieron muchas veces llorar, aunque saben que cuando lloro
es porque no aguanto más. Por eso, algunos les tienen miedo a mis lágrimas.
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