PLáSTICA
Arte que me hacés bien
El alma que pinta es el elocuente nombre de la última muestra de Marcia Schvartz, que acaba de dejar el ambiente recatado de una galería para trasladarse al aire intenso de una auténtica milonga. Desde allí, una serie de retratos sigue dando vueltas a términos que no suelen aparecer asociados: las vicisitudes tangueras, los conflictos femeninos, la sangre, el vino...
› Por Laura Isola
En una milonga un tanto alejada del centro, a poco de haberse dejado descolgar de la clásica galería de arte del centro --Agalma--, los cuadros de El alma que pinta, la muestra de Marcia Schvartz, se adentran en las figuras, las poses y el sentimiento del tango. Sobre las paredes un poco desvencijadas del Parakultural del tango que regentea Omar Viola están ahora Estercita, Loca, Tangolpeao, Chirusa, Percal, Sola y Arrabalera, que son algunos de los títulos de las carbonillas sobre arpillera que integran este muestrario de vicisitudes tangueras.
Tal como lo exhiben sus nombres, las mujeres están en amplia mayoría, cuando de contar cosas sobre el tango se trata. ¿Por qué se hace foco en los conflictos femeninos? Schvartz es quien da una respuesta: “Me gustó trabajar sobre estereotipos, pero no fue sólo eso. Creo que, una vez que vuelvo a mirar estos cuadros, están hablando de más cosas que lo que respecta al tango. Son mujeres que sufren, que se emborrachan, que sangran. Yo ya no soy una piba, ni vieja ni joven, y no encuentro un lugar en donde se hable de mis problemas, ¿por qué no se trata el tema de cuándo se te va la regla? ¿Por qué las de 50 quieren parecer de 30? Esas preguntas, no es que tengan aquí sus respuestas, pero están insinuadas”. Comprobarlo exige una mirada atenta, por ejemplo, a De puro curda, donde una mujer traza una diagonal en la superficie del cuadro aferrada con manos y piernas a una botella. El desparramo del rojo que parece vino, también se cuela entre las piernas de la dama que, con gesto pensativo y un poco triste, ve cómo ese flujo se pierde para siempre. Y si el vino tiene que ver con la sangre en la liturgia religiosa, Schvartz inventa un rito pagano que vuelve a aunar los elementos: “Hay mucho alcohol en mis cuadros porque lo hubo en la vida. Cuando estábamos en el exilio en Barcelona chupábamos mucho y tengo amigos que murieron alcohólicos. También puedo relacionar la sangre con el vino y al ponerlos juntos salta esa zona sobre la menopausia que está bastante negada. Qué pasa cuando ya no sos aquella reproductora”.
Tango que me hiciste mal y sin embargo te quiero
Es un verso muy cercano al espíritu de esta artista: “No puedo escuchar tangos sola porque lloro y están muy ligados a haber vivido afuera. Sin embargo, para estos trabajos estuve escuchando mucho con Carla, la modelo que posó para los cuadros. Con ella, entonces, fue la parte alegre porque pasábamos muchas horas charlando y los tangos dejaron de ser tristes. Además tuve que hacer la investigación, para la que me ayudó Graciela Fernández, una amiga, porque, tal como se ve en el catálogo, cada dibujo va con algunos versos, casi como un acompañante”. El diseño del catálogo de Alfredo Baldo es cuidado y muy original. Ya desde el título de la muestra, El alma que pinta, se evidencia una intertextualidad con la famosa revista de tangos, El alma que canta, fundada por Vicente Bucchieri a principios del siglo veinte. De ahí en más, la tipografía, el color sepia y los detalles de las partituras o una aureola dejada por la copa, de esas que marcan que se ha tomado mucho, componen una música que toca el mismo dos por cuatro de la muestra.
Ya no sos mi milonguita
Así como el paso del tiempo se registra de un modo diferido y algunos de los cuadros pueden ser leídos en esta clave, trabajar con una modelo durante muchos meses, situación de intercambio, de conversaciones, de cosas de mujeres, se vuelve relevante –aunque poco caballeroso– decir que Carla tiene exactamente la mitad de años que Marcia. Pero esto no un dato menor, cuando la muchacha, tanguera de ley, es tan parecida a la pintora: “Entre como en un viaje al tiempo que era como ella y el parecido no solo es físico. Me sentí muy identificada con un modo de ser, con experiencias que son de una etapa de la vida. Sufrir por hombres, por ejemplo”.
La punta que le da el parecido físico hace que se pueda tirar de una cuerda muy larga en lo que respecta a la relación entre el artista y su retrato. Como regla general, se puede decir que pintar a otro es pintarse a sí mismo hasta el extremo que postula que cada retrato es un autorretrato. Los rasgos de las mujeres de los cuadros de Marcia dan cuenta de esto y en sus narices prominentes, en los ángulos que dibujan mejillas y mentones y los ojos grandes se combinan las características propias de la modelo con las de Schvartz. Pero no es, simplemente, una cuestión de representación del rostro de estas mujeres sino un modo de “aparecer” entre los límites del cuadro: “Es verdad que somos parecidas. O, mejor dicho, que nos parecemos cuando yo tenía su misma edad, pero hay otras cosas mías que están allí: a uno de los dibujos le hice el peinado de mi abuela, otro se llama Estercita, que es el nombre de ella y también mi segundo nombre. En Sola hay una calavera que es el símbolo que nos recuerda a los artistas que no debemos caer en la vanidad. Por eso digo que no es puramente una cuestión de física, aunque muchos que no conocen a Carla creyeron que me había estado pintando a mí misma”.
Boquitas pintadas
La atmósfera de estos cuadros hace alianza con la lectura del tango que hace Manuel Puig: ese sabor medio amargo de desventuras que exhibe su sentimentalismo folletinesco. Nadie baila apretado y sensual en la obra de Marcia Schvartz: es el antes y el después. Calzarse los zapatos y mirarse al espejo con ilusión antes de la milonga (antes de la vida) para sacárselos de esos pies cansados y volver a mirase el rostro lleno de alcohol y tristeza. Pero como en Puig, el exceso de dramatismo es un poco humorístico. Una risa sorda casi como una mueca que de tanto dolor se transforma en carcajada metafísica. Muchas Nenés, tal como la protagonista de la novela Boquitas pintadas, que se cambian la ropa gastada de entrecasa por un vestido escotado y que frente al espejo, mientras escuchan la audición radial de “Tangos versus boleros”, se pintan los labios y ensayan un peinado de otros tiempos. Como ella, también creyeron en el príncipe azul que no pudo ser, pero ya no importa. De carbonilla sobre arpillera, las mujeres de fuego que pinta han sido rescatadas del dolor y de la vida. Ahora están ahí, como reinas, para que los tangueros bailen entre ellas todos los tangos que inspiraron.