Vie 03.05.2002
las12

TELEVISION

Betty la conquistadora

Mientras en la Argentina se emite por segunda vez, en España arrasa, y en Estados Unidos, los productores de la serie “Friends” compraron sus derechos para crear una Betty anglosajona. Su guionista original, el colombiano Fernando Gaitán, explica en esta entrevista los pormenores de un suceso.

Por Elvira Lindo

Betty nació pobre. Y fea. Sus padres no se encargaron de desmentírselo, más bien al contrario, a veces parece que su padre, un hombre carente de delicadeza, disfruta recordándoselo. Así que Betty se hizo adulta entre las burlas de los chicos del barrio y el terrible mandamiento paterno: ya que eres fea, y no tienes derecho ni a la coquetería ni a la vanidad, estudia. Betty estudió, porque si bien la naturaleza no le concedió ningún don físico, sí que fue generosa con su inteligencia. Betty se hizo todo un talento de la economía.
Betty es miope, lleva unas gafas grandes que se le descuelgan por la nariz; un aparato fijo en los dientes, de esos en los que se queda atrapada la comida; su flequillo es imposible; el pelo un poco graso se le pega a la frente. Tiene un gusto pésimo para vestir, pasado de moda y monjil. Y para rematar el panorama, cada dos por tres suelta una risa patética. ¿Qué es lo que tiene entonces Betty para haber conquistado el corazón de tantos millones de espectadores que la siguieron con fervor desde que comenzó a emitirse en Colombia hasta que se ha internacionalizado y va saltando fronteras por Sudamérica, por algunos países europeos y por Estados Unidos, donde fue record de audiencia en Telemundo? ¿Cómo ha conseguido que los creadores de “Friends”, los niños bonitos americanos, se fijen en ella, hayan comprado los derechos y se dispongan a hacer la Betty anglosajona?
Para empezar, los espectadores españoles de Betty no han sido los clásicos seguidores de telenovelas. Betty gustó primero a los niños, y poco a poco ha ido enamorando a un público muy heterogéneo, entre los que se cuentan escritores, actores (muchos actores), periodistas, gente que disfruta con unos diálogos que despliegan una riqueza verbal desconocida en España. Ninguna de nuestras series posee ni de lejos la gracia verbal de “Betty la fea”. Eso se debe, probablemente, a la misma naturaleza del español colombiano, más jugoso que el nuestro, y al ingenio –o genio– de su creador, Fernando Gaitán, el hombre más querido de Colombia por haber traído al mundo a esta defectuosa muchacha que se ha convertido casi en una heroína nacional.
Gaitán habla lentamente, con el melodioso acento colombiano y con la lentitud mental añadida del jet lag. Se queja de no haber podido fumar en tantas horas y se propone recuperar el tiempo perdido. Hablamos, fumamos y, a veces, comemos.

“Me fascinan las mujeres. Tengo amigas con las que charlo continuamente, me tienen al día sobre el punto de vista particular de la mujer. Desde hacía tiempo yo estaba loco por inventarme una fea. La idea surgió del mismo canal en el que trabajo, RCN, la televisión nacional colombiana. Me gusta observar a las secretarias, las que no están contratadas por su belleza. Me fijaba en que siempre que pasa delante de ellas una de las estrellas de la televisión se unen para criticarla; han creado como unasecta, un grupo tremendamente solidario, porque entre ellas hay siempre una gran solidaridad, y suelen estar de acuerdo en sus críticas: la guapa nunca es tan guapa como se ve por la tele, ni tan alta, ni tiene tanto estilo. Le sacan uno a uno sus defectos: la filetean. Filetean a las bellas que pasan ante sus ojos y luego su vida sigue siendo la misma. Nadie la determina. Inventé la historia de una fea y la dejé guardada en un cajón. Una tarde, el presidente de la RCN me visitó en mi despacho. Charlábamos distendidamente, tomando una copa. De pronto se me ocurrió contarle la historia de mi fea. El se mataba de risa. Me dijo: “Chévere, si escribes eso como lo cuentas podemos hacer algo grande”.
Si hay algo que se aprecia viendo “Betty la fea” es su libertad creativa. En las series americanas, incluso en las españolas que siguen ese modelo, se puede advertir siempre un argumento principal, otro secundario y una estructura muy estudiada que siempre se repite. Eso se debe en parte a que las series están escritas por un equipo de guionistas tan numeroso que todo tiene que responder a un estereotipo para que los personajes no tengan en cada capítulo una personalidad diferente. Pero lo extraordinario en Betty es que su estructura parece estar hecha por una mente caprichosa, o bien se pasan tres capítulos recreándose dos personajes en una conversación dentro de un coche, o bien las cosas suceden muy rápido. La coherencia en Betty no viene dada por su estructura, sino por la fuerza de sus personajes. Le pregunto a Gaitán si él corregía personalmente cada diálogo que se escribía, si trabajaba mano a mano todos los días con su equipo de guionistas.
“¿Qué equipo? No hay ningún equipo”, Gaitán parece tan sorprendido por mi pregunta como yo por su respuesta.
–Dice usted: ningún equipo? ¿Nadie le ayuda?
–No, lo escribí yo. Trabajo 16 horas al día y escribo una media de 15 páginas. El libreto de “Betty...” tiene siete mil y pico de folios y todos han sido escritos por mí, no hay más libretistas en la serie. La telenovela, tal y como la entendemos nosotros, es un género bastante irresponsable porque nunca es un producto acabado, no es como las teleseries en las que meten cuchara un montón de guionistas y en las que todo se piensa con meses de antelación. Cuando “Betty...” comenzó a emitirse, yo llevaba 40 capítulos de ventaja y cuando terminó llevaba uno. Las cosas se escriben casi al día. La gente con la que te encuentras a diario participa en el curso que va tomando el argumento, te sugiere cosas, te hace saber qué personajes caen mejor y peor, así que escribes sabiendo por dónde tienen que ir los tiros. Claro que en los últimos tiempos hay dos guionistas que trabajan conmigo y a los que les voy contando por dónde quiero que vaya la serie que se está emitiendo para que me sustituyan si me pasa algo.
–Es España, a los seguidores de “Betty...” nos ha maravillado, sobre todo, la forma de hablar de los personajes, esos juegos verbales, esa libertad con la que usan y hacen suyas las palabras inglesas, saltan del castellano del Siglo de Oro a la última expresión técnica del inglés... ¿Hablan así los colombianos o es todo mérito suyo?
–Sí, sí, en gran parte sí que tenemos esa gracia.
–El lenguaje de la calle está presente, pero ¿y la vida colombiana, por qué en “Betty...” no aparecen crímenes, ni secuestros ni violencia?
–Bueno, yo detesto la pornoviolencia, no me gusta; pero “Betty...” no está alejada de la realidad. Es la novela de la recesión. En la serie aparecen, por ejemplo, “los ricos sin plata”, esa gente pudiente que se ha quedado sin nada, pero se aferra a su orgullo de clase, y luego, los que se han hecho ricos gracias a la corrupción. Si tú ves en Colombia a un individuo con aspecto aindiado que maneja un Mercedes, inconscientemente piensas: “¿A cuento de qué?”, porque claro, la clase pudiente siempre ha sido la blanquita. Todos mis personajes han nacido de la realidad. En Colombia se dice que no hay mujer fea, sino pobre o casada con un hombre sin plata. La gente, cuando veía la serie, reconocía a estos personajes,desde Betty, que es la fea pobre, hasta el Cuartel de las Feas, ese grupo solidario. El único problema que teníamos es que en Colombia las mujeres son bastante guapas, es un hecho que se puede comprobar.
–¿Y qué cree que tiene Betty para que la queramos tanto?
–Creo que la psicología femenina está íntimamente ligada a la vanidad física. En mi país, toda la que puede se opera. No sé de dónde sacan el dinero las mujeres colombianas, pero la cirugía causa furor en Colombia. Pero lo curioso es que Betty es la fea que ha renunciado a ser guapa, se ha resignado a su falta de atractivo, y esa resignación le ha creado un carácter idealista, soñador, secretamente romántico. La actriz que hacía de Betty llenó de ternura su personaje, lo convirtió en un personaje tragicómico. Todas las mañanas pasaba por vestuario y maquillaje, y al ser caracterizada experimentaba una transformación prodigiosa. Se pasaba el día por los pasillos del canal como Betty, con el alma de Betty; venía a mi despacho a preguntarme algo y hablaba con la timidez del personaje, con todos sus complejos, era increíble. Andaba como pidiendo perdón, porque yo he descubierto que todas las mujeres tienen complejos por su físico, hasta la más guapa, pero la pobre Betty los reunía todos.
–Me ha chocado mucho que todos los colombianos con los que he hablado vieron “Betty...” y la consideran un personaje nacional.
–Es que “Betty...” creó en Colombia un debate público. En realidad, nos dimos cuenta de cómo había calado en la población porque ocurrió algo sorprendente: en un capítulo ofrecen a Betty un soborno. Desde que se lo ofrecen hasta que decía que sí o que no pasaron siete capítulos. En esos siete días, tanto en la calle como en las tribunas de los periódicos, se hablaba de que Betty no podía aceptarlo. Dése cuenta de que Colombia es uno de los países más corruptos del mundo. El público pensaba que si nuestra Betty era sobornada, con lo honesta que es, algo muy terrible estaba pasando. Si Betty se corrompe, está todo perdido. Estaba claro que se había convertido en una heroína nacional. Hasta al presidente Pastrana le preguntaron en una rueda de prensa: “Señor presidente, ¿qué cree que debe hacer Betty?” y Pastrana, entre bromas, se pronunció: “Yo confío en que Betty no reciba ese dinero”.
–Y teniendo en cuenta que la telenovela es la mayor exportación cultural de su país, ¿qué es lo que piensan los escritores “serios” de lo que hacen ustedes?
–Los escritores colombianos sentían antes desprecio hacia el escritor de telenovelas, pero han mostrado un interés creciente, una curiosidad, aprecian la cercanía que tenemos con el público. Lo ven ahora como un auténtico fenómeno popular muy poderoso.
–Usted se hizo conocido también con otra telenovela, “Café con aroma de mujer”. La gente no quiere ver cualquier telenovela, sino las telenovelas de Fernando Gaitán. ¿No probó nunca con literatura?
–De jovencito, pero era muy malo.

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