SOCIEDAD
Gabriela Salinas, vendedora de cosméticos, Florencia Penacchi, estudiante universitaria, Fernanda Aguirre, estudiante secundaria, Marita Verón, comerciante, Annagreth Würgler, turista suiza; estos nombres son algunos, los más resonantes tal vez, en una lista de una centena de mujeres que desaparecieron de un día para el otro. La explotación sexual tiene redes suficientes como para haberlas atrapado, pero en estas ausencias se cruzan también estereotipos y prejuicios sociales.
A Florencia Penacchi “se la tragó la tierra”, dicen. Su desaparición ya carga con tres semanas de desconcierto para los investigadores de la causa, que aún no desandaron ninguna posible pista aunque en la investigación comience a pesar la hipótesis de un secuestro; para los organismos embarcados en su búsqueda pública, que ansían alguna novedad con el mismo grado de desorientación, y aun para sus familiares y amigos, espantados por los chistes de humor negro, los insultos anónimos y las pistas falsas que escuchan en la línea 0800 especialmente habilitada. “Es eso o el silencio”, describe Patricia, una de las amigas empeñada a hallarla, pese al morbo colectivo y a las barbaridades telefónicas que le causan “un profundo dolor y nos suma desconcierto”.
Porque a esta altura, preguntarse dónde está Florencia abre hendijas sobre otro cuestionario social por lo menos inquietante.
Como el del titular de Red Solidaria, Juan Carr, que se alarma frente al silencio colectivo y pregunta “qué país es éste, que se traga a nuestros hijos y todo sigue igual”. Desde el 16 de marzo, cuando Florencia fue vista por última vez, hasta este miércoles –misa de por medio en la catedral de San Isidro pidiendo por su aparición con vida y por las de Fernanda Aguirre y Cristian Schaerer–, la ciudad empapelada con ese rostro de mujer estableció una relación inversamente proporcional con el asombro público de familiares y conocidos pidiendo por su retorno, de la misma manera que decayó el interés de los medios por una desaparición que, como las de otras mujeres, se va desdibujando en el tiempo.
“Tenemos registradas a unas 190 personas perdidas –dice Carr–, de las cuales un 15 por ciento atravesaba conflictos familiares al momento de su desaparición; 64 permanecen desaparecidas en un promedio de uno a 10 años atrás. ¿Debemos pensar que en la Argentina cientos de personas se esfuman o habrá que comprender que estos hechos no reconocen estratos socioculturales, que pueden ocurrirles a ricos y pobres?”
Y en mayor medida a las mujeres: según las estadísticas que manejan Red Solidaria y Missing Children, un 67 por ciento de los casos de desapariciones las involucran. Sólo en 2004, este organismo recuperó a diez chicas que tras desaparecer de sus casas permanecieron secuestradas durante meses en circuitos de prostitución.
Lidia Grichener, de Missing Children, suele destacar como emblemático el caso de una adolescente de 15 años que fue a bailar por primera vez a un boliche del conurbano, “donde conoció a un muchacho que la invitó a tomar un café. Y esto es lo último que recordaba, porque terminó despertándose en una casa extraña, junto a otra menor que ya estaba en ese sitio y le decía que la vida allí no era tan terrible. Mientras permaneció en esa casa fue sometida y golpeada por sus secuestradores, hasta que un día los tipos vieron las publicidades pidiendo información sobre su paradero y decidieron soltarla. El que la había invitado a tomar un café le dijo’entre nosotros no pasó nada, olvidate de que existimos’. Le vendaron los ojos, la metieron en un auto y la liberaron por milagro.”
La neuquina Florencia, delgada, simpática, más bien baja, movediza, estudiante de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, empleada en el Instituto de la Vivienda de la Ciudad, hermana de Pedro e hija de la neuróloga Nidia de Penacchi salió de su casa en Güemes al 4700 sobre el mediodía del miércoles 16 de marzo con algunas monedas y lo puesto, ninguna agitación visible. Así lo consideraron el encargado del edificio y el kiosquero de la cuadra, sin mayores detalles. “Lo usual”, precisan los que investigan el caso.
Algunas personas creyeron verla en la zona de Chacarita, en Temperley, a bordo de un colectivo, y hasta haciendo dedo en Bahía Blanca, cerca de Médanos, sin descontar la probabilidad de un regreso a Neuquén, previendo el lazo primordial de su origen. “Pero nadie desaparece mágicamente”, reflexiona Carr, a la espera de “alguien que rompa el silencio”.
Antes de descubrir su cuerpo enterrado en un piso de cemento bajo la cama matrimonial, a María Angela De Luca se la consideró desaparecida durante ocho años. Su marido la asesinó al cabo de años de violencia física, de denuncias de agresión presentadas por María Angela en una comisaría de González Catán, donde nunca prestaron atención a las demandas y ni siquiera durante todos estos años la policía tuvo el vago reflejo de la sospecha cuando las hermanas se presentaron a reclamar por esa desaparición. Cada vez que al hombre le preguntaban por su ausencia decía que “su ex” había decidido abandonarlos a él y a sus dos hijos pequeños para vivir como prostituta. Cuando hallaron el cuerpo, el asesino dijo que la había enterrado allí porque quería estar cerca de ella, pese a que había formado pareja nuevamente con otra mujer parecida a la que tenía debajo de su cama.
María Fabiana Gandiaga desapareció en una sede del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires en 2003 durante una competencia deportiva en la que participaba su hijo. El cadáver fue ocultado por los que la violaron y atacaron con ferocidad durante una semana en ese edificio transitado a diario por cientos de personas. Hasta que la hallaron, el marido, Andrés Cabana, tuvo que salir a decir que su esposa era “una mujer respetable”, y dar pruebas públicas de que la relación matrimonial no escondía fisuras, para borrar cualquier sospecha sobre una posible fuga.
El 25 de abril cumplirá nueve meses la búsqueda de Fernanda Aguirre, la nena que desapareció en la localidad entrerriana de San Benito mientras caminaba hacia su casa. “Mantengo la fe de encontrar a mi hija, y esa fe no la voy a perder hasta que la encuentre”, dice su madre, María Inés Cabrol, que a esta altura no puede menos que horrorizarse por el mutismo que enreda el caso. “A pesar de los esfuerzos de la policía y de la Justicia, a Fernanda no la localizan. Por eso digo que no estoy conforme con la investigación.”
A Nikola Henkler, una turista alemana que al momento de su desaparición tenía 28 años, se la vio por última vez el 22 de diciembre de 2002 recorriendo San Carlos de Bariloche. Hasta la fecha nadie pudo alumbrar algún indicio sobre su paradero.
La turista suiza Annagreth Würgler, que viajaba por el norte argentino, desapareció el 29 de agosto de 2004 cerca del Parque Nacional de Talampaya, en La Rioja. Sus padres y su novio viajan periódicamente a esa provincia con la esperanza de meterle alguna presión a la indiferencia judicial.
“A los dos días de no aparecer una mujer, como sucede con Florencia Penacchi, se debe evaluar que está muerta o secuestrada para su explotación aunque creo que, en su caso particular, lo que fuera que lehaya ocurrido, actuó como consecuencia de alguna otra crisis personal. Se habló de un brote de angustia, de antecedentes psiquiátricos. El día que desapareció se sentía mal, dijo que iba al Hospital Fernández y nunca llegó ahí. Me pregunto qué se rompió en ese círculo normal de niña de clase media”, dice Diana Staubli, que no descarta “la posibilidad de un secuestro, como en los casos de las mujeres de San Miguel, de Córdoba o de José C. Paz, que fueron privadas de su libertad para someterlas a la prostitución”.
En diciembre de 2004 se firmó la Convención de Naciones Unidas contra la delincuencia organizada transnacional y el Protocolo para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y niños. En 2003 se conformó en la Argentina la Red No a la Trata, integrada por organismos gubernamentales y no gubernamentales a nivel local e internacional. Este año, el proyecto de ley de un programa nacional de prevención y asistencia a víctimas de la trata de personas y explotación sexual, de la diputada nacional María Elena Barbagelata, espera su tratamiento y aprobación definitiva. Iniciativas con resonancia propia en un año en el que desde el Ministerio de Relaciones Exteriores se evalúa la creación de un espacio consultivo asistido por comités de frontera, que pongan acento sobre desplazamientos humanos en áreas limítrofes de alto riesgo.
Sin embargo, sobre cada paso dado se siguen batiendo los desvíos de la revictimización y las zonas grises de las desapariciones como hechos policiales de sustancia siempre cuestionadora hacia la víctima.
“Desde el vamos, en una desaparición de persona se barajan hipótesis diferentes: si se trata de un hombre, se investiga si hay algún cruce con temas de drogas o delito. En cambio, cuando la víctima es una mujer, la pista más cercana que se ataca es averiguar si se fue con un novio o con un amante varón, ni siquiera con otra mujer, y si fue por voluntad propia”, sostiene la abogada Belén Beyrne, del Centro de Estudios de Política Criminal (Cepoc). “Está enquistado en el imaginario social y en el ámbito judicial argentino, que no hace más que reproducir los prejuicios del conjunto de la sociedad.”
La revictimización de Florencia Penacchi fue un guante que levantaron algunos medios luego de que su madre comentara la crisis de angustia que la joven padeció hace un par de años, lo que la obligó a tomar medicación psiquiátrica. “Y esto no es muy diferente de lo que sucede con las investigaciones de paradero –advierte Beyrne–, espirales siempre centradas sobre la víctima, que van exponiendo su vida como una radiografía para desnudarla frente a una opinión pública dispuesta a pensar que podía estar en algo raro. Lo más grave de todo esto es que todavía no se empezó a tomar conciencia de la situación de vulnerabilidad en que nos encontramos todos.”
Florencia, Fernanda Aguirre, Annagreth Würgler o Gabriela Salinas, desaparecida hace 15 días en Comodoro Rivadavia, comparten el lugar común de las muchachas de vidas ordenadas, con esquemas familiares contenedores, a salvo en apariencia de la cola que pueda meter el diablo. Sin embargo, un revés las atravesó por igual, cuestionando la premisa social de que a las niñas buenas no les pasa nada malo.
La filósofa Esther Díaz entiende que “ese pegoteo de afiches por toda la ciudad con la cara de Florencia” es indicio fuerte de una voracidad invisible que puede recaer sobre cualquiera. “Y al mismo tiempo pasan inadvertidos tantos otros desaparecidos del sistema. Por supuesto que no estoy en contra de que se empapele Buenos Aires pidiendo por esa chica, pero existe infinidad de casos que no reciben el mismo respaldo desde el punto de vista oficial. Axel Blumberg, por ejemplo. Se trataba de un jovencon los parámetros imperantes de erotismo y belleza. ¿No habrá casos más carismáticos que hacen más ruido que otros, los ‘de esto no se habla’? En la provincia de Buenos Aires desaparecen chicos y chicas constantemente. Es tiempo de priorizar, entonces, las condiciones de posibilidad de seguridad, sobre bases económicas y educativas firmes.”
Por estas horas, nadie puede responder a ciencia cierta cuál es el camino de una víctima que se pierde en una ciudad como Buenos Aires, al mediodía. Pocos se atreverán a decir que las desapariciones de mujeres jóvenes están naturalizadas como consecuencia de una red con alcances en el famoso “rubro 59” de diarios nacionales y del interior, y hasta en las convocatorias de algunos sindicatos “para selección de señoritas y modelado”.
“A la explotación sexual se llega por varios canales, desde la oferta de chicas en los clasificados, servicios ‘todo en uno’, con droga y prostitución combinadas, que se pagan con tarjeta de crédito, y clientelas ligadas con castings o selecciones de jóvenes con promesas de premios en Venezuela, Colombia o Costa Rica”, concluye Sara Torres, referente en la Argentina de la Coalición Contra el Tráfico de Mujeres (CATW). “¿Por qué habríamos de extrañarnos por la desaparición de una joven, cuando es apenas un caso entre miles de los que manejan por año los organismos oficiales? Fuimos país de destino en los años de convertibilidad, hoy mantenemos la trata interna con complicidad de la policía y los funcionarios judiciales, cubriendo a los dueños de burdeles, que a su vez revenden a mujeres quebradas y desaparecidas ante los ojos de los demás.”
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